“El rugby es un deporte al que pueden jugar hombres de todas las clases, pero no están admitidos los malos deportistas de ninguna clase”. Con esa declaración de principios se fundaron los míticos Barbarians, un equipo que solo podría existir en este deporte, donde la tradición y el respeto a los valores están por encima de todo lo demás.

La historia de este destacado equipo comenzó en 1980, en la ciudad inglesa de Bradford, cuando al jugador Percy Carpmael se le ocurrió la genial idea de reunir en un mismo plantel a los mejores jugadores del mundo con el fin de que al finalizar la temporada se reuniesen para disputar diferentes partidos amistosos y enaltecer aún más su deporte.

Así, con el nombre de Barbarians, se fundó este prestigioso equipo al cual solo se accedería por invitación. Además, no habría compensación económica alguna por vestir su camiseta y fuera de cualidades deportivas los miembros de este conjunto deberían acreditar su calidad “como hombres”.

Tras su conformación la fama de los Barbarians creció rápidamente y sus partidos constituyeron todo un acontecimiento. Era la ocasión soñada para los fanáticos de ver a tantas estrellas en un mismo equipo. Para los jugadores la llamada de los Barbarians significaba la culminación de toda su carrera. Lo máximo a lo que podían aspirar, la confirmación de ser toda una personalidad dentro y fuera de la cancha.

El público llenaba los estadios y todas las selecciones y equipos del mundo del rugby querían medirse ante ellos. Una fórmula que iba más allá de un simple amistoso, al contrario con lo que ocurre hoy en el fútbol en este tipo de instancias.

Para el rugby la creación de los Barbarians se había transformado en una bendición para este deporte, por la calidad, el placer de jugar y el honor que representaba el defender tus colores.

La gira de Nueva Zelanda en 1973

En 1973 el conjunto de Nueva Zelanda emprendió una gira por las Islas Británicas y como de costumbre en su programa incluían un partido ante los Barbarians.

En ese entonces el calendario era más holgado en comparación a la actualidad, con el surgimiento de competiciones como el Mundial o la Heineken Cup que vendría siendo el equivalente a la Champions League en el rugby.

Había tiempo de sobra para organizar este tipo de enfrentamientos y ni hablar de la expectación que causaba. En Europa los partidos de los Barbarians eran junto al Cinco Naciones (Seis Naciones desde el 2000) lo más grande que podía ofrecer el rugby.

Fue un 27 de enero entonces que el viejo Arms Park de Cardiff se llenó hasta el tope para saludar la presencia de siete galeses en el quince de los Barbarians, un grupo de jugadores que daría paso a la hegemonía que el XV del Dragón instauraría en el Cinco Naciones, donde se impondrían en cuatro de las siguientes seis ediciones del torneo.

“El príncipe”

Dentro de los Barbarians había un jugador que destacaba sobre el resto, su nombre: Gareth Edwards. Le llamaban el “príncipe” y toda su carrera como jugador la desarrolló en el Cardiff, club en el que debutó en 1966 y cuya camiseta vistió hasta 1978 cuando decidió retirarse para convertirse definitivamente en leyenda del rugby galés.

Eran tiempos difíciles y una profunda crisis económica azotaba a toda Europa, y el hijo de un minero más sus compañeros de selección eran tona una inyección de optimismo para la alicaída población, que celebró como una gran conquista la mayoría de compatriotas en las dilas de los míticos Barbarians.

AFP

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La carrera del galés (Siete ‘Cinco Naciones’ en su palmarés) vivió uno de los puntos más altos en el minuto cuatro de aquel partido en 1973 cuando el medio melé firmó el que ha quedado en la memoria de los aficionados como el mejor try de la historia.

La jugada transmite una magia especial, es lo que todos los amantes del rugby sueñan con ver. Tiene velocidad, dinamismo y talento en grandes dosis.

Era un rugby diferente al de la actualidad, donde triunfaban las largas patillas, las camisetas no se apegaban al cuerpo y los jugadores no parecían las ‘moles’ de hoy en día.

Pero aquellos Barbarians inspirados por la selección de Gales fueron capaces de componer una obra colectiva fuera de serie que hizo crecer la leyenda sobre este equipo y sobre el propio Edwards.

El mejor try de la historia

La mítica jugada nace en una profunda patada de Nueva Zelanda que Phil Bennett recoge en su zona de 22, no muy lejos de sus zona de marca, presionado por tres ansiosos rivales.

Con sus compañeros en pleno retroceso, desamparado, Bennet descarta una patada defensiva y opta por salir jugando a la mano. Una acción en apariencia suicida, pero sorprendentemente se quita de manera asombrosa a los tres rivales de encima. Y a partir de ahí suceden algo más de 20 segundos inimaginables.

Los All Blacks, y su extraordinaria defensa, persiguieron durante 100 metros angustiosos a los Barbarians sin ser capaces de hacer un solo tackle. Se sucedieron los los pases, las fintas, los cambios de ritmo sin que el “melón” fuese una sola vez al suelo.

Siempre hubo apoyos para seguir el ataque, para sacarse de encima la presión de los rivales. Al final el oval cayó en manos de Edwards que pegado a la banda izquierda explotó con su velocidad a Nueva Zelanda y posó en la zona de marca de los All Blacks en medio de la euforia en el Arms Park, incrédulo ante lo que acababa de contemplar.

La jugada perfecta, el ejemplo del rugby armónico y talentoso con el que sueñan los fanáticos. La ejemplar tarjeta de presentación de un jugador y de un equipo irrepetibles. Sucedió en un partido amistoso, pero eso a nadie le importó. La historia le guardó para siempre a ese try como un de sus mejores lugares.