“Si alguien me quiere conocer, tiene que saber lo que fui”, dijo Sabrina Torres, quien hoy es una mujer más, a pesar de haber sufrido durante 18 años estando en un cuerpo equivocado. Su pasado como Felipe no la avergüenza. Por eso fue que desistió usar cualquier tipo de protección de fuente. Esta es su historia.

Todo comenzó un 22 de septiembre de 1997, cuando Carmen Cisternas, teniendo 16 años, dio a luz a un niño en una sala de la Clínica Francesa de Concepción, en la región del Bío Bío. Lo llamó Felipe Torres y hasta ahí todo bien, pues nadie pensaba que el chiquillo le iba a salir “distinto” a los otros.

Llegaron a una casa ubicada en la comuna de Tomé, a unos 35 kilómetros de la capital regional. Allí, la abuela Carmen, la “Mimi”, se hizo cargo del recién nacido, mientras la joven intentaba enfocarse en compatibilizar sus deberes de estudiante con los de una mamá adolescente.

La Mimi, quien hoy tiene 56 años, lo duchaba, le enseñó a lavarse los dientes, a comer, a sostenerse en sus piernas y, además, fue el motivo de sus primeras palabras: “Mimi”, pues según recordó la abuela entre risas, “Felipe no podía decir mami”.

Pasó el tiempo y el chico crecía sin mayores problemas en el hogar de Tomé, hasta que la joven Carmen decidió partir de la vivienda para formar una familia: madre, hijo y padrastro. En ese momento empezaron los cambios.

La madre de Felipe, notó conductas extrañas en su niñez. “Para mí, no era diferente”, aseveró. Ella supo de la, entonces, orientación sexual de su hijo cuando su hermana revisó un computador y encontró conversaciones sentimentales con otro hombre. “Ahí el mundo se me vino abajo. Yo tenía una vida planeada para él con una familia, una casa, y hasta un perro”, recordó.

“Yo no nací para ocultarme”, dijo Sabrina en una larga entrevista que accedió a entregar para que todo aquel que lea esta nota, conozca su cruda historia que, por cierto, no debe ser muy distinta a la de miles de personas en el mundo que deciden someterse a una cirugía de cambio de sexo.

whatsapp-image-2017-06-25-at-15-35-30

En la actualidad, Sabrina recuerda con angustia que en su colegio y en la calle, los insultos más débiles que recibía eran, “maricón”, “fleto”, “asqueroso” y “loca”. Incluso recordó cuando, estudiando en un renombrado liceo de Talcahuano, el director de Formación lo llamaba a su oficina para decirle “no seas loca” y “estás decepcionando a tu familia”. Esto, puesto que usaba maquillaje, bailaba por los pasillos y llevaba ropa apretada.

Al ser consultado por BioBioChile, la autoridad escolar dijo “no querer entrar en polémica”, negó algunas acusaciones y señaló “no recordar” otras, asegurando que “a Felipe se le trató como a un estudiante más de este establecimiento” y que él, como director de Formación, “estaba preocupado sólo de su rendimiento académico”.

Cuando Sabrina era “Felipe” intentó suicidarse en tres ocasiones producto de su crisis interna y el bullying que recibía de todos lados. Su madre recapituló una de ellas, cuando fue a dar al hospital tras fuertes dolores y vómitos por intoxicarse con pastillas. “No puedo seguir, no quiero estar vivo”, dijo en ese momento. Pero luego de un lavado de estómago, la vida continuó.

Y esto, por más crudo que parezca, no es extraño, pues el estudio de The William’s Institute, Intentos de suicidio entre las personas adultas no conformes con el género, reveló que en Estados Unidos, durante 2014, el 46% de ellos y el 42% de ellas, intentaron suicidarse. Realidad que se repite en otras latitudes del mundo, incluyendo nuestro país.

“Mamá, soy transgénero”

Con todo, el chico, teniendo no más de 17 años, comenzó a indagar en la web y encontró el término “transgénero” y su definición: una persona cuya identidad de género es diferente al sexo en que le tocó nacer. En ese momento entendió gran parte de sus sentimientos, de su vida, y de su forma de actuar: se dio cuenta que encajaba con la descripción.

“Mamá, soy transgénero”. Así recuerda Sabrina que se lo dijo a Carmen, sentadas en el comedor, sin tapujos ni mayores rodeos. Ese mismo día, con pelo corto, decidió ponerse calzas, tacones, polera suelta, y salir a la calle a enfrentar su identidad, a pesar del miedo de su madre de que “volviera en un cajón a casa, como Daniel Zamudio”.

whatsapp-image-2017-06-25-at-15-35-29

En esos tiempos vivía en uno de los barrios militares de Concepción, debido a que su padrastro pertenece a las fuerzas castrenses. Todo iba bien, incluso sus cumpleaños eran decorados para una mujer y recibía regalos que realmente le servían. A pesar de eso, Carmen dijo “imagínate cómo es para los militares ver a un hombre vestido como mujer. Era, de nuevo, la loca”.

Subirse a una micro, caminar por algún centro comercial o ir a comer a algún local eran actividades que la convertían en el centro de atención con lo de siempre: miradas, gritos y silbidos; aunque ahora no por ser gay.

Nunca le pegaron por ser transgénero. No obstante, una situación distinta es la que se vive en el resto del mundo: de acuerdo a la Encuesta Estadounidense Trans de 2015, donde fueron consultados casi 28 mil transgéneros, el 54% de ellos recibió acoso verbal, el 24% violencia física, el 13% agresiones sexuales e, incluso, el 17% desertó de la educación por los maltratos.

“Las miradas de la gente dolían”, dijo. Y es que a pesar de su seguridad, estos silbidos, gritos e incluso los intentos de tocar sus partes íntimas, la agobiaban. Por lo mismo, asegura que su mirada está en irse a vivir a Santiago o a Argentina, donde “la sociedad está un poco más avanzada en estos temas”.

Así estuvo por meses, hasta que unos exámenes de medicina hormonal confirmaron que el muchacho presentaba una desproporción, teniendo más hormonas femeninas, lo que dio paso a la idea de una cirugía de reasignación de sexo.

“Se informa que se ha evaluado al paciente y se observan una serie de conductas coherentes, las cuales arrojan que su identidad de género es 100% femenina por lo cual se autoriza la intervención de cirugías para su proceso de transición”, rezaba el informe.

Tras 18 años viviendo en un cuerpo equivocado, la cirugía se concretó. Esto último, en parte por el gran apoyo de Carmen, quien veía preocupada como Felipe se “autoflagelaba sus partes íntimas” para ocultarlas y vestirse de acuerdo a su identidad.

Más de $8 millones tuvo que gastar la familia para que eliminaran todos los indicios del pasado y realizar la reasignación de sexo. Eso no es todo, pues explicó que antes de la operación debía tomar hormonas femeninas y bloqueadores de testosterona, a precios que no todas las familias pueden cubrir.

Mientras, su vida social y los estudios quedaron en completo stand by a la espera de salir del hospital y reinventarse.

Hoy mantiene la esperanza de obtener la licencia de enseñanza media en un liceo para adultos de Concepción. Después de eso, estudiará cosmetología. “Es lo que le encanta: el maquillaje, la moda”, dijo su abuela.

En el establecimiento en que estudia ahora, Sabrina aseguró ser plenamente aceptada. “Les conté toda la historia (a sus compañeros) tal como la estoy contando ahora y me respetan”. Ahí ella es tratada por su nombre social -el que optó por tener- en la lista de alumnos, y así es llamada por sus profesores, sus compañeros y las autoridades.

La Mimi la recibió luego que, meses después de su operación, la echaran de su casa en el barrio militar por “problemas domésticos, como no hacer la cama o cosas así”. Sabrina lo entiende, pues aseguró que su mamá “no cambiará su nueva vida con su pareja y sus nuevos hijos por mí”.

La preocupación, eso sí, persiste en toda su familia, pues las leyes chilenas no le permiten a Sabrina ser mujer ante las entidades públicas: su cédula de identidad sigue diciendo “Felipe”. Para cambiarlo requiere solicitarlo ante el Registro Civil que tiene un amplio historial de negación y, eventualmente, llegar hasta el Poder Judicial para esperar la decisión de los jueces.

Por lo anterior es que las tres mujeres coinciden en que “es muy necesaria” una ley que reconozca y proteja el derecho a la identidad de género, como la que se discute actualmente en el Congreso. Y, por sobre todo, piden que garantice realmente el acceso al cambio de sexo para todas las personas que lo deseen.

ARCHIVO
ARCHIVO

El miedo por su pasado continúa. “No he podido matar a Felipe“, dijo. Y eso se puede ver en su perfil de Facebook, cuando en marzo de 2016 ella publicó “Felipe, recordarte me pone muy triste y feliz a la vez… pasaste por tantas cosas y jamás te rendiste. Luchaste por tus sueños siempre, sonreíste y fuiste uno de los chicos gays de Concepción más criticados por tu feminidad. Muchas veces pensaste en quitarte la vida, pero fuiste fuerte”, escribió.

“Van a ser 5 meses desde que te fuiste, sé que ya no volverás, pero te doy las gracias por haberme dado la vida.. soy tu mejor creación y la mujer que siempre soñaste ser. Así como tú nunca te rendiste, ¡yo te prometo que tampoco lo haré!“, finalizó.

A pesar de todo, Sabrina, que es una fiel creyente en Dios, camina feliz teniendo unos audífonos y música de Lady Gaga, haciendo de cualquier calle una pasarela porque “levanto los hombros, el mentón y ya: permiso, aquí voy yo”.