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"Estar aquí es asumir riesgos": los 13 días en cautiverio del misionero chileno secuestrado en Haití

Domingo 26 febrero de 2023 | 06:01

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Mistral Torres (BBCL)

El misionero chileno Esteban Zambrano fue secuestrado en Haití. Estuvo 13 días retenido y tras las gestiones de la policía y autoridades, lo liberaron. Desde entonces, mucho ha cambiado. No sólo su familia tuvo que mudarse a otra zona de Puerto Príncipe (capital haitiana), sino que toda la comunidad con la que ellos trabajaban fue invadida por la misma pandilla que raptó al cristiano. Pese a todo, junto a su esposa Carolina deciden quedarse.

—Lo que yo viví como extranjero es lo que muchos haitianos viven como locales, generalmente haitianos que tienen más recursos. Cuando yo estuve adentro estuve por lo menos con seis haitianos más. A veces éramos dos, a veces cinco en la casa donde estaba yo, porque tenía entendido que había otra casa, que era el doble incluso. 14 a 15 personas hacinadas ahí.

A Esteban Zambrano Leiva (32) lo secuestraron el miércoles 8 de junio de 2022 en Puerto Príncipe. Iba en su auto camino a hacer una clase de español, acompañado de una de sus hijas. Ella tenía seis años para ese entonces. Todo cambió en unos minutos. Dos hombres armados interceptaron el vehículo, se subieron y le pidieron a Esteban que se pasara a la parte de atrás. Él pidió que dejaran ir a su hija, la pequeña corrió hasta su hogar y avisó a su mamá, Carolina Da Silva (31).

El rostro del misionero se masificó en la prensa nacional. Los captores solicitaban 100 mil dólares para liberarlo (casi 80 millones de pesos). Fueron semanas de incertidumbre y múltiples gestiones. Finalmente, hubo novedades: tras 13 días cautivo, lo liberaron.

A ocho meses del rescate, el matrimonio recuerda el episodio y cuenta a la Unidad de Investigación de BioBioChile su realidad actual. Pese a todo, siguen viviendo en Haití. Ven al país caribeño con amor y desean que sea conocido no por su pobreza, sino sus riquezas. Se mantienen firmes, con su fe por delante.

—Desde un comienzo nosotros sabemos que nuestra vida es en Haití. Eso nosotros no lo cambiamos, no lo ponemos en duda, aun en esa situación. Al irnos a Haití entendemos que tenemos una tarea de largo aliento —afirma Zambrano.

“¿Quién irá?”

Esteban recuerda que desde su adolescencia, su proyección siempre estuvo afuera. Y es que al momento de pensar a futuro, nunca se vio ni en su comuna de origen, La Florida, ni en su país, Chile. Al mismo tiempo, creció en una iglesia en donde era normal hablar de las misiones. Escuchar de personas que dejaban todo para que otros conocieran a Jesús era algo cotidiano en su vida.

Fue a los 17 que comenzó a interesarse por Haití. Recuerda que para ese año, 2008, aún había tropas chilenas desplegadas en el territorio caribeño, en el marco de la “misión de paz” liderada por Naciones Unidas. Los canales de televisión transmitían imágenes desde el país y al verlas, algo hizo click en él.

—Un día, después de la escuela, yo llego, veo un reportaje y, claro, mostraban mucho de la realidad del país y eso me conmovió mucho. Entonces, en ese momento, yo entendí que Dios me hacía una pregunta: “¿Quién irá?” Y yo entendí que tenía que responder, y le dije: “Señor, yo quiero ir”.

Desde entonces comenzó a empaparse de Haití. Leyó información, generó contactos y amistades. En paralelo, egresó como profesor de Educación Física y tras sufrir una lesión, empezó a ejercer como docente en Educación Básica.

Fue gracias al esposo de su hermana, un uruguayo, que en 2017 obtuvo el número de una misionera que trabajaba en territorio haitiano.

—Mi cuñado se acuerda del contacto de Carolina y me dice: “Oye mira, yo tengo el contacto de una conocida, una uruguaya que estaba trabajando allá, en un orfanato, en un ministerio tipo organización”. Así que bueno, le dije que me pasara el número, la contacté ese mismo año y ya al año siguiente, en julio de 2018, se concretó el viaje.

El resto de la historia la cuenta Carolina. La uruguaya se instaló oficialmente en Haití cuando tenía 20 años, en 2012. Al momento de conocer a Esteban, lideraba un orfanato y era la tutora legal de dos pequeños.

—Nosotros teníamos una escuelita ahí, así que lo recibimos y obviamente yo recibía a un voluntario más, pero bueno, no era ese el plan… Yo como cristiana sé que Dios traza el camino y él tenía ese plan de conocernos, de enamorarnos y construir esta familia que hemos construido.

A principios de 2019 se comprometieron y a mediados de ese mismo año se casaron. Así, explican que su familia partió “de a cuatro” y no “de a dos”. Actualmente, son cinco. Tienen un hijo y dos hijas.

Haití, un “Estado fallido”

—Desde que ustedes están en Haití hasta ahora, ¿ha cambiado mucho el país?

—Haití experimenta, yo creo, un fenómeno. Esta entrevista la leerán personas mucho más capacitadas en el tema, personas que trabajan en profundo un tipo de pregunta como esta, pero Haití experimenta algo como de que se congeló en el tiempo. Es un país que está paralizado. En nuestros países nosotros vemos que hay cosas malas y cosas buenas. Pero se mueven, van hacia algún lugar. Económicamente, hay más empresas, hay más emprendimientos, etc. Los gobiernos, por más malos que sean, o por peores que sean, siempre aportan algo a la sociedad, y acá no. Es triste decirlo, pero es como que cada vez es peor. En vez de ir para adelante, cada vez es como que retrocede, cada vez hay menos empresas, menos seguridad, menos estabilidad —explica Carolina.

Prueba de ello, es que ya van por un segundo año sin presidente, aun cuando constitucionalmente, afirma, debieran haber tenido elecciones. El expresidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado en su casa el 7 de julio de 2021.

—Los estudiosos hablan de un Estado fallido, que Haití realmente no se puede considerar como país. A ese nivel… Y nosotros que estamos acá no nos podemos negar, porque es la realidad. Sin duda que es la realidad.

Ambos enfatizan en las carencias educacionales detectadas en Haití. La analfabetización es un antecedente clave. Los datos más recientes del Banco Mundial respecto al índice en este país datan de 2016. Para ese año, el 38% de la población mayor de 15 años no sabía leer o escribir.

—Nuestro trabajo es totalmente humanitario, pero tiene un enfoque claro con la educación. Hemos entendido que a través de la educación podemos cambiar Haití. Cuando transformamos la vida de un niño, la vida de una persona, a través de su forma de pensar, sí hay esperanza para una nación —expresa Carolina.

Esteban explica que Haití es un país multilingüe. Dependiendo de la situación es el idioma que se utiliza y mucho ha sido transmitido vía oral, de generación en generación.

Los esfuerzos —antes del secuestro— se concentraban en enseñar creole, para “honrar” la cultura en su idioma oficial. A ello suman el francés, mayormente utilizado en el contexto académico y en los documentos oficiales o trabajos “más prestigiosos” y finalmente, el español.

—Es por medio de estas herramientas que ofrecemos que muchos de los locales pueden surgir socialmente. Son herramientas que les permiten a ellos adquirir mejores trabajos.

Pero su labor misionera no termina ahí. Saber leer y escribir, además de permitirles acceder a mejores condiciones de vida, cuentan, también significa conocer al Dios cristiano de primera fuente.

—(Buscamos) que ellos puedan tener acceso a la palabra de Dios, no que alguien les relate, no que alguien les cuente, les interprete, sino que ellos mismos puedan leer. Tener la habilidad de la lectura y poder encontrarse con los principios de Dios, esos principios que transforman nuestra vida.

Esteban lo resume como un trabajo de educación y discipulado, por medio de la alfabetización. Además, suplen necesidades inmediatas cuando las condiciones lo permiten, como ofrecer colaciones y desayunos a niños que van a la escuela. Es voluntario y, según dicen, muy bien recibido.

El secuestro, sin embargo, trajo un cambio importante en las labores en terreno. Por seguridad, tuvieron que cambiarse de casa y con ello salir de la comunidad con la que llevaban trabajando por dos años.

—Tuvimos que reestructurar todo nuestro trabajo. Porque dejamos nuestra casa, el lugar donde habíamos ya comenzado a tener una sala de aula. Estamos iniciando todo nuevamente por este momento, trabajando con unos misioneros de Brasil que tienen un proyecto de desarrollo comunitario donde brindan clases de informática, inglés, portugués y español, a través de las clases que mi esposo entrega. Ahí hay casi 60 niños.

“Uno no anda diciendo ‘a mí no me va a pasar nunca"”

—Cuando te secuestraron ¿crees que fue dirigido, como si fuese un seguimiento? ¿O fue aleatorio?

—No sé, no podría responderte con seguridad eso. Sé que han habido muchos a los que los han seguido y hay otros a los que fue al azar simplemente. Yo creo que mi caso fue al azar, pero como te dije, no puedo responderlo con seguridad —admite el chileno.

Para Esteban y Carolina la posibilidad de ser secuestrados no era descabellada. Los raptos ya estaban siendo algo común en Puerto Príncipe, capital de Haití. Por eso, la pareja preparó a sus pequeños hijos para saber qué hacer en caso de que uno o ambos fueron capturados. Sabían a quién llamar y sus cercanos conocían también el plan.

—Aunque yo sé que no parece real, yo quería transmitirles a mis hijos que no iba a ser el fin del mundo si eso pasara. Quería prepararlos para el momento, que es un momento que realmente te podría bloquear, que por el miedo uno podría estar como “no sé qué hacer”. Entonces cuando uno tiene información, al menos podría actuar de diferentes formas, y eso fue el objetivo de esa charla. Lo hicimos gracioso (…) No me acuerdo cómo fue, pero me acuerdo que uno de los dos era el ladrón e hicimos todo un sketch, y algo que fue tan gracioso en su momento, después sirvió —rememora Carolina.

Desde su punto de vista, negar la conversación no era la solución. Y creer que no les podía pasar, no tenía fundamento. En sus palabras, si vivían en las mismas condiciones que el resto, ¿por qué no podría pasarles algo así?

—El hecho de estar aquí es asumir esos riesgos. No es que uno esté diciendo “no, a mí no me va a pasar nunca”. Yo al menos nunca viví con esa mentalidad y eso me ha ayudado a cuando llegan las situaciones, poder enfrentarlas (…) Es un riesgo, pero que nosotros hemos decidido enfrentar.

“¿El papá cuándo va a venir?”

Cuando secuestraron a Esteban, supieron que la capacitación a sus hijos funcionó. No sólo porque su hija —de entonces seis años— logró volver a casa sola tras presenciar la captura de su papá, sino que también porque le contó a su mamá lo que vio.

—(Carolina recuerda como se lo dijo su hija) “Bueno llegaron los ladrones con sus armas y yo me quedé tranquila, yo estaba tranquila, pero después, mamá, yo no pude seguir tranquila como me dijiste, yo tuve que llorar”. Y le digo: Claro, mi amor ¡Imagínate!.

Más allá de las emociones, la esposa de Esteban recalca que sus hijos sabían que esto no sería “el fin del mundo” y, pese a todo el panorama, como familia confiaban.

—En nuestro caso sabemos que Dios está con nosotros en cualquier situación. Y eso también lo hace completamente diferente. Lo hace posible —agrega.

Las horas posteriores al secuestro fueron claves. Cada uno vivió la situación de una forma distinta. Esteban permaneció en una comunidad usurpada, casi aislado. Compartió celda con unas cuantas personas. Mientras, Carolina recibió las llamadas extorsivas de los secuestradores. Fueron tres.

—Los que llamaban eran ellos. El teléfono siempre estaba apagado. Cuando ellos me dijeron que íbamos a hablar a través del teléfono de él (de Esteban), que nos íbamos a comunicar, ya entonces yo la única llamada que esperaba era esa. Y en los 13 días, si no me equivoco, fueron tres llamadas solamente. Fue bien tenso, porque la llamada te produce tranquilidad, saber que está vivo, saber que está bien… Eran llamadas cortas pero a la vez suficientes.

Recuerda lo que Esteban le decía:

—”Mi amor estoy bien, esto ya va a pasar, Dios está conmigo”. Al final él me hablaba así y yo decía “wow”. Bueno, cada uno lo vivió de una forma diferente. Yo con mis hijos, que todo el tiempo me preguntaban “mamá, ¿el papá cuándo va a venir?”, “¿en cuántos días lo traen de nuevo?”. Y fue difícil, fue súper complejo. Yo cada vez que hablo de eso no me dejo de asombrar de cómo pudimos pasar algo así y hoy verlo como aguas que pasaron. Hoy lo vemos como algo tan distante y fue hace algunos meses.

“La banda se fue acercando poco a poco”

Antes del 8 de junio de 2022, el matrimonio ya había escuchado que la pandilla que después secuestraría a Esteban avanzaba hacia su comunidad. La expansión era evidente.

—A mí me secuestró una de las bandas que más ha crecido este último tiempo. La banda, bueno, no la voy a nombrar, pero es una de las que más ha crecido en la capital —puntualiza el misionero.

A modo de paréntesis, explica que hay muchas pandillas. En el Norte, Sur, Este y Oeste. Algunas más fuertes que otras. Pero esta, dice, es el “gran problema” que enfrenta la capital.

—Antes del secuestro, nosotros escuchábamos de problemas, habían tiros. Una vez tuvimos que mantenernos en una parte de la casa, digamos “resguardándonos”, porque en la esquina de nuestra casa había enfrentamientos entre la policía y ellos. Entonces, como que la banda se fue acercando poco a poco a nuestra zona. Hoy en día esa banda ya se la tomó.

—Entonces, ¿ustedes se cambian de hogar por seguridad, inmediatamente luego de tu liberación?

—Por asuntos de seguridad en el momento en que me secuestran y mi esposa se entera y comienza todas las gestiones con la policía, automáticamente ella toma a los niños, toma lo que puede, los documentos importantes y desde ese día no regresamos más.

Hoy, siguen en Puerto Príncipe, pero en una zona relativamente más segura. Esto significó salir de la comunidad en la que trabajaban y reformular su trabajo.

—La situación de inseguridad es grande, entonces hay que saber cuándo moverse, cómo moverse, cuánto tiempo salir. No tenemos la misma libertad que antes.

Pero no sólo los afectó a ellos:

—Mientras Esteban estaba secuestrado, ya habían bandidos que empezaron a tomar la zona. Y nuestros vecinos nos dijeron “no regresen porque ya están caminando armados acá en la calle de al frente”. Fue todo bien intenso en esas dos semanas —afirma su esposa.

Así como Carolina huyó apenas la policía la fue a buscar, el vecindario también tuvo que partir, frente al avance de las pandillas en sus lares.

—No sólo tomó nuestra zona, todas las casas de nuestros vecinos. Ya no hay nadie ahí, están tomadas muchas de ellas por esta banda, por esta pandilla. Porque ellos entran a las casas y se las toman, se transforman como en sus bases (…) Y han estado extendiéndose y extendiéndose.

“Estuve con otras personas”

—Cuando estuviste secuestrado, ¿compartiste con más personas?

—Lo que yo viví como extranjero es lo que muchos haitianos viven como locales, generalmente haitianos que tienen más recursos. Cuando yo estuve adentro estuve por lo menos con seis haitianos más. A veces éramos dos, a veces cinco, pero entre todos los que iban y venían éramos como seis. En la casa donde yo estaba, porque tenía entendido que había otra, que era el doble incluso: 14-15 personas hacinadas ahí. Entonces sí, estuve con otras personas.

Según lo que Esteban pudo ver, a él lo trasladaron a una comunidad que la pandilla se tomó. Recuerda unos cerros. Deduce que estaba en la parte central de una zona de control. Ya una vez dentro de la habitación donde permanecería retenido, conoció a su primer compañero.

—Cuando yo llegué había un extranjero, un africano —comenta.

A diferencia de Esteban, el hombre llevaba 17 días preso. 17 días completamente solo.

—Él estaba desesperado. Yo por lo menos estuve unos días solo, pero a los otros días llegó gente, eso anímicamente ayuda.

Los hombres compartieron. Si bien fue sólo un día, Esteban lo recuerda con mucho cariño.

—Me comparte que es cristiano y comenzamos a cantar al Señor, a adorarle, comenzamos a orar juntos y ¿sabes lo lindo que pasa ahí? ¿Cómo vimos el cuidado de Dios sobre nosotros? Que cuando nosotros comenzamos a cantar, los mismos bandidos que me habían recibido con violencia, tocaron la puerta y nos llevaron un alargue. Era una casa sin terminar, entonces ellos tenían baterías recargables y llevaron un alargue con una luz, y cuando abrieron la puerta dijeron: “Tomen, para que oren”.

Frente a la inusitada amabilidad de sus captores, ambos quedaron asombrados.

—Aparte de pasarnos esta luz, entraron y se sentaron al frente de nosotros como verdaderos niños. O sea, imagínate esa escena de ver a tres hombres grandotes, agresivos cuando uno llega, y cómo Dios es capaz de cambiar el ambiente completamente, de cuidar a sus hijos que ponen favor por él. Entonces ellos entran, ofrecen la luz y aparte de prender la luz se sientan para escuchar y hacernos preguntas. Ese fue el primer día. Al día siguiente lo liberaron a él.

“Antoine”

Esteban estima que estuvo entre cuatro y cinco días solo, hasta que llegó un nuevo compañero. Alguien que marcaría este episodio en su vida. Para referirse a él en esta entrevista, le puso por nombre “Antoine”.

—Realmente él fue una bendición para mí. Fuimos muy animados al estar juntos, en los momentos más difíciles. Con él fueron muchos días de poder compartir, de poder conocernos, animarnos, también adorar al Señor juntos, orar… Fueron muchos días así —recuerda.

Mientras Esteban permanecía secuestrado, de manera paralela las autoridades realizaban una serie de diligencias para liberarlo. El 21 de junio, las gestiones llegaron a puerto.

—Cuando yo salgo, no logro retener ninguna información de él, entonces fue como todo súper rápido. Tenía que salir, teníamos que hacer la entrega, toda la cosa de los papeleos, teníamos que ver la posibilidad de si salíamos con los niños del país, en fin…

El tiempo pasó. Entre que salieron de Haití, para descansar de la situación, y volvieron, transcurrieron siete meses.

—Y yo siempre pensando en mi amigo. ¿Qué será de él? ¿Qué habrá pasado con él? Nunca supe nada, ni cuánto tiempo se mantuvo adentro, y siempre fue mi preocupación.

De haber realizado esta entrevista antes, la historia tendría un final distinto. Un desenlace incierto. Pero el escenario es otro.

—Hace dos semanas atrás visité la iglesia de él y me lo encuentro. Fue súper emocionante volverlo a ver, saber que estaba vivo, nos abrazamos y, bueno, ahora nuestras familias son amigas. Así que esas son las cosas tremendas que vemos, cómo Dios nos ha guardado y también nos da alegrías en momentos difíciles.

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