En Laruns, un pequeño pueblo del suroeste de Francia al pie de los Pirineos, los niños de la escuela aprenden a silbar para comunicarse, un lenguaje olvidado que poco a poco se está recuperando y que también se practica en Grecia y las Islas Canarias.

“Hoù Baptista, apèra lo medecin!”, silva Philippe Biu usando el occitano, la lengua local.

Este profesor de la universidad de Pau ha venido a Laruns para echar una mano a su colega Nina Roth, la profesora de occitano en la escuela del pueblo.

Con dos dedos bajo la lengua, Paul, un niños de 12 años, repite con un sonido estridente la frase Philippe Biu, bajo los aplausos de los demás alumnos. Y luego traduce al francés: “Baptiste, ¡llama al médico!”.

“Para poder silbar primero hay que aprender el occitano. Y como se lo pasan bien silbando aprenden occitano mucho más rápido”, dice la profesora.

Son pocos los alumnos de la región que todavía aprenden este lenguaje, recuperado en los años 1950 por un especialista en acústica. “Es menos aburrido que el inglés”, dice Paul con una gran sonrisa.

Charlotte, de 14 años, y Philippine, de 12, están de acuerdo con él pero también se quejan de la dificultad. “¡Todavía no hemos conseguido emitir un sonido!” dicen-

Hoy también asiste a la clase Panagiotis Tzanavaris, un maestro griego del lenguaje silbado que lo practica en Antia, un pueblo escondido en un valle de la isla de Eubea, en el mar Egeo. “Kalimera”, silba en griego y los alumnos lo repiten. Según el profesor Philippe Biu, la técnica del maestro griego “permite usar cualquier lengua silbando”.

La tradición del lenguaje silbado en el Bearne, una región francesa situada al pie de los Pirineos, empezó a recuperarse en los años 1950.

Y fue gracias a René-Guy Busnel, un especialista en acústica que hizo el primer estudio sobre esta forma de expresión en Aas, un pueblo de 70 habitantes a pocos kilómetros de Laruns.

Busnel se dio cuenta de que los habitantes de este pueblo tenían la costumbre de comunicarse a gran distancia, desde ambos lados de la montaña, gracias a unos silbidos que pueden oírse a 2 kilómetros de distancia y con los que articulaban frases en dialecto bearnés.

Panorámica de Laruns | France64160 (CC) Flickr

Tradición mediterránea

Marcel Lascurettes, de 76 años, hijo y sobrino de silbadores, es uno de los últimos testigos de esta tradición en el pueblo de Aas. “Cuando era niño todo el mundo practicaba este lenguaje silbado. A diferencia del dialecto bearnés, que lo usaban padres e hijos, el lenguaje silbado sólo los usaban los niños como un juego en la calle”, recuerda.

Una tradición que se habría perdido para siempre si no fuera por la insistencia de sus defensores, reunidos en la asociación Lo Siular d’Aas (“Los silbadores de Aas” en occitano).

El lenguaje silbado también se practica en otras zonas montañosas del Mediterráneo, como en las Islas Canarias, Grecia, Marruecos o Turquía.

El presidente de la asociación de Aas, Gérard Pucheu, un profesor jubilado, explica como en 2006 viajó hasta las Islas Canarias para aprender cómo lo enseñaban allí.

“Observamos la manera como lo enseñaban en La Gomera [una de la islas del archipiélago], nos motivó mucho. Pensamos que podíamos usar este método aquí. Tenemos un tesoro lingüístico y hay que conservarlo”, asegura.

La jornada termina en la universidad de Pau, a 50 kilómetros de Laruns, con una ‘master-class’ de Panagiotis Tzanavaris, el maestro griego del silbido. Esta clase que cierra el curso anual del profesor Philippe Biu.

En la sala hay pocos estudiantes pero están presentes algunos de los mejores silbadores de la región como Bernard Miqueu, de 65 años, del pueblo de Ogeu. “Nosotros silbamos con los dedos y los griegos sin los dedos, es un sonido más melodioso”, asegura.

“La mejor edad para aprender es a los 11 o 12 años. Técnicamente silbar es difícil, hay que trabajar mucho antes de poder emitir un sonido”, dice Philippe Biu, que no le preocupa que haya poca gente en sus clases.

“Los silbadores de mañana son los niños, la transmisión la harán ellos”, asegura.