Al mirar cualquier mapa queda más que claro que el legado de España y Portugal, tras la invasión y conquista de América, sigue vigente hasta nuestros días.

No solo sus idiomas siguen siendo los más hablados en la región, su influencia instaló una religión común, su idea de élite y hasta guió la construcción de ciudades.

Pero tal vez lo que mas resalta son las fronteras que se gestaron, con una América portuguesa que mantuvo unida pese al paso del tiempo, lo que no ocurrió en su contraparte española, que se fragmentó a más no poder.

En conversación con la BBC, una serie de expertos en historia latinoamericana concordaron en que el proceso incluyó varios factores, desde el ámbito educacional hasta las invasiones de Napoleón.

Corría 1494 y los reyes católicos junto al de Portugal firmaron en Tordesillas un acuerdo con el cual, literalmente, se repartieron el mundo a descubrir.

Así se dio paso a la instalación de sus aparatos para gobernar los nuevos territorios y allí se gestó la primera diferencia, según comentó el historiador mexicano Alfredo Ávila Rueda de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

América es grande, muy grande, pero en la fracción portuguesa la mayoría de la población se concentraba en ciudades costeras, mientras que en la otra porción la distancia entre ciudades era tremenda.

Además, los virreinatos (Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada) comprendían grandes territorios administrados localmente, pero fieles a España y con poco contacto entre ellos.

Es más, la instalación de capitanías en Venezuela, Guatemala, Chile y Quito solo fue a profundizar la separación de gobiernos coloniales.

Élite

Mientras que en la América española el hispano era superior a todos, en Brasil eso no fue así.

Eso incluso se reflejó en el ámbito educativo: mientras que en la América española se consolidó la creación de universidades, cualquier persona que quisiera acceder a ese tipo de conocimientos en lo que hoy es Brasil debía migrar a Portugal.

Y claro, no cualquiera podía hacerlo.

“Ante la petición de crear una escuela de medicina en Minas Gerais, en el siglo XVIII, la respuesta de la Corte (real) fue: ‘ahora piden una facultad de medicina, en poco tiempo van a pedir una facultad de derecho y luego van a querer la independencia"”, recordó el historiador brasileño José Murilo de Carvalho.

“En Brasil, la élite era mucho más homogénea ideológicamente que la española”, afirmó el hombre que concluyó que esa disposición cimentó un sentimiento de lealtad a la corona.

Aquello puesto que entre 1772 y 1872, 1.242 estudiantes del nuevo mundo pasaron por las aulas de la Universidad de Coimbra, los que a su regreso ocuparon importantes cargos en el aparato colonial, llevando consigo una predisposición a apoyar la monarquía y el gobierno centralizado.

En el mismo periodo, las cosas fueron muy diferentes al otro del continente: 150 mil estudiantes accedieron a educación en las academias de la América española, región que contó con al menos 23 universidades.

No obstante, el historiador mexicano Ávila Rueda no le da tanta importancia a ese factor en la posterior fragmentación de la América española y centra sus ojos en la circulación de diarios y libros en ese territorio, lo que no estaba permitido en la fracción portuguesa.

A juicio, ese ejercicio tuvo un mayor impacto en la creación de identidades regionales, lo que llevó a la zona a contar con diferentes países de habla española y que Brasil se mantuviera unido.

Napoleón

Para muchos, el hecho que la familia real de Portugal haya huido a Brasil tras la invasión de Napoleón hizo más que cualquier otra cosa para mantener la unidad de la colonia.

En teoría, que el monarca viva y se sienta cerca de un cierto grupo de personas entregará legitimidad a la idea de tener un soberano.

“Si João no hubiera huido a Brasil, el país se habría dividido en cinco o seis estados distintos y las zonas económicamente más prósperas, como Pernambuco y Río de Janeiro, habrían logrado su independencia”, elucubró Carvalho.

En España, en tanto, “Pepe Botella”, hermano de Napoleón, se hizo cargo del país y la ausencia del rey generó un vacío de poder que, una vez restaurada la corona de los Borbón, no pudo solucionarse.

Así, Fernando VII atestiguó el desarrollo de las rebeliones en contra de España y una serie de sangrientas batallas por la independencia de diversos territorios, los que finalmente terminaron siendo los países latinoamericanos que hoy conocemos.

Lo anterior se vio basado en la larga tradición de gobiernos relativamente locales, que solo respondían a España.

Ya que el poder opresor dejó de jugar parte central en la vida local, el único camino era seguir adelante, solos.

“Si te independizas de España, ¿por qué querrás quedar sometido a los mandos y desmanes de, por ejemplo, Buenos Aires? Las fronteras actuales de los países de América Latina tardaron en consolidarse y fueron en muchos casos el resultado de disputas internas que acontecieron después de la independencia”, dijo a la BBC el historiador estadounidense Richard Graham, misma postura que tiene Rueda.