Según las cifras oficiales disponibles hasta el sábado, Brasil es el país de Sudamérica con más personas contagiadas por el nuevo coronavirus: 9.216 casos confirmados, con un total de 365 fallecidos.

Escalofriante por sí solo, el número podría ser aún más devastador. Al menos así lo creen los sepultureros del cementerio de Villa Formosa, en las afueras de Sao Paulo, el más grande del mayor país de la región.

Conservando el anonimato por temor a represalias, pero al mismo tiempo exhibiendo certificados de defunción donde se mencionan causas de muerte compatibles con el Covid-19, los encargados de enterrar a los fallecidos en este camposanto aseguran que el trabajo es incesante, agotador por momentos.

Allí donde antes enterraban menos de 30 cuerpos al día, ahora se hace a un ritmo frenético para cumplir con los 60 cadáveres que reciben cada jornada.

Para ellos no hay espacio para la duda: el coronavirus está matando a una velocidad que las cifras oficiales son incapaces de mostrar.

“Esta fila de tumbas –dice uno de los trabajadores mostrando una larga hilera de excavaciones– debía durar al menos tres meses, pero ya la llenamos en uno”, indicó.

Siguiendo los nuevos protocolos, el hombre viste un traje de protección para evitar ser contagiado por el coronavirus, set que incluye una mascarilla y un gorro.

Sin embargo, no todos disponen de el y a veces el calor hace que los funcionarios se quiten la mascarilla.

Entierros sin demoras

Debido a las medidas de seguridad, los entierros se realizan ante pequeños grupos de deudos y sin ceremonias: la idea es que todo el proceso se termine en apenas seis minutos.

Los casos sospechosos son tratados igual que los confirmados: rápido y sin demoras, el cadáver, envuelto en plástico dentro de su urna, es puesto bajo tierra de forma expeditiva.

“Los números que entrega la prensa están malos”, dice uno de los sepultureros, que está convencido que el total de fallecidos por la pandemia es “dos o tres veces más alto” de lo que se publica a diario.

Esto se explicaría porque muchos de los muertos que llegan al cementerio de Villa Formosa lo hacen antes de haber recibido los resultados de sus exámenes por coronavirus.

El ministro de Salud de Brasil, Luiz Henrique Mandetta, reconoció el miércoles 1 de abril que había demoras en la entrega de exámenes y explicó que el desafío que enfrenta su cartera, además de la nueva enfermedad, es llegar “a todos los rincones de un país continental” con el material para combatir el mal.

Mandetta, además, tiene sus propios problemas: su postura científica frente a la crisis lo mantiene enfrentado con el presidente Jair Bolsonaro, que insiste en restarle importancia al SARS-CoV-2.

Las cifras de las encuestas, sin embargo, demuestran que Mandetta ha logrado congeniar con la visión de la ciudadanía, que lo respalda con un 76% de popularidad, mientras que la del mandatario es de solo un 33%.

Entretanto, Bolsonaro ha reprendido públicamente a su ministro en más de una ocasión. El jefe de Estado, para no afectar la economía, desea volver a la normalidad, algo que Mandetta descarta de plano.

“Yo creo que tenía la enfermedad”

Ajeno a las disputas políticas, Oswaldo dos Santos mira el poco emotivo entierro de su hijo, de 36 años.

El hombre murió debido a severos problemas respiratorios, y todo indica que tenía Covid-19.

El problema es que el examen nunca llegó. “Yo creo que tenía la enfermedad”, dice dos Santos, preocupado y triste en partes iguales. Si su hijo estaba contagiado, probablemente él también lo esté: vivían juntos.

Ese funeral ocurrió con otros seis entierros al mismo tiempo.