Francesco Totti festejó cuatro décadas el martes pasado. De esos 40 años, 27 los ha pasado jugando para la Roma, su única camiseta, su único amor. “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol“, dijo una vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano. En un fútbol donde los jugadores migran una y otra vez movidos por el dinero y la ambición deportiva, Totti es una especie en extinción. Un “one club man”, como dicen los ingleses, tal como Paolo Maldini, Carles Puyol o Paul Scholes.

El destino de Francesco venía escrito de antemano. Su abuelo Gianluca, furibundo hincha romanista, murió antes de conocer a su nieto, pero se encargó de regar por toda la familia el germen romanista.

El pequeño no se perdía partido de la Roma. Su pieza estaba empapelada con posters de Giuseppe Giannini, capitán del equipo. Alucinó cuando a los 7 años lo llevaron a ver a la Loba por primera vez.

Entró al club a los 13 años y cuatro años más tarde debutó con el primer equipo. Hoy se ve lejano ese 28 de marzo de 1993. De ahí a la fecha ha disputado 763, convirtiendo 306 goles. Nadie ha jugado más ni ha anotado más con la camiseta giallorossa que él.

Muchos clubes llamaron a la puerta de Totti durante su carrera. El poderoso Real Madrid más de una vez lo tentó para que sumara a su constelación de estrellas. Cantos de sirena que el talentoso ariete se negó a escuchar. Tal vez en un club tan poderoso con el merengue podría haber alcanzado los títulos que se le negaron con el equipo de la capital de Italia, ganar un Balón de Oro, una Champions League, cobrar tres veces más. Pero él lo rechazó.

Su lugar es y será Roma. No le importó que no pudiese jugar con los cracks del momento. Por años tuvo que ver como el Milán de Ancelotti, el Inter de Mourinho o la Juventus de Conte y Allegri se llenaban de gloria en el Calcio Italiano. Él seguía ahí, inconmovible, fiel a sus colores, atesorando esa única liga ganada en 2001. A ese scudetto se suman 2 copas de Italia y 2 dos supercopas. Un palmarés escuálido para un jugador de su estirpe.

Con la camiseta de la Roma esparció su talento por todo el país de la bota. Se ganó el respeto de compañeros y adversarios. En un fútbol áspero y físico como el italiano, él era el mago que descerrajaba las férreas defensas rivales. El que colaba un pase entre líneas, el que aparecía con alma de goleador en área chica o el que regalaba goles inolvidables como el globito que silenció San Siro o en el que desparramó al arquero del Empoli con una elegante “pisadita”. Todos esos era él. “Cada jugador tiene algo especial. Pero Totti es único, como Van Gogh”, dijo el técnico Giovanni Trapatonni.

Se pensó que esa magia podía desaparecer en 2006. A escasos cuatro meses de la Copa del Mundo, el defensor del Empoli, Richard Vanigli, le fracturó el peroné con una feroz entrada. La imagen de su pie mirando hacia cualquier parte fue escalofriante. Sin embargo, Totti demostró ser fuerte de cabeza. Volvió para ser figura importante en la azurra campeona del mundo y para sumar unas cuantas Copas Italia a su haber, incluso coqueteó de nuevo con el scudetto, pero tuvo la mala suerte de coincidir con el Inter de José Mourinho.

Los años han pasado. La Roma hace rato que no pelea ningún título. Totti ha perdido su lugar estelar en el once titular. Los músculos ya no son los mismos, pero no lo entiende. Él quiere seguir. Como ha dicho esta semana, le gustaría quitarse 10 años para seguir jugando. En febrero pasado tuvo una fuerte discusión con el técnico Luciano Spaletti porque no le daba los minutos que él quería. Al partido siguiente lo mandaron al minuto 86 a la cancha, cuando su equipo caía por 1-2 ante el Torino. Con la primera pelota que tocó puso el empate. Poco después decretó la remontada con un gol de penal. Los hinchas lloraban en la tribuna gritando con fuerza el apellido que tantas alegrías les ha dado.

Para ellos Totti es su emblema. Nadie tiene su estatura. Ni Messi, ni CR7, ni Maradona, ni Pelé. Es el único, casi una divinidad. Es su “Capitano”, la leyenda que no para de agigantarse.

El jueves por la Europa League, la Loba ganó con tres asistencias del ídolo, quien ha afirmado que le gustaría despedirse alcanzando la gloria a nivel europeo a final de temporada. Pero no se trata solo de títulos, para Francesco Roma lo es todo. “Roma representa mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma, por supuesto, son los romanos. Roma es el amarillo y el rojo. Roma, para mí, es el mundo. Este club y esta ciudad, han sido mi vida”