Bill Sisk tenía sólo 17 años cuando desembarcó en Utah Beach, en la costa francesa de Normandía, el 6 de junio de 1944, y apenas 18 cuando vio los horrores de un campo de concentración nazi.

Pero este antiguo G.I., como se apodaban los soldados de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, no se ve a sí mismo como un héroe.

“Era demasiado joven. No hice nada”, asegura Sisk, que ahora tiene 92 años pero está lleno de energía, al recibir a AFP en su casa en Lynchburg, 300 kilómetros al sur de Washington.

“Si usted buscaba a un héroe, no lo ha encontrado”, agrega el modesto veterano de guerra del Día D, la invasión aliada contra el dominio nazi hace 75 años.

Herbert “Bill” Sisk todavía era un estudiante de secundaria de 16 años en 1943, cuando se enroló en el Ejército tras mentir acerca de su edad. Fue enviado a Fort Bragg, Carolina del Norte, para una capacitación básica que debía durar cuatro meses, pero que se interrumpió luego de solo nueve semanas.

Entonces fue asignado a la 90ª División de Infantería del Ejército de Estados Unidos y mandado con otros 15.000 efectivos a bordo del “Queen Elizabeth” para el peligroso cruce del Atlántico, repleto de submarinos alemanes.

Poco después de llegar a Glasgow, Escocia, su unidad, el 359º Regimiento de Infantería, fue transferida a la capital galesa de Cardiff, donde Sisk fue entrenado como operador de radio. No sabía nada sobre la fecha o el lugar de su desembarco.

“Día tras día salíamos a practicar y regresábamos, practicábamos y regresábamos. Un día salimos y luego no regresamos. Seguimos adelante”, cuenta.

“Fuegos artificiales”

Sisk desembarcó en Normandía en la tarde del Día D, cuando la playa ya había sido asegurada y se habían retirado los muertos.

“No era como Omaha Beach, en donde desembarcaron frente a un acantilado. Tenían un acantilado frente a ellos. No, teníamos terreno abierto. No había nada de qué preocuparse”, recuerda.

Utah Beach y Omaha Beach era los nombres en clave de tramos de la costa francesa.

Sisk cargaba en la espalda un gran aparato de radio, el precursor del walkie-talkie. Como era el soldado más joven de su unidad se acercó a un grupo de hombres mayores. Uno de ellos, portando una ametralladora, le dijo que se fuera, preocupado de que la enorme antena del aparato de radio atrajera al fuego enemigo.

El joven cumplió 18 años tres días después de llegar a Normandía.

“Siempre digo que tuve una gran fiesta de cumpleaños el 9 de junio, cuando cumplí 18 años. Y tuvimos una gran celebración: sin pastel, ni velas, ni helados, ni regalos, pero muchos fuegos artificiales”, recuerda.

Un sargento en su unidad lo hizo su protegido. “Tenía unos 40 años. Y yo era un niño. Era el chico más joven de mi unidad y me puso bajo su ala”, dice. “Así que me trató como a un hijo”.

Mandel Ngan | AFP
Mandel Ngan | AFP

Oro nazi

Su unidad se dirigía a Sainte-Mere-Eglise, una localidad en Normandía, pero la marcha fue lenta, mientras el enemigo aprovechaba los setos para hacer emboscadas.

Cuando Sisk llegó, el pueblo ya había sido liberado y su unidad fue enviada a Mont Castre, donde recibió un disparo en la pierna justo cuando se estaba sentando a disfrutar de su primera comida caliente en días.

Fue evacuado a Inglaterra, donde pasó cuatro meses recuperándose antes de reincorporarse a su división, comandada por el legendario general George Patton, cerca de París, para perseguir al ejército alemán en retirada hacia el este.

La 90ª División liberó a Luxemburgo y luego tomó la ciudad alemana de Fráncfort antes de avanzar hacia el noreste. Allí descubrieron oro nazi oculto en las minas Merkers el 4 de abril de 1945.

Gracias a un amigo de la policía militar, Sisk pudo ver el alijo de oro saqueado con sus propios ojos. “Tuve suerte allí”, dice.

Campo de concentración

Pero poco después, Patton ordenó a la 90ª División que avanzara hacia el este, donde se encontró con el campo de concentración nazi de Flossenburg.

El joven Sisk se sorprendió de lo que vio, y llevaba una cámara consigo que capturó pruebas fotográficas de los rostros hambrientos, las fosas comunes y un horno con un zapato abandonado delante.

Fue una educación brutal para un soldado tan joven. “Uno crece muy rápido”, dice Sisk ahora.

Al regresar a Lynchburg después de la guerra, Sisk volvió a la escuela, aprobó sus exámenes, obtuvo un título en economía y se empleó en una cadena de grandes tiendas.

Se casó, tuvo dos hijos y gracias a los préstamos ventajosos de la “Ley G.I.” se construyó el hogar donde aún vive.

¿Por qué decidió ir a la guerra y pelear siendo tan joven en un país tan lejano del que sabía muy poco, como muchos otros estadounidenses? Sisk se encoge de hombros antes de responder.

“No creo que lo pensáramos mucho”, dice. “Después de Pearl Harbor, creo que todos nos hicimos más patriotas. Y a veces estúpidamente”.