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Murió en brazos de su padre: el sicariato por error que arrebató la vida de Agustina de 10 años

Murió en brazos de su padre: el sicariato por error que arrebató la vida de Agustina de 10 años

Domingo 10 marzo de 2024 | 06:02

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Edición BBCL

Cuando cayó la primera bala pensaron que era un fuego artificial. La segunda aterrizó en el parabrisas y con la tercera ya fue demasiado tarde para reaccionar. Agustina estaba desangrándose en el asiento del copiloto, mientras su padre, sin dejar de manejar, intentaba tapar su herida. "Se me puso heladita, no tenía pulso en la muñeca", recuerda de esa noche. La intentaron reanimar durante 50 minutos pero la situación era irreversible. Su hija había muerto por un sicariato por error.

—No sería una bala loca en los términos de que lo que se tiene como antecedentes.

Con esas declaraciones se presentó el fiscal Paul Martinson a los medios de comunicación el 14 de enero de 2024. Ese domingo por la mañana explicó que los disparos que dejaron a una niña muerta fueron evidentemente contra el vehículo. Que no se trataba de ningún intento de robo, más bien era un ataque directo.

Para el lunes, el padre de la menor, Dante Chacón, tuvo que salir a aclarar lo que se divulgó durante todo el fin de semana. Apareció en televisión arguyendo que no era un ajuste de cuentas como le enrostraban. Que venía de su trabajo y lo atacaron en la rotonda sin saber por qué. Pero para entonces, hasta su familia dudaba de si estaba involucrado.

Le daba rabia, admite. 48 horas atrás había visto morir a su hija de 10 años en sus brazos. A la Agu como le decía él. Al amor de su vida. Cargaba con la culpa de haberse desviado del camino, de haberla recogido tarde esa noche y de ver cómo una bala le atravesaba el tórax. Ahora, se le agregaba un peso extra y las dudas recaían sobre él.

Por eso es que cuando detuvieron a un colombiano 32 días más tarde se sintió aliviado. En parte. También sintió rabia al enterarse que la muerte de su hija fue un sicariato por error.

La primera mujer en la familia

La llegada de Agustina les trajo a todos un cosquilleo en el estómago. Cuando Camila Godoy llegó a urgencias por síntomas de resfrío nunca pensó que saldría con una prueba de embarazo positiva. Fue puro nerviosismo y felicidad. Ella tenía 19 y él 27 años. Ambos se convertirían en padres primerizos.

—Para mí fue lo más maravilloso que me pudo ocurrir —recuerda Dante de ese día.

A los cinco meses se hicieron una ecografía. La sala estaba repleta de familiares. Ni sus tías quisieron estar ausentes. Se enteraron al unísono que vendría una mujer. Y en una familia sólo de hombres la noticia fue una bomba de felicidad.

Complicaciones no hubo en todo el proceso. Entre los antojos de Camila que pedía tallarines con salsa planificaron el día de nacimiento.

—Fue maravilloso, desde el día número uno fue el amor de mi vida —revive su padre—. Fue perfecto al momento de nacer, no tuvo complicaciones. Y esos ojitos tan tiernos que tenía. Nunca me pude explicar por qué era tan especial.

Ambos coinciden en que su Agu era muy tranquila. Que cuando los dos trabajaban y debía quedar al cuidado de sus abuelos todos querían turnarse para estar con ella. Pasó sus primeros años en Cerillos hasta que se trasladaron a Maipú. Allí cumplió sus dos años, que fue cuando Dante y Camila se separaron.

—Nos separamos pero siempre nosotros tuvimos una buena relación para todo —detalla Camila—. No sé, si había que ir al cine, salíamos con ella. Si había que ir a cualquier parte salíamos los tres juntos.

La ruptura afectó sus rutinas. Camila terminó en San Antonio y Dante en Quilicura. Agustina siguió en Maipú porque no quiso cambiarse de colegio. Por eso se trasladaba sábados y domingos con su mamá y en la semana se quedaba en casa de sus abuelos paternos. Esas reglas se mantuvieron hasta que Agustina cumplió 10 años y cursaba cuarto básico.

Aunque según calendario el sábado 13 de enero debía estar en San Antonio con su mamá, Dante llamó a Camila para pedirle que se quedara. Tres días antes fue su cumpleaños y quería celebrarlo con su hija en un almuerzo familiar de domingo.

Agustina

6 balas

Salió pasadas las 21:00 horas de su trabajo ese día y se fue directo a la casa de sus padres. Minutos antes le avisó a Agustina que dejara todo listo porque apenas llegara se irían a Quilicura. Su hermana pequeña la esperaba para ver películas y le preocupaba andar de noche con ella. Se quedó unos minutos mientras se despedía de sus abuelos y arrancó el auto otra vez. Eran las 22:00 horas.

Manejó tres minutos y se detuvo frente a la casa de un amigo para venderle unos neumáticos que le había pedido la semana pasada. Llamó una vez, golpeó la puerta y no salió nadie. No insistió más. Se dio media vuelta y volvió a encender el motor. Agustina iba de copiloto.

Mientras giraba dos cuadras más allá para volver a la intersección vio a tres hombres en una esquina. No le importó. De fondo divisaba niños jugando, gente transitando y un local de comida rápida abierto. Eran casi las 22:05 cuando padre e hija percibieron las balas en su camioneta.

—El primer disparo nosotros lo sentimos como si hubiese sido un fuego artificial, sin ningún recuerdo. El segundo fue en la camioneta, en el parabrisas. Y ya para el tercero no alcanzamos a reaccionar.

Las seis balas cayeron como ráfagas. Lo primero que hizo Dante fue mirar a Agustina para preguntarle si estaba bien. La vio desvanecerse. La tomó en brazos y manejó con ella taponeándole la herida para que no siguiera perdiendo sangre. A cinco cuadras distantes vivían unos familiares.

—Toco la bocina y empiezo a gritar por ayuda. Ellos salieron y se fueron manejando hacia el hospital.

Él iba sentado atrás con su hija en brazos intentando tapar la herida. No quería mirar, anhelaba que sólo se hubiese desmayado.

—Después se me puso heladita, no tenía pulso en la muñeca, en el cuellito.

En el hospital pasaron 50 minutos intentando reanimarla en pabellón. Tenía dos impactos de bala, uno directo en su tórax.

“La mataron”

Desde San Antonio, Camila recibió la noticia a través de un llamado. Fue la abuela de Agustina quien intentó contarle. Le pedía que fuera lo más rápido posible, aunque con lo confuso de la situación, pensaba que los disparos le habían llegado a Dante. Camila se desesperó:

—Pesqué el auto y no sé en cuántos minutos llegué. Y llego y ahí ya los vi a todos llorando. Hasta que subí y él (Dante) me dice “Cami, la mataron, la mataron”.

Ahí mismo le preguntó en qué andaba metido. Si los conocía o por qué le habían disparado. Dante rebobinó los últimos minutos para aclararle que no entendía. Que sólo se había desviado unos minutos cuando los atacaron. En su mente todavía no asimilaba la muerte de su hija.

—Fue el momento más terrible que he pasado en mi vida. No, no tenía… no tenía explicación, para mí era una pesadilla, quería despertar —recapitula hoy, a más de un mes de la tragedia.

A la mañana siguiente apareció el fiscal en televisión descartando de golpe que no era una bala loca ni un intento de robo. No desechaban ninguna hipótesis, pero se olía un ajuste de cuentas.

A menos de 24 horas de haber recibido la noticia con la muerte de su hija, Dante tuvo que aclarar frente a todos que él no estaba involucrado en nada.

—Fue también lo que pensó la mayor parte de la familia porque como lo dijeron en los medios. Yo creo que mucha gente que no me conocía realmente quedaron con la duda.

Disparos por error

El miércoles 21 de febrero, a un mes de la muerte de Agustina, Carabineros detuvo al colombiano Joan Díaz Mosquera. Una vez más, el fiscal Paul Martinson explicó a los medios que a través de la revisión de redes sociales y la intervención telefónica lograron detener a quien sería el integrante de una banda criminal y el -hasta ahora- único autor de los disparos.

—Se habría producido un error en este caso —evidenció el persecutor— me refiero a que se le habría encargado al detenido dispararle a otra persona, la muerte de otra persona, que tendría un vehículo de similares características en el que transitaba la menor con su padre.

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En ese mismo comunicado eliminaron cualquier posibilidad de que Dante haya tenido algún vínculo con quienes mataron a su propia hija. Por una parte, reconoce, la noticia le quitó un peso de encima. Pero al mismo tiempo lo volvió a hundir en la negación de que todo era un sueño.

—Fue un poco de alivio. Me alivió un poco para que muchas personas que dudaron quedaran claras. Por otra parte sentí rabia e impotencia. A la vez también un poco de nostalgia ya que empezaron a explicar cómo pasaron las cosas.

Camila siente lo mismo. Confiesa que ahora se levanta para cuidar a sus otro hijo, pero que le quitaron a su princesa. Que no entiende por qué le pasó a su hija, que era una niña tan buena.

—Es que es muy triste, es algo que no tiene explicación, en realidad es un sentimiento que… estoy como muerta en vida —expresa.

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