Goleador, multicampeón en Italia, monarca de la Champions League, Balón de Oro, héroe nacional tras llevar a Ucrania a un Mundial. Pocas cosas se le escaparon a Andriy Schevchenko en el fútbol. Este delantero frío a la hora de definir, veloz y dominador del área nació con el talento en sus pies. Pero a veces más que talento, necesitas suerte. Y “Sheva” sí que la tuvo.

En la madrugada del 26 de abril de 1986 se desató una de las mayores catástrofes contemporáneas: la explosión de la central nuclear de Chernobyl. La nube tóxica se expandía rápidamente, penetrando en la tierra y en la carne de las personas para siempre. Schevchenko, por entonces un niño de nueve años, vivía en el pueblo de Dvirkivshchyna, a escasos 200 kilómetros de la tragedia radioactiva. Había que huir rápido, dejar todo atrás, la muerte acechaba. Sin muchas explicaciones, la gente fue trasladada hacia el mar Azov.

Junto a su familia, Sheva se instaló en Kiev, la capital ucraniana. Tuvo que ser internado y sometido a exámenes para descartar cualquier problema. En esa nueva ciudad terminaría encontrando la llave para entrar al fútbol profesional. El poderoso y popular Dinamo de Kiev lo fichó. Sus actuaciones en juveniles encandilaban a los dirigentes ucracianos, que se sobaban las manos viendo golear a su perla.

No pasó mucho tiempo para que llegara al primer equipo. El aún adolescente Shevchenko no tardó en demostrar que estaba hecho de otra madera. Se cansó de anotar y ganar títulos en Ucrania. Su desafió era demostrar sus galones ante toda Europa.

En 1997 tomó por sorpresa a toda Europa cuando le encajó un triplete al Barcelona en el Camp Nou. Un año más tarde, batió dos veces al Real Madrid en una campaña en que llegó hasta semifinales de la UCL. Los grandes se agolpaban en su puerta, Ucrania le había quedado chica.

El Milán fue el que se hizo con el codiciado ariete. Si bien los éxitos colectivos tardaron en llegar, él no demoro en aclarar a que venía: en su primera temporada se convirtió en Capocanonniere superando a Gabriel Batistuta y Hernán Crespo.

En la 2002/03, Schevchenko superó una complicada lesión para volver y ganar la Copa Italia. Pero faltaba el objetivo mayor: la Champions League, que llegaría en una definición a penales contra la Juventus sentenciada por el ucraniano.

Siguió unos años más en Italia agigantando su leyenda. Ganó el Scudetto e hizo goles hasta el hartazgo. Pero fue en el 2004 cuando alcanzó su cénit, al superar en la carrera por el Balon de Oro al brasileño Ronaldo. La fatídica final de Champions ante el Liverpool, en la que se perdió un gol debajo del arco y falló en la definición a penales, no hizo mella en su condición de ídolo rossonero. Buscando nuevos desafíos, en 2006 “Sheva” partió a Inglaterra, para sumarse al Chelsea del magnate ruso Roman Abramovic. En el equipo de José Mourinho nunca encontró su lugar y pegó la vuelta a Italia, pero a pesar de que el cariño aún existía, nada fue lo mismo.

Retornó a Kiev para terminar la carrera en el club que lo elevó a figura y quemar los últimos cartuchos que le quedaban. Hoy es el entrenador de la selección de su país, millonario, felizmente casado con una modelo y padre de dos niños. Es una buena vida, aunque él sabe que pudo no haber ocurrido. La suerte le sonrió.