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Violador serial: los relatos tras el psicópata de Tinder que ultrajó y embarazó a víctimas en Santiago

22 abril 2024 | 09:23

10 mujeres. 10 testimonios. Cada una demostró las aberraciones que Alonso Escobar Laínez cometió contra ellas. Todas fueron golpeadas, humilladas y violadas por él, según estableció la justicia. Siempre bajo la misma técnica: creerse un maleante, apuntarlas con una pistola y usar la fuerza. La mayoría quedó con un daño crónico y cuadros depresivos. Con miedo de salir solas. Escobar por su parte lo niega todo, incluso después que el tribunal lo condenara a presidio perpetuo. Su defensa asegura que es un hombre inocente.

Camila tenía 14 años cuando conoció a Alonso Escobar. No con su nombre real. Siempre pensó que al otro lado del chat estaba Tomás Costelo, un italiano de 18 años.

Fue a través de una solicitud de amistad que le llegó el 28 de noviembre de 2016 por Facebook. Un tal Tomasito Beckan quería ser su amigo. Y ella aceptó.

Se juntaron a los tres días. Alonso —o Tomás— le pidió que no fuera a clases y que se reunieran por la mañana en una plaza de avenida Macul en Santiago. Estuvieron ahí hasta el mediodía. Alonso fingió que su mamá le había escrito y necesitaba volver al departamento para dejarle las llaves. Le pidió a Camila que lo acompañara. Quedaba a sólo una cuadra.

Cuando entraron, Alonso cerró la puerta con llave y se la guardó en el pantalón. De su mamá ni una sombra. Le inventó que ya había salido.

Terminaron acostados viendo una película. Camila tenía puesta la falda del colegio y sintió que la estaba manoseando, por encima y por debajo de la ropa. Le rogó que no hiciera nada porque no estaba preparada. Era virgen.

—Ya po. Quiero chingar —la amenazó Escobar.

Insistió que no quería. Ya había tocado todas sus partes íntimas.

Sujetó sus piernas con las suyas para que no se moviera. La abrazó para inmovilizarla. Le rompió el calzón y la violó. Camila se fue con la falda manchada y sin entender qué había pasado.

Dos años más tarde la volvió a violar. A ella, y a por lo menos, otras 10 mujeres más según se lee en la condena dictada en su contra.

Mentiras multifacéticas

Alonso Tomás Escobar Laínez nunca se presentó como tal. A las mujeres les falseaba su identidad presentándose como Tomás o Valentino Costelo. Similar a los usuarios que aparentaba en redes sociales: Tomacito Beckam o Valentino el Príncipe.

Fingía ser italiano o tener familia de sangre europea. Ostentaba ser un narcotraficante peligroso y tener vínculos con mafias, incluso en el extranjero. Vestía ropa de marca y subía fotos con armas.

Un narcisista de tomo y lomo con rasgos psicopáticos, según certificaron dos peritajes psiquiátricos.

Camila lo conoció como un Costelo. Después que Alonso la violó estuvieron tres días sin hablar. No recuerda quién de los dos se volvió a buscar pero sí que como había sido su primera vez, y a sus 14 años, pensaba que eso los convertía en una pareja. Algún tipo de relación que los unía.

Se siguieron viendo. Ella lo invitaba a pasear. Él quería ir siempre a su habitación. Allí la insultaba. Le decía que era cochina y pobre. Que le había contagiado el sida y tenía sexo con otras mujeres. El documento —al que accedió BBCL Investiga— relata:

“Una vez estaban teniendo relaciones y él tomó un electroshock desde el velador e intentó ponérselo en el abdomen. Ella trataba de sacarle el brazo y trató de irse de la pieza, pero él no le abría la puerta. No la dejaba. La tomó del cuello y la tiró hacia la habitación. Al final, luego de seguir insistiendo la dejó ir al decirle que la estaba llamando su mamá. Ella aún tenía 14 años”.

En otra ocasión, Camila contó que Alonso sacó una pistola de un cajón y la apuntó en la frente. Él se burlaba mientras ella estaba paralizaba. Fue la última vez que lo vio hasta octubre de 2018. Dos años después.

Camila escribió en Facebook que necesitaba un cargador. Alonso le respondió por mensaje que tenía uno y se citaron en el portal Ñuñoa. Cuando llegó simuló que lo había olvidado. Dijo que fueran a su casa a buscarlo. Quedaba al frente. Ella lo esperó abajo, al lado de la escalera. Lo apuraba por mensajes. Alonso no sólo no respondía, él también se había llevado su mochila.

Subió a buscar sus cosas y apenas abrió la puerta la encerró con llave.

“La empujó a la cama y se tiró arriba de ella “cerdamente” para que tuvieran sexo. Ella tenía 16 años, e iba en tercero medio. Andaba con ropa de colegio y calzas. Trató de defenderse, pero no pudo. Él ejercía mucha fuerza, la tomó de las manos, la ahorcaba. Se quedó dormido arriba de ella”, detalla la sentencia.

Tres horas más tarde la dejó ir. Camila testificó que Alonso repetía que “le gustaba estar con menores porque era más fácil”.


Violación reiterada

En 2017 Escobar Laínez conoció a dos mujeres más. Lorena fue la primera. Tenía 19 años cuando él —o mejor dicho Tomacito Costelo— empezó a hablarle por Instagram.

Se reunieron en metro Macul. Él la invitó a su casa y terminaron recostados en su habitación. De un momento a otro Alonso le exhibió una pistola. Le reveló que toda la ropa que tenía encima se la robó de una tienda. Lorena se asustó y le pidió irse. La sujetó con fuerza boca abajo en la cama y tiró de sus pantalones.

—No sé por qué todas usan estos pantalones que son tan difíciles de sacarlos —bramó.

En medio de la violación Alonso pidió que le dijera que lo amaba. Cuando lo hizo, se detuvo. A los minutos volvió con dos vasos de jugo.

Lorena también era virgen.

Cuatro meses después se enteró que estaba embarazada.

Ese año ocurrió una tercera violación, la de Antonia. Tenía 17 años cuando le llegó la solicitud de Tomás Beckham por Facebook. La engañó diciendo que tenía 15 años y era un italiano. Que “quería algo serio”.

El plan era reunirse un día de junio a ver películas y comer pizza. Ella aceptó pensando que también estaría su mamá. Se aterró cuando se percató que estaban solos. Era virgen y temía que le hiciera algo. Y lo hizo. Lo único que le imploró Antonia fue que usara condón.

“Botó mucha sangre y pensó que le había llegado la regla. Al día siguiente se despertó sucia. Él se fue a duchar y le comentaba durante el baño sobre el tamaño de su pene. Le pidió que le hiciera su cama porque él iba a ir a trabajar”, reza los antecedentes contenidos en la sentencia.

La violó tres veces esa noche, estimó el tribunal. La humilló, agredió y ridiculizó. Antonia tiene discapacidad intelectual de 17,2%; un retardo mental leve.

El 18 de agosto volvió a escribirle. Parloteó que la extrañaba y que estaba de cumpleaños: “Quería un culión de regalo”.

Su amiga, que en ese momento estaba a su lado, le aconsejó que fuera a verlo. Antonia respondió que no quería. Su amiga insistió.

Esa noche la volvió a violar. Al mes siguiente se enteró que estaba embarazada.

Insultos y amenazas

Los ataques sexuales siguieron durante todo el 2019. La cifra acreditada por la justicia estipula que violó a 6 mujeres ese año. En cada agresión aplicó las mismas mentiras: que su padre era un ex CNI o él era un traficante de drogas. Que si no obedecían enviaría a gente peligrosa para que mataran a su familia.

A todas las contactó por diferentes redes sociales: Tinder, Facebook o Instagram.

Con todas usó una pistola para amedrentarlas y aplicó fuerza para obligarlas a tener sexo. Algunas de ellas declararon que las primeras veces fue consensuado, pero que cuando querían irse de la habitación, Alonso las retenía y las violaba.

Las humillaba. Les gritaba que eran tontas, mapuches, pobres o unas “maracas culiás”. A un par las ahorcó y a una le pegó una enfermedad de transmisión sexual. Otra confesó que la orinó encima.

De estas seis víctimas una tenía 14 años. Relató ante la Policía de Investigaciones que “Valentino” le mostró una pistola riéndose. Conversaron un rato y él dice “culiemos”. Se negó. La ahorcó, la golpeó y la violó.

“Le causó mucho dolor. No estaba preparada para mantener sexo. En el baño ve que estaba sangrando”, narra la denuncia.

Josefina vivió lo mismo. Era estudiante en la Universidad de Chile y el 26 de septiembre de 2019 se juntó con Alonso. Fueron a comprar a un supermercado y él fingió que se le había quedado la billetera. Le pidió que la fueran a buscar a la habitación que arrendaba. Cuando llegaron puso como pretexto que no era necesario volver a salir porque guardaba unas papas fritas.

Fue a la cocina a lavarse las manos y Alonso se puso detrás. Le levantó la falda y le golpeó los glúteos.

—Me encantan los moretones —le soltó. Y la apuntó con una pistola. Para él fue en tono de broma.

Mientras la violaba le decía que iba a tener un hijo de él. Que sería hermoso y que se iban a casar. Minutos antes la había insultado por su color de pelo y piel. Cuando intentó irse le vociferó que era una asquerosa, que cómo no se bañaba. En la ducha la orinó encima.

Intentó arrancar. Alonso la acompañó cada segundo. La manoseó frente a otras personas mientras compraban comida. Su mamá la llamó y de fondo él fingía gemidos sexuales.

Cerca de la una de la madrugada la dejó irse. Terminó en un Cesfam tomando la pastilla del día después.

“¿Entonces pa’ qué viniste?”

—Maraca, pero si para eso viniste, eso es lo que querías.

Martina fue la octava mujer que se atrevió a denunciarlo. Antes y después de violarla la amenazó y denigró. Ni siquiera se atrevió a decirle que no lo hiciera. Luego de ver el arma se quedó inmóvil y no pudo decir una sola palabra. Cuando se salió de encima de ella se fue corriendo al baño. Alonso la culpó por haber ido.

“Sacó un arma y la puso en la cama, le dijo que no es cualquier persona. Se jactó de que su familia en Italia es narcotraficante, y le dice que tengan relaciones, a lo que se negó en dos ocasiones. Entonces él le pregunta ¿para qué viniste? Con términos soeces. Ella le da la espalda en la cama. Le dice “me aburriste, te voy a culiar””, prosigue la sentencia.

Al día siguiente fue a médico. Le recetaron pastillas, la píldora del día después y una inyección retroviral.

Lo mismo le hicieron a Paula. Cuando logró escapar de la habitación de Alonso pidió ayuda a la primera persona que vio en la calle. Fue la única que supo su verdadera identidad. Alcanzó a revisar su celular mientras se duchaba y encontró unos documentos a su nombre. Le sacó fotos y luego huyó.

A las horas denunció a la PDI la violación. Terminó en el Servicio Médico Legal tomándose exámenes que arrojaron positivo para sangre y espermatozoides. Estos últimos coincidían 99% con el perfil genético de Alonso Escobar.

Fue recién en 2020 que el resto de las mujeres se enteraron quién era el hombre que las había violado.

Su última pareja lo funó por redes sociales tras haber estado encerrada. Confesó que ella decidió convivir con él, pero lo que nació de mutuo acuerdo terminó en un secuestro. Alonso no la dejaba salir de la habitación. La amenazaba con una navaja, con un electroshock y con asesinar a sus papás. Decía que sólo iba a ser de él.

El 3 de junio fue la última vez que lo vio. Creó una página en Instagram llamada “funa.alonso.escobar” donde le llegaron más de 15 testimonios. Sólo 10 se atrevieron a denunciar formalmente.

Daño crónico y permanente

La demanda colectiva fue un proceso duro. Cada una de las víctimas tuvo que contar más de una vez lo que Alonso les había hecho. Fueron analizadas por peritos y renegadas por la defensa.

Parte de las conclusiones a las que llegaron distintas psiquiatras fue que todas presentan cuadros depresivos. La mayoría tiene conflictos con la sexualidad, baja autoestima y miedo. Los sentimientos de culpa también afloran.

Lo que predomina es el temor. No quieren salir solas. Cierran y comprueban que las ventanas o puertas estén cerradas. Evitan caminar sin acompañantes por las calles. Eluden tener relaciones amorosas. Hay un “daño crónico” en cada víctima que fue acreditado por las peritos.

Quienes quedaron embarazadas sufrieron frustración laboral y sexual. Tuvieron ideas suicidas. El documento de tribunales expone respecto de una de las víctimas:

“Quería abortar. Se hizo un lavado de estómago (sic). Después quiso tenerlo y luego cayó en depresión. Veía el rostro de la guagua y veía en ella a Tomás”.

Cada una de las mujeres sufre de un trastorno por estrés post traumático crónico. Cambiaron de actitud frente al resto. Se aislaron. Bloquearon sus redes sociales o se cortaron el pelo para que no las reconocieran.

Los profesionales testificaron que las mujeres “no recuerdan lo que les pasó”, sino que en realidad “lo reviven”.

Autoestima sobrevalorada

Alonso Escobar fue sometido a dos peritajes mentales en el que se apreció un patrón en común: una visión egocéntrica de sus necesidades y un manipulador.

“Presenta vínculos superficiales, escasa empatía y remordimiento. Manipula para obtener la satisfacción de sus necesidades afectivas. Egocéntrico. Imagen sobrevalorada de sí mismo. Se siente superior frente a los demás. Culpa a los otros por lo que le pasa”, constata las conclusiones de los peritos.

Quedó estipulado que sí es capaz de distinguir delitos, que no sufre ninguna patología psiquiátrica. Todo se reduce a la visión que tiene de él mismo y cómo se relaciona con las personas.

“Predomina la frialdad emocional y afectiva en los sentimientos, el egocentrismo, la incapacidad psíquica para situarse en el lugar del otro, para ver las necesidades de los otros. Transgrede los límites de los otros, tiene la autoestima sobrevalorada y posee una gran dificultad para empatizar con las necesidades de terceros”.

Aseguran que ningún tratamiento puede rehabilitarlo porque además de rechazarlo, cree que no es necesario.

“No da cuenta de interés de modificar aspectos de su personalidad ni de su conducta, ya que estima que no necesita ningún cambio de nada”.

“No estamos en necesidad de defender a las mujeres”

Pese a todas las pruebas en su contra, su defensa apunta en la misma línea. Enfatizan que Escobar Laínez es completamente inocente y que la funa que inició con su última pareja fue porque estaba celosa. Que su testimonio y el de las otras mujeres son calumnias.

Los abogados que lo representaron en el juicio argumentaron que ninguna mujer fue engañada, mucho menos retenida contra su voluntad porque ellas mismas se los buscaron al estar en Tinder y querer una cita.

—Queda una nube de dudas. Ellas dicen tuve sexo consentido, pero seguramente “no les gustó después y allí paso a ser violación” (…) ¿Hay un hombre que se excedió y la muchacha se sintió ofendida al punto de tomar venganza? Esa es la duda razonable. No hay estupro porque la muchacha que estuvo allí no fue engañada —expusieron en el juicio oral.

Sus razonamientos fueron desechados por el tribunal. En gran parte por caer dentro de lo ofensivo y ser un sinsentido.

—No estamos entonces en presencia de un monstruo que ande violando por la calle a las mujeres impensadamente. Ni estamos en necesidad de defender a las mujeres como si fuera lo último que hay que hacer en la vida —intentaron alegar los abogados.

Negaron las violaciones, el secuestro, y cada una de las acusaciones.

—¿Podríamos decir también “acaso el marido que no deja salir a su mujer la tiene secuestrada?” O cuando le pide sexo en las circunstancias que a él le parece necesario o lo necesita, la tiene secuestrada? (…) ¿El secuestrador la tenía “atrapada como aquellos terroristas palestinos que van a atrapar israelíes y les dicen nos quieren o no nos quieren”?

Presidio perpetuo

Toda la prueba de la defensa fue desestimada por el Séptimo Tribunal de Juicio Oral de Santiago. Contrario a lo que expusieron, el Ministerio Público probó que Alonso Escobar violó a 10 mujeres usando la fuerza. Corroboraron cada uno de sus testimonios, los que por unanimidad de los jueces, eran consistentes, congruentes y acreditaban los hechos.

Lo condenaron a presido perpetuo por “la cantidad de las víctimas, la extensión del mal causado, y porque dos de ellas quedaron embarazadas”. Los delitos que se le imponen son violación reiterada y secuestro con violación.

Adicionalmente se incorporó una demanda de reclamación de paternidad para solicitar la pensión de alimentos.

La nueva defensa de Alonso que asumió el 10 de abril de 2024, compuesta por Constanza Ávila Saona e Ignacio Moya Guzmán, expuso a BBCL Investiga que interpondrán un recurso de nulidad. Apuestan a su inocencia y buscan que lo absuelvan.

—En este caso en particular se aplicó una pena dictada con posterioridad, que es más gravosa que la que existía a la fecha de los hechos. Esa situación es muy grave y por supuesto no corresponde por que infringe un principio básico del derecho penal. Por lo tanto, confiamos en que la Corte Suprema anule este juicio y la sentencia.

Los nombres de las víctimas han sido modificadas para resguardar sus identidades y su seguridad.