Chile llegaba al Preolímpico del 2000, en Londrina (Brasil), con la moral en alto. El fútbol nacional se había hecho respetar internacionalmente tras la clasificación al Mundial de Francia y el cuarto lugar en la Copa América del 99′. Estos muchachos, sub 23, querían tomar la posta del legado dejado por los adultos. Nelson Acosta, el DT que llevó a Chile a los citados éxitos, sería el encargado de guiarlos. Todos ya tenían recorrido en primera división e incluso e incluso algunos ya habían dado el salto al exterior.

David Pizarro, Claudio Maldonado y Héctor Tapia ocupaban los roles estelares, acompañados de buenos secundarios como Rodrigo Núñez, Cristián Álvarez, Rodrigo Meléndez, Julio Gutiérrez y Javier Di Gregorio. Ese torneo sudamericano fue un hervidero de talento en ciernes, un punto de encuentro de jóvenes promesas que más tarde se adueñarían de la escena internacional: Ronaldinho, Adriano, Claudio Pizarro, Roque Santa Cruz, Fabián Vargas, Juan Arango, Fabián Carini, Pablo Aimar, entre tantos otros. En medio de esa constelación de estrellas, Chile quería estar a la altura.

Los nacionales quedaron emparejados con Brasil, Ecuador, Venezuela y Colombia en el grupo A. El sorteo dictaminó que el debut fuese ante el dueño de casa: el Brasil comandado por Vanderlei Luxemburgo en la banca y en cancha por un imberbe Ronaldinho que ya derrochaba magia. Acosta planteó un partido áspero y muy cerca de su propio arco. A la “Verdeamarela” se le vio incómoda en los primeros minutos. Lo que debía ser una fiesta ante su gente, estaba lejos de suceder.

Pero la coraza chilena poco a poco empezó a resquebrajarse. Ronaldinho despertó al titán apaciguado. Las llegadas se sucedían una tras otra en la portería de Di Gregorio, ya convertido en la figura excluyente del partido. Cuando no tapaba el golero, los palos ayudaban. Ya de tanto ir, Brasil abrió la cuenta a los 63’ con un gol de Alex. Ya está, historia sellada, se aguantó hasta donde se pudo. Pero aún había algo que decir: David Pizarro cogió un rebote a la entrada del área grande y con un remate a tres dedos la metió en el ángulo. Un golazo de escándalo que a lo postre sería el último gol de aquella tarde.

A Chile le tocaba ratificar el buen resultado ante Brasil frente a Ecuador. En los del Guayas asomaban Néicer Reasco, Edison Méndez, Walter Ayoví e Ivan Kaviedes, jugadores que años más tarde serían la base de la selección adulta que clasificaría a dos mundiales consecutivos. Se esperaba que Chile, envalentonado por un empate con tintes de hazaña en el debut, venciera sin dificultades a una selección que en el papel era mucho más débil. Sin embargo, la “Roja” nunca encontró la fluidez en ataque para inquietar al golero Edwin Villafuerte.

Peor aún, los ecuatorianos se adelantaron en el marcador merced a una exquisita definición de Reasco. En ese momento crítico, los de Nelson Acosta encontraron la calma a través de un penal convertido por Héctor Tapia. Sería Tapia, por la misma vía, el que sellaría el triunfo sobre el epílogo. Chile sacó la tarea adelante, pero sembró varias dudas.

Pero esas sombras fueron despejadas en el siguiente partido. Chile batió sin problemas a la Venezuela de Juan Arango y del que doce años más tarde sería arquero de Colo Colo: Renny Vega. Un doblete de “Tito” Tapia y un tanto de “Manolete” establecieron un rotundo 3 a 0. Ahora se venía Colombia, el rival directo para la clasificación, pero que tras un triunfo ante Ecuador en el debut no pudo pasar del empate ante la “Vinotinto”.

Chile entró lleno de confianza al Estado do Café. Un empate le bastaba para clasificarse. Pero esa confianza se fue menoscabando con sucesivos golpes que detonaron con fuerza en el armado nacional. León Darío Múñoz puso el primero a los 16’ y a los 29’ estiró las cifras. Dos goles abajo, la “Roja” adelantó sus líneas y los “cafetaleros” se agazaparon esperando la oportunidad correcta para arremeter con una contra. Así llegó el tercero, obra del mismo Muñoz a los 53’. Un espectacular remate de Rubiel Quintana desde fuera del área, a los 59, significó la cuarta estocada. Un minuto después, Mayer Candelo, futuro Universidad de Chile, montó un parque de diversiones en la zaga chilena y decretó el quinto tanto. Un postrero tanto de Julio Gutiérrez maquilló mínimamente la ostentosa caída.

El sueño olímpico había sido destruido. Chile, como tantas otras veces, pasaba a depender de la calculadora, aunque esta vez necesitaba de un verdadero milagro bíblico. La única forma de clasificar al cuadrangular final era que Colombia cayera por una diferencia de al menos siete goles con un Brasil fuertemente criticado por su rendimiento. Ni los más optimistas daban crédito a un marcador tan abultado.

El mito dice que Nelson Acosta fue el primero en embarcarse de vuelta a Santiago. El plantel lo haría una vez finalizado el partido. El check out del hotel ya estaba listo y solo unos pocos fueron a ver a brasileños contra colombianos. La mayoría optó por ir al aeropuerto.

Colombia salió a jugar con desparpajo. Un empate los clasificaba a ellos y a los brasileros, pero su contundente victoria frente a Chile les dio bríos para ir a ganar ante el local, que no había mostrado nada extraordinario salvo su paleta de individualidades. Con solo un mediocampista de contención y dos por las bandas, los cafeteros saltaron a la cancha a dar el gol a la cátedra. Lo que sucedió fue inesperado, improbable o incluso surrealista.

Brasil se desató y con un carnaval a puro samba y goles derrotó a la visita por 9-0. El equipo revelación había sufrido la más humillante de las derrotas y, de paso, le abrió la puerta a Chile para el cuadrangular final.

Dicen que Nelson Acosta estaba haciendo un asado en su casa y al enterarse de lo acontecido viajó rápidamente a Brasil para sumarse a Héctor Pinto, el ayudante que había quedado a cargo del equipo.

A Chile le tocó arrancar la fase final con Uruguay. Y lo hizo a lo grande. Sin complejos y jugando un gran fútbol, la Roja dio un golpe de autoridad: 4-1 antes los charrúas. Julio Gutiérrez abrió la cuenta (27’), pero Coelho emparejó las cifras al filo del primer tiempo. En el segundo tiempo Héctor Tapia, Rodrigo Ríos y David Pizarro se hicieron presente en las redes para decretar el triunfo.

La euforia de la victoria se vio aplacada por Brasil. Acosta planteó un partido muy similar al de la primera fase: reducción de espacios, marca férrea y nada de florituras. El plan iba bien hasta el primer tiempo, los equipos se fueron 1-1 a los vestuarios, pero a la vuelta los dueños de casa encontraron el camino con goles de Ronaldinho y Baiano.

Todo se definiría en la última fecha. Chile se mediría ante Argentina, rival que tenía los mismos puntos y la misma diferencia de gol. Sería lo que en el argot futbolero se llama partido de vida o muerte por el segundo cupo a los Juegos Olímpicos de Sidney 2000.

La escuadra de José Pekerman tenía jugadores de fuste como Pablo Aimar, Javier Saviola, Diego Milito, Diego Placente y Esteban Cambiasso. Eso, sumado a un historial muy favorable ante Chile, hacía a Argentina favorita para el decisivo encuentro.

Acosta, fiel a su estilo, no cambió el libreto. Fue un partido intenso, no muy bien jugado, con los brasileños en las gradas apoyando a Chile frente a su eterno rival. La “Roja” se arropó cerca de su arco y no pasó grandes zozobras, es más, tuvo las mejores opciones para batir a Cristián “Tigre” Muñoz. El tiempo corría y se tensaban aún más los nervios. En el minuto 43 del segundo tiempo, el wanderino Rodrigo Núñez abrió para un Rodrigo Tello que apareció destapado por el flanco izquierdo. El lateral de la Universidad de Chile tuvo tiempo de avanzar y preparar el gatillo para sacar un potente zurdazo, rastrero y cruzado, que Muñoz apenas pudo repeler. El rebote cayó en área chica y el primero que llegó a la cita fue Reinaldo “Choro” Navia, quien con el arco a su disposición no tuvo problemas para anotar. El equipo que estaba finiquitado se terminaba metiendo en la cita de los anillos.

Meses más tarde -y con Iván Zamorano, Nelson Tapia y Pedro Reyes como flamantes refuerzos- la selección se fue a Sidney. En suelo australiano, y con una campaña que incluyó un inolvidable triunfo ante España, Chile consiguió una inédita medalla de bronce. Fue el pináculo de una generación que pudo haber dado mucho más. Nunca se clasificaron a un Mundial y pasaron con más pena que gloria en Copa América. Pero siempre quedará aquel gol de Navia en esa tarde de verano de hace diecisiete años.