Cuidar las instituciones es cuidar la democracia. Y para cuidarlas, el comportamiento ético de sus funcionarios debe tener a la vista siempre la verdad. Aunque cueste puestos, reproches populares o funas partidistas. Suena duro, pero es una verdad del porte del palacio de La Moneda. Y la verdad hay que decirla, por costosa, poco sexy y bajo rating que tenga. Y la historia de Chile demuestra que hablar con la verdad tiene sus costos, especialmente en las horas más oscuras, pero paga. La dolorosa y valiente historia de la Vicaría de la Solidaridad es una gran prueba de ello.