El Borussia Dortmund le estaba robando un empate al Tottenham en Wembley por la primera fecha de la Champions League. En un grupo que tiene al Real Madrid como seguro ganador, vencer a los alemanes era vital para el cuadro del norte de Londres.

Los nervios se sentían. Pero estando Harry Kane en cancha siempre hay esperanza. Ya había dado la asistencia para el gol de Son e iba por más. Un pelotazo alto y largo lo encontró abierto en la izquierda. El control y la conducción fueron de libro. Se sacó a Sahin de encima, luego dejó a Papastathopoulos tumbado en el césped a pura guapeza y se metió al área. Dos compañeros le marcaron el pase por el centro, pero él no pudo con su instinto voraz. Enfrentó a Toprak y con un gesto mínimo se hizo espacio para meterle todo el empeine de su botín izquierdo a la pelota, que salió disparada con la violencia de un balazo. El topetazo apenas le dio tiempo de estirar la mano a Burki. Un estruendoso rugido destensó las gargantas de Wembley. En el segundo tiempo sellaría la victoria con su segundo gol. Fue su noche. Otra más.

Harry Kane es un perfecto caballero inglés. No bebe alcohol, no se va de fiesta a las discotecas y juega golf en sus tiempos libres. Flemático, siempre mide sus palabras y su engominado pelo rubio no se despeina ni cuando salta a cabecear. Parece un anticuado que nada tiene que ver con la excentricidad de las grandes estrellas. Usa blazers y chaquetas a cuadro. Hoy es venerado y codiciado por varios. Pero para triunfar hay que sufrir. Su presente se forjó a partir de una seguidilla de rechazos que empezaron desde niño y lo acompañaron en los primeros años de profesionalismo.

“Él es uno de los nuestros”, le canta la hinchada de los “Spurs” en cada partido, hinchando el pecho de orgullo por ese goleador tan suyo, gestado en las entrañas del club. Pero la historia de Kane arrancó al otro lado del norte de Londres, con los odiados vecinos del Arsenal. Tenía ocho años y jugaba en las inferiores de los “gunners”. De un día para otro lo sacaron a la calle. Cruzó la vereda y se enroló en el Tottenhan. Allí también lo desafectaron, hasta que lo ficharon definitivamente cuando tenía 11 años y ya estaba en Watford. Aunque él ha declarado a los cuatro vientos su amor por el equipo blanco, hasta el día de hoy los fans del Arsenal sacan a relucir la imagen de un niño con la camiseta de su equipo y con el pelo teñido de rojo celebrando el título de Los Invencibles de 2003-04.

Kane creció admirando el poder de fuego de Teddy Sheringham, el icónico delantero inglés de los ’90. Quería anotar tantos goles como él, aunque en su club no siempre lo ponían de delantero. Jugaba de mediocampista ofensivo e incluso en la contención. “Se movía ligeramente desmañado, era un poco torpe. Pero si lo veías de cerca, tenía mucha habilidad y una gran técnica. Sorprendía lo bueno que era”, dijo Alex Inglethorpe, entrenador de las series menores del Tottenham.

Kane era un buen proyecto. No extrañó que lo llamaran a entrenar con el primer equipo. En la campaña 2009-10 estuvo dos veces en la banca. Sin embargo, nadie pensó que se convertiría en una estrella. Luka Modric, Gareth Bale y Rafael van der Vaart, sus compañeros en ese entonces, han confesado que no le tenían mucha fe. Ni tampoco el club. Para la siguiente temporada empezaron a mandarlo a préstamo una y otra vez.

Leyton Orient, Millwall, Norwich City y Leicester pasaron en apenas tres años. Temporadas de gloria ocasional, de uno que otro gol, de lesiones feas y de frustraciones. Se terminó quedando en el Tottenham en 2013 solo porque la dirigencia no pudo fichar otro delantero.

“No voy a nombrar a nadie, pero no fue una sola persona del club, eran varios quienes querían desprenderse de él, algo que jamás hubiese permitido”, contó Tim Sheerwood, el técnico que empezó a darle minutos en el cuadro londinense y al que le respondió anotando sus primeros goles con la camiseta blanca.

Mauricio Pochettino tomó el banquillo de los “Spurs” a inicios del curso 2014-15. Sus delanteros titulares eran Adebayor y el español Roberto Soldado. Kane quedó relegado a un rol secundario. Jugaba los partidos de Copa de Liga, de la FA o de la Europa League, lo que le cayera. Hasta al arco se puso en un encuentro para salvar el barco. En noviembre de 2014, en un duelo ante el Everton, Pochettino lo puso desde el arranque casi por obligación. El atacante no embocó, pero le demostró al argentino que era un delantero que sabía medir los tiempos, que podía conectar el mediocampo con el ataque y ayudar en defensa. A partir de ahí no soltó más la camiseta de titular.

Los goles llegaron por montones. Remates brutales que dejaban petrificados a los porteros o inventos en el área que desmentían a los que veían en él a un corpulento “pies de ladrillo”. Los metía de a dos, de a tres. Se exhibió ante el Chelsea, Liverpool y Arsenal. Sumó sus primeros galardones como jugador del mes y el Tottenham, consciente de que les podían robar la joya que habían despreciado, le hizo un contrato acorde a su estatus de figura en ciernes.

El ex seleccionado inglés y leyenda del Liverpool, Jamie Carragher, le dedicó un elogio que se volvió viral: “Kane está tan en forma que puede ganar los realities The X Factor, Strictly y The Boat Race”.

Su convocatoria al equipo nacional era clamor popular en un país necesitado de héroes que lo saquen del oscurantismo futbolístico. Desde la erupción volcánica de Rooney en los primeros años de los 2000 que un jugador inglés no suscitaba tal entusiasmo. Roy Hodgson hizo realidad el sueño del niño que se pintaba la bandera inglesa en la frente para ver los partidos. El 27 de marzo de 2015 entró por Rooney en un cotejo ante Lituania. Setenta y nueve segundos después, a pase de Sterling, anotó su primer gol para el equipo de la rosa. “Es como un cuento de hadas, y es bueno cuando los cuentos de hadas se hacen realidad. Hoy se hizo realidad para Harry”, comentó el DT Hodgson finalizado el encuentro. Kane nunca más se fue.

Kane explotó con la incandescencia de una supernova. Pero la prensa inglesa aún dudaba, se preguntaba si esos seis meses serían el mejor recuerdo de su vida o el comienzo de algo grande.
“Yo también fui un fan y si alguno aparece inesperadamente y mete 31 goles en una temporada, pensaría ¿lo volverá a hacer? Tengo mucha confianza en mí mismo y creo que volverá a suceder. Creo que solo seré mejor y mejor. Es lo que hacen los grandes jugadores, no aflojan con nada”, respondió Kane. Y no aflojó. A la temporada siguiente se coronó como goleador del torneo, logro que ningún jugador de Inglaterra lograba desde que Kevin Philipps se llevara la Bota de Oro jugando para el Sunderland el año 2000.

Pelé lo elogio, su entrenador lo comparó con Gabriel Batistuta, le dieron la camiseta número 10 y el Real Madrid se interesó en él. Se ganó portadas de revista y la jineta de capitán de su equipo con solo 21 años. El Tottenham lo bañó en oro con un contrato que lo convirtió en el mejor pagado en la historia del club. Él respondió repitiendo como máximo goleador de la Premier y guiando a su equipo a un histórico segundo lugar en la liga. Nadie pudo vislumbrar lo que se venía hace tres años, nadie excepto él.