Si bien la mayoría de los padres evita gritarle a sus hijos para erradicar patrones normalizados por la sociedad, sin darse cuenta repiten estas prácticas, sobre todo cuando los niños no obedecen en primera instancia. Sin embargo, este comportamiento podría generar en los menores ciertos problemas en su desarrollo, los que podría aumentar sus niveles de estrés y ansiedad.

Ante el grito, el cerebro humano reacciona como si estuviera en una situación de peligro, alterando el desarrollo neurológico del niño. El sistema de alarma se activa liberando cortisol, hormona del estrés que se encarga de “encender” las condiciones físicas y biológicas necesarias en una situación de sobrevivencia.

Según Natalia Redondo, psicóloga, en una publicación para el medio español El País, explicó que “gritar es una estrategia cortoplacista, pero si lo hacemos de forma continuada tiene un efecto en sus cerebros y en sus comportamientos similares a la violencia física“.

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Además, la especialista agrega que “si mantenemos los gritos como una forma habitual de educarles, se produce un aumento en los niveles de ansiedad y de estrés en los niños y niñas, así como una disminución de su autoestima, al no sentirse valorados por sus progenitores”.

Consecuencias psicosociales

Existe una relación directa entre este comportamiento y el estado de salud mental de los padres. Si este llega a casa agotado por el exceso de trabajo, se genera que ante cualquier perturbación a su descanso, reaccione de manera agresiva expresada en gritos.

Para Natalia Redondo, el niño termina habituándose a los gritos y su capacidad de responder ante ellos disminuye. “Por eso cada vez es más necesario un grito más fuerte para conseguir el mismo efecto. Pero esto es una escalada muy peligrosa”, explica.

Según un estudio de las universidades de Pittsburgh y Michigan (Estados Unidos), publicado en la revista Society for Research in Child Development, en el cual se realizó un seguimiento a familias compuestas por madre, padre e hijos entre 13 y 14 años, reveló que el 45% de las madres y el 42% de los padres admitieron haber gritado y en algún caso insultado a sus hijos.

Henar Martín López, psicóloga sanitaria, especializada en Psicología Infantil, Terapia Familiar y Género, comentó al medio español que “nuestro cerebro identifica esa situación como peligrosa y se pone en alerta. Por eso se generan diferentes sustancias en el cerebro, como cortisol, que es la hormona del estrés. Con lo cual, si solemos gritar, en el cerebro de nuestras hijas e hijos se libera una cantidad muy alta de cortisol que conlleva una desregulación emocional, activándose así un estado de alerta continuo. La consecuencia es que sientan miedo cada vez que casi les miremos, y se sientan inseguras con sus figuras de referencia”.

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Además, la investigación comprobó los efectos de violencia verbal en los niños, tenido como resultado el desarrollo de diversos problemas de conducta, en comparación a niños que no estaban sometidos a constantes gritos. Algunos de los problemas generados fueron discusiones con compañeros, bajo rendimiento escolar, mentiras a los padres y síntomas de tristeza y depresión.

Estrategias para olvidarte de los gritos

Algunos expertos proponen estrategias alternativas, como reconocer que gritar es una forma de perder el control, por lo que se necesita volver a un estado de calma y reflexionar sobre la situación; detectar pensamientos hostiles y buscar distracciones que disminuyan la activación fisiológica de la ira.

Henar Martín, por ejemplo, defiende el uso de la palabra: “Se puede hablar y crear un clima de confianza para que en la familia haya una buena comunicación. No olvidemos la importancia de poner límites y normas. Todas las personas necesitamos rutinas y normas. Otra cosa es que transgredan esas normas, entonces previamente deberíamos haber llegado a acuerdos en familia con cuáles serán las consecuencias para sus actos”.

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La especialista enfatiza también en que es importante saber escuchar a los niños e intentar que ellos resuelvan sus conflictos de forma pacífica y analizando las causas de sus problemas, y así evitar que se repitan. “Yo recomiendo reflexionar, analizar la parte negativa y sobre todo es fundamental una palabra mágica llamada perdón”.

Los niños aprenden comportamientos por imitación, por lo que los adultos debieran una forma de mejorar la conducta y no descargar en los hijos el cansancio y malhumor acumulado. Los expertos afirman que el autoconocimiento en la persona adulta es un aspecto relevante a la hora de educar sin gritos.

Natalia Redondo considera que la parentalidad debe ejercerse con disciplina y amor, lo que requiere un trabajo diario, ya que no existe una clave específica que funcione en todas las situaciones y con todos los niños. Es importante establecer órdenes coherentes y cumplirlas y que la figura de madre y padre represente un apoyo condiciones y que favorezcan aquellas responsabilidades que están al alcance del nivel de desarrollo de los niños.