Enclavado en un oculto suburbio de Esset, Alemania, un equipo de novena división llama la atención del mundo. El TC Freisenbruch juega en una cancha de tierra rodeada de un bosque frondoso, las escasas graderías del Waldstadion Bergmannsbusch casi siempre lucen vacías y las bancas están hechas de latas destartaladas cubiertas con pintura corroída por el paso del tiempo. Su historia no es distinta a la de miles de pequeños clubes que deambulan por el ascenso sin mayor aspiración que gastar las horas de la tarde del domingo, pero el TC Freisenbruch tiene una particularidad: tiene 384 entrenadores repartidos por todo el mundo.

Cada uno de esos estrategas es, además, socio del club. Pagan 5 euros al mes, monto que los autoriza, en la página oficial del equipo, a participar en todas de las decisiones sobre la institución. Las deportivas y las administrativas. De lo trascendente a lo nimio. Ellos escogen al once titular, pero también la cerveza que se venderá en el estadio el día del partido.

Este modelo de gestión surgió en la cabeza de Peter Shafer, actual director de la escuadra, como respuesta a una necesidad angustiante: la sobrevivencia. El club, hace ocho años, dejó de recibir ayuda del municipio y acumuló descenso tras descenso hasta caer en el sótano del fútbol teutón. La desaparición parecía ser la última estación en el rumbo acelerado y decadente que seguía el TC Freisenbruch. Un final que sólo podía evitarse a costa de lo que en apariencia era un disparate.

TC Freisenbruch 02 e.V | Facebook oficial
TC Freisenbruch 02 e.V | Facebook oficial

“La comisión directiva tuvo que decidir si el club estaba terminado o si había alguna locura que pudiéramos hacer para salvarlo. Lo planeamos durante dos años, un tipo encargado de lo técnico, un tipo de las finanzas y yo, el tipo del fútbol. Y esto es lo que nos salió”, relata Shafer.

Este equipo germano funciona como esos videojuegos que simulan el manejo integral de una institución. Es el PC Fútbol o el Football Manager hecho carne. En el panel inicial están las noticias del equipo, videos de los entrenamientos y de los partidos, estado financiero del club y recordatorios de las futuras votaciones: aquella en que determinarán el precio de las entradas, los rivales en los amistosos o el diseño de la nueva camiseta.

El plantel está compuesto por futbolistas amateurs. El enganche del equipo, Maurice Pues, es cartero. El medio, Marvin Shadhot, es carpintero. Juegan sin mayores aspiraciones, pero con la presión de los socios a cuestas. En la web, cada jugador tiene páginas personalizadas, como si fuesen profesionales, con estadísticas y videos de sus jugadas. El número de kilómetros que recorren cada partido es registrado con un GPS. Su permanencia en el club se determina con la misma lógica que hizo de los reality shows el producto televisivo más rentable de principios de milenio: los jugadores menos populares se tienen que ir.

Lo mismo corre para el entrenador oficial del equipo, Mike Möllensiep, un hombre curtido en el ascenso y que en los ’90 se dio el gusto de jugar algunos partidos de Bundesliga con la camiseta del Shalcke 04. Pero su trayectoria acá no vale mucho. Él recomienda, opina, pero las decisiones no están en su poder.

Cada semana, Möllensiep graba un video para los fanáticos, en el que comenta lo que piensa del equipo, quiénes deberían jugar desde el arranque, cuál debiese ser el sistema táctico y la estrategia de juego. Los entrenadores virtuales pueden votar hasta las cinco de la mañana del día del partido. Al DT sólo le corresponde hacer la planilla y dar la charla previa en el camarín antes de salir al ruedo.

Cada socio tiene un voto. No importa cuánto conocimiento de fútbol demuestre. Si paga la mensualidad tiene derecho a decidir. “Algunos piensan que es perverso. Pero pienso que es abierto y transparente. Todos saben de qué se trata”, dice Schafer, el creador de este sistema.

Los resultados son contundentes. El TC Freisenbruch terminó la primera rueda invicto y encajando sólo cuatro goles en contra. Recién ahora, luego de la pausa de invierno, sucumbieron por primera vez en su rústico pero acogedor Waldstadion Bergmannsbusch.

Pero los números, irrefutables, no tienen satisfecho a Möllensiep. Su hastío se viene arrastrando durante toda la temporada, pero su paciencia se colmó cuando le dijeron que el presupuesto para el siguiente curso recién se definirá en una asamblea virtual de abril. Muy tarde para que él pueda planificar en serio. “Quiero trabajar en un club en el que pueda tomar todas las decisiones”, afirmó.

Su partida divide a los socios. Patrick Schmidt es de los pocos hinchas que va a la cancha. Viaja, fin de semana por medio, 200 kilómetros para ver al equipo que también dirige desde su computador. Le parece bien que Möllinger se vaya. “La mayor parte del tiempo no estoy de acuerdo con el entrenador. Es bueno tener su video, pero yo conozco a los jugadores y los vengo viendo por años. Tengo mis propias opiniones”, afirma.

Janine Mockenhaupt, que es voluntaria en el club y también parte del cuerpo técnico real, discrepa con Schmidt. “Estoy triste y decepcionada porque el equipo perdió. Pero no quiero cambiarlo. Es un buen equipo“, asegura.

Pero lo que cada uno quiera no es relevante. Allá deciden entre todos.