El pequeño pueblo inglés de Ashbourne queda dividido por una pelota. Con cielos grises, algo de nieve y árboles deshojados como telón de fondo, dos mitades se enfrentan con la solemnidad de las grandes ocasiones dibujada en el rostro.

Por un lado están los nacidos al norte del río Henmore (los Up´ards) y por el otro los del sur (los Down´ards). Ambos bandos aguardan por el momento en que la pelota es lanzada al aire para iniciar esta brega de tintes medievales. Así, empieza el Royal Shrovatide, un partido de “fútbol” caótico, disputado en una cancha kilómetrica y que se extiende por dos días.

Una vez iniciado el cotejo, el fútbol se confunde con el rugby. No hay gambetas ni ninguna floritura. Rara vez la pelota es pateada. Sí hay codazos, manotazos y empujones por montones. Los miles de jugadores de cada equipo, con espíritu temerario, no dudan en lanzarse al suelo si es necesario. Se arma una tole tole, similar al scrum del rugby, en las que asoman gigantescas cadenas humanas que buscan y protegen el balón como un tesoro.

Royal Shrovetide Football | Agence France-Presse
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Excepto por los cementerios, iglesias y los jardines conmemorativos del pueblo, todo es cancha. Las calles y los campos se impregnan del bramido violento del juego. Pero es en el río, con el agua hasta la cintura, donde se centra la mayor parte de esta batalla campal.

El juego transcurre en dos tiempos de ocho horas. Uno el Martes de Carnaval y otro el Miércoles de Ceniza. El cotejo inicia a las dos de la tarde, hora local. En medio de un ritual ceremonioso se entona “Auld Land Syne”, una canción clásica escocesa, y el himno británico “God Save the Queen”. El partido tiene como tope las diez de la noche. Si se anota un gol después de las cinco de la tarde el partido se detiene, en cambio, si el gol es anotado antes, se continúa jugando.

Para ganar, el equipo debe lograr llegar con la pelota al molino custodiado por el cuadro contrario. La separación entre cada “portería” es de cinco kilómetricos. El tanto tiene sus reglas especiales, para que sea válido el balón se tiene que patear tres veces contra las paredes de piedra del molino. El honor de anotar recae en una sola persona, escogida de entre las familias con más tradición en el pueblo. El goleador es llevado como héroe, en hombros, hasta el pub Green Man donde es agazajado.

Royal Shrovetide Football | Agence France-Presse
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Los jugadores se preparan desde navidad para estar a tono. Se juega duro. Cada año hay tobillos torcidos y costillas rotas, pero todo, aseguran, en buena lid. “Cuando uno se cae, generalmente se le ayuda a levantarse”, explica Roy Murfin, de 54 años

Este encuentro se disputa desde 1667, pero que se cree empezó hace unos mil años usando como pelota una cabeza humana, dato que no ha podido ser corroborado debido a un incendio que destruyó los antecedentes en 1690.

Es el evento del año en Ashbourne: los artistas del pueblo diseñan un balón especial y lo rellenan de corcho para que pueda flotar en el agua. Leyendas del fútbol inglés como Stanley Matthews, Brian Clough y Roy McFarland han participado. Hasta la corona británica ha llegado al costumbrista evento, que cuenta con el rótulo de “real” desde que en 1928 asistiera el que más tarde sería monarca: Eduardo VIII. La imagen del príncipe Carlos, ferviente defensor de las tradiciones rurales inglesas, en andas para dar inicio al partido es una postal de museo.

Este año, como siempre, en Ashbourne tienen todo listo para disputar el partido más violento y largo del mundo.

Royal Shrovetide Football | Agence France-Presse
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