Diversos estudios y trabajos han buscado determinar cómo funciona el cerebro de una persona codiciosa, aquella que siempre busca atesorar una infinidad de cosas, sin fondo alguno. Esta condición ha detonado crisis económicas profundas en la historia, guerras e incluso ha llevado a personas al suicidio.

Según explica un artículo del periódico español El País, la codicia “se ha definido como un afán excesivo de riquezas, como un deseo voraz y vehemente de algunas cosas buenas, no solo de dinero. Lo que más caracteriza al codicioso es un interés propio, un egoísmo que nunca se consigue satisfacer”.

Un estudio de la Universidad de Gante, en Bélgica, concluyó que este deseo vehemente de poseer muchas cosas se presenta más a menudo en hombres que en mujeres, en el mundo financiero o en posiciones donde se toman decisiones y, por lo general, en personas que no son religiosas.

Sin embargo, no se indica una causa natural que lleve al género masculino a ser más codicioso que el femenino.

Pixabay (CC) Pexels
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Por otra parte, la nota del medio hispano sostiene que existen diferencias entre codicia y avaricia. “Mientras que la avaricia es el afán de poseer riquezas u otros bienes con la intención de atesorarlos para uno mismo mucho más allá de lo requerido para satisfacer las necesidades básicas y el bienestar personal, la codicia se limita a un afán excesivo de riquezas sin necesidad de querer atesorarlas”, destaca.

El cerebro de un codicioso

Según El País, la gente que presenta esta característica suele tener un pensamiento distinto a los demás, centrándose en actividades ligadas a la economía o los negocios, y presumiendo excesivamente sus logros.

Estudios científicos han sugerido que, como los codiciosos tienden además a apostar alto para maximizar sus ganancias, podrían padecer una perturbación mental que anula su capacidad para percibir el riesgo o para ver las necesidades de los demás”, detalla el artículo.

Estas prácticas tenderían a generar grados mayores de inseguridad sobre el futuro en ciertas personas, que caerían en malas prácticas económicas para salvaguardar su sobrevivencia en tiempos difíciles, con el afán de prevalecer sobre otras personas.

Por último, El País sostiene que personas de recursos más limitados también están propensas a tener altos grados de codicia, que los llevarían a tomar malas decisiones respecto a sus trabajos, pasatiempos y manera de invertir su dinero.

“El peligro está en la gente corriente, particularmente en las clases medias, que pueden ser víctimas de la codicia arriesgándose a invertir sus trabajados y limitados ahorros en juegos, loterías o activos financieros, por querer multiplicarlos con rapidez y con mucho menos esfuerzo del que les costó conseguirlos”, concluyó.

El “Caso Garay” es un claro ejemplo de esta situación en nuestro país, teniendo como eje al ingeniero Rafael Garay, un profesional de alta reputación, con fama de buen asesor y gran credibilidad en los medios de comunicación; quien ofrecía rentabilidades impensadas a inversores de alto estatus social.

Tras años de confianza, todo finalizó con Garay huyendo de Chile, inventado la historia de un tratamiento contra el cáncer, tras la apertura de investigaciones por una serie de presuntas estafas por altas sumas de dinero a decenas de personas. Codicia en su máxima expresión.