Ya no quedan dudas de que nos gusta el fútbol. De que somos un país que vive y se desvive por la ‘pelotita’. Que sufre, que llora, que se alegra o se enoja cuando ve que los once tipos que están en la cancha no están haciendo la pega como se debe.

Y ojo que no los culpo. No podría. Porque yo también vengo de un barrio donde no se jugaba otra cosa que no sea el fútbol. Donde el partido duraba hasta que la luz del sol se apagaba. Donde los arcos se hacían con piedras o “champas” de pasto. Y donde el “último gol gana” se respetaba y tenía tanto valor como la “varita mágica” del cachipún.

Por eso, repito, no los culpo. Pero hay cosas que ya están cansando. Como por ejemplo que seamos capaces de aguantar que en las noticias, en el matinal, en el trabajo, y hasta en la casa que estén dos, tres, cuatro o cinco días hablando de lo mismo.

Y esto es precisamente lo que más me sorprende y me ha motivado para escribir estas líneas. Porque si bien a mí también me dolió la derrota por 3 tantos a 0 ante Brasil -y me desmoronó la no clasificación de Chile al Mundial de Rusia 2018-, creo que ya hay que dar vuelta la página.

No es posible que aún cuando ya hayan pasado los días continuemos lamentándonos con el mismo tema. Ya fue, muchachos. Dejemos de llorar porque no hay recambio para Sánchez, Medel o Bravo y levantemos la cabeza para ver que el espectáculo está en otra parte.

En Joaquín Niemann por ejemplo. Un cabro que este año se convirtió en el golfista número 1 del mundo en su divisón y, que a su corta edad, ya se postula como el mejor exponente de su disciplina en la historia chilena.

En la Amanda Cerna y Mauricio Orrego, también. Dos deportistas paralímpicos que a punta de esfuerzo, lograron correr tan rápido en Suiza que dejaron la bandera nacional en lo más alto del cetro mundial.

En la Sofía Riess, igual. La joven promesa del patinaje artístico que se apuntó con lo suyo al titularse campeona del Torneo Internacional de Patinaje Artístico “Campionati Italiani Uisp 2017” que se celebró en Bolonia, Italia.

En la Melita y la Antonia Abraham, quizás. Las hermanas de oro que remaron tan fuerte que se alzaron con el título mundial de la categoría sub23 en julio recién pasado.

Lo mismo que el Claudio Romero. Ese que parece que no tiene límite y que, con tan solo 17 años, envió la bala tan lejos que bajó el título mundial de la especialidad.

En el Pablo Quintanilla. El piloto que hace poquitos días le puso quinta a su moto y se tituló bicampeón mundial del Rally Cross Country en Marruecos.

En la ‘Pepa’ Moya y sus veloces patines. En la fuerza de Natalia Duco para arrojar la bala o en las brazadas perfectas de Kristel Köbrich.

O en la Valentina Ríos, Laura Acuña, Nicolás Burgos, Maximiliano Flores, Fernanda Iracheta o Aiyelen Leal, nombres que a más de un chileno no le suenan “ni en pelea de perros”, pero que son parte del Team Chile que sumó 88 medallas en la segunda edición de los Juegos Suramericanos de la Juventud que se desarrollaron en Santiago la semana pasada.

Y así podría continuar toda una tarde: nombrando y nombrando a exponentes chilenos que han podido destacar a pesar de todas las dificultades.

Porque me desencanté del fútbol. Ojo, de verdad, no por el mal resultado de esta Generación Dorada a la que debemos estar eternamente agradecidos. Pero me cansé de que el espectáculo esté aquí y hagamos caso omiso de eso. Me aburrí de qué lloremos sobre la leche derramada. Me agotó que de que existan deportistas que no están recibiendo las “lucas” que se merecen.