El número de futbolistas chilenos en México sigue creciendo de cara al próximo campeonato. A los ya conocidos fichajes de Felipe Flores por el Veracruz y del enigmático Sergio Vergara por el Pachuca, esta semana se han concretado tres más. Nicolás Maturana se sumó a la armada nacional en el Necaxa, el ex audino Juan Cornejo pasó al León y Nicolás Castillo es la nueva promesa goleadora de los Pumas de la UNAM.

Con ellos, son 19 los nacionales que militan en la primera división azteca. Al contingente se le podrían sumar Mauricio Pinilla y Óscar “Torta” Opazo, según rumores. Solo Argentina y Colombia aportan más extranjeros a la liga.

Este tropel, con la gambeta endiabla y la mejor faceta anotadora de Edson Puch, los pases entre líneas de Diego Valdés, la regularidad de Rodrigo Millar, la firmeza de Osvaldo y Marco González en defensa, y el espíritu de corredor kilométrico de Felipe Gallegos, ha vuelto a poner en primera plana a los futbolistas nacionales en el país de América del Norte.

México ha sido tierra generosa con los futbolistas chilenos, el lugar donde muchos han encontrado el éxito negado en otros destinos. La migración a territorio azteca tomó fuerza en la década del 70. La liga mexicana seducía con su dinero, pero era mirada con recelo e incluso con desprecio por algunos peloteros chilenos. Para muchos ir allá era rebajarse.

Entre los que se atrevieron a dar el paso destaca el copiapino Osvaldo “Pata Bendita” Castro y la gloria de la Universidad de Chile, Alberto Quintano. Ambos fueron estrellas. Uno anotando a destajo con la camiseta del América, el otro como el implacable mariscal de la defensa del Cruz Azul. Pedro Araya, aquel habilidoso puntero que fue apodado el “Garrincha chileno” y que brilló en el Ballet Azul, también dejó su rúbrica.

Pero el que tuvo más impacto de la primera oleada de futbolistas chilenos que arribó a la tierra de los mariachis y del tequila fue Carlos Reynoso. Destacar sus títulos y goles con el América es quedarse corto. El enganche trascendió todos los límites para convertirse en una figura mítica. “El mejor extranjero que ha jugado en México”, “el maestro”, “el americanismo encarnado”, son algunas de las formas en que se le ha definido. En 2008, el club azulcrema lo escogió como el mejor jugador de toda su historia.

A fines de los 80, Jorge Aravena continuó con la estela de éxitos cosechados por jugadores nacionales con la camiseta del Puebla. Pero fue en los 90 y en la primera parte de los 2000, cuando los futbolistas chilenos se adueñaron de México. Ivo Basay y Marco Antonio Figueroa inflaban redes en el Necaxa y en el Morelia respectivamente, mientras Fabián Estay manejaba con garbo los hilos del Toluca, lo mismo que Rodrigo “Pony” Ruiz en el Santos Laguna. Más tarde llegaría Zamorano para continuar con la posta de Castro y Reinoso en el América. Todos ellos abrieron las puertas a los nacionales de par en par.

El rendimiento de los chilenos hacía que los acaudalados magnates que controlan los clubes mexicanos miraran con frecuencia al último rincón del mundo. Ricardo Rojas, Sebastián González, Ignacio Quinteros, Nelson Pinto, Patricio Galaz y Joel Soto son solo algunos de los que en esos años, con más o menos suerte, recorrieron las canchas mexicanas. A ellos habría que sumarles a foráneos que tras lucirse en Chile emigraron al vecino de Estados Unidos, como el paraguayo Salvador Cabañas o el uruguayo Gustavo Biscayzacú.

Pero con el paso de los años el fulgor nacional se fue desvaneciendo en suelo azteca. Los dirigentes encontraron nuevos destinos para “pescar” y los jugadores nacionales comenzaron a tomar otros rumbos, a Europa preferentemente. Los fichajes eran a cuenta gotas y sin tanto estruendo. El éxito de un imperial Humberto Suazo en Monterrey y, en menor medida, el de Héctor Mancilla en Toluca, contrastaron con los opacos derroteros atravesados por Emilio Hernández, Isaac Díaz, Mathías Vidangossy o Patricio Rubio.

Ahora, de la mano de una nueva generación, los chilenos prometen volver a conquistar México, la tierra prometida.