Se insiste en presentar la nueva Constitución como la solución a todos los problemas, desconociendo la realidad del país y la mala gestión que ha evidenciado el Estado. Escribir algo que suena bonito no lo hace real y en el intento podemos terminar peor de lo que estamos. Pero para entenderlo se requiere usar la razón y últimamente prima más lo emocional.

Comenzó la franja electoral para el plebiscito del 4 de septiembre, en que una de las opciones ha presentado la nueva Constitución como la solución a todos los problemas. Quizás a muchos de ustedes eso les provoca molestia y enojo, pero a mí me causa pena, porque deja en evidencia el problema de cómo se ha formado de manera defectuosa e instrumentalizada el proceso de razonamiento de nuestra sociedad.

Para profundizar en ese punto me remitiré al psicólogo Jean Piaget, quien propuso su teoría del desarrollo moral en los niños. Es así que en sus postulaciones se interesó por comprender lo que pensaban los niños acerca de las reglas morales, que son aquellas que en una sociedad determinan lo que está bien y lo que está mal.

Para estudiar el razonamiento moral en las personas -sin importar su edad- los psicólogos plantean dilemas o conflictos morales. Es decir, narraciones breves en las que se expone una situación problemática que presenta un conflicto de valores, pues las posibles soluciones se enfrentan entre sí.

Un ejemplo de esto es lo que se conoce como el “dilema del tren”, del que seguramente ya has escuchado. Se trata de un tren a toda velocidad que ha perdido el control de sus frenos y se dirige hacia donde se encuentran cinco personas que están trabajando en la vía y que no podrán reaccionar a tiempo para el momento en que llegue el tren. Una de las posibles soluciones es activar una palanca que puede desviar el tren, evitando que atropelle a los cinco trabajadores. Sin embargo, al hacer esto, el tren tomaría una vía en que hay una persona trabajando y que tampoco podría escapar. Y aquí viene el dilema: activar el mecanismo de desvío y salvar a cinco personas sacrificando a una, o permitir que las cinco mueran y una se salve. ¿Qué harías tú?

Aumentemos aún más la dificultad. La palanca ahora se encuentra debajo de un puente y la única manera de activarla consiste en dejar caer algo pesado sobre ella, pero lo único que tienes a tu alcance es una persona que se encuentra a tu lado. Al empujar a esta persona podrías salvar a cinco. Si no haces nada, esas personas también morirían. ¿Sacrificarías a ese conocido para salvar a los cinco trabajadores? En las investigaciones en las que se ha usado este dilema moral, la mayor parte de las personas decide sacrificar a una persona para salvar la vida de las otras cinco.

No obstante, los científicos han establecido que más que un razonamiento moral -que implicaría una elección calificando los actos como buenos o malos- este caso requiere un juicio de valoración casi de carácter utilitario, cuantitativo o económico, pues el valor de la utilidad de la opción en la que se salva a cinco personas es claramente mayor que aquella en la que sólo una sobrevive.

Por el contrario, en el segundo escenario, además de tardar más tiempo en tomar una decisión, la mayoría de las personas decide no hacer nada y permiten que el tren atropelle a las cinco personas, porque el atentar contra la vida de un individuo, aunque sea para salvar la vida de otros, implica tomar una posición personal y emocional que muchos calificarían de incorrecta y por lo tanto no están dispuestos a aceptarla.

Por ende, dependiendo de la situación, la solución es distinta, ya que nuestra cabeza no funciona como un código de programación con parámetros fijos, si no siempre nos diría: “Salva a la mayor cantidad de gente posible”. En resumen, hay decisiones que son tomadas por nuestro cerebro racional y otras, por nuestro cerebro emocional. Por este motivo, al escuchar declaraciones como que la Constitución acabará con la colusión o como que la gente no tendrá que trabajar tanto, a muchos les provocó molestia y pensaron: “No puedo creer lo que están diciendo”. De igual forma he despotricado yo también en contra de este tipo de declaraciones. Pero hay gente que realmente se cree estas afirmaciones y acá es dónde nos preguntemos: ¿La raíz del problema está en la parte racional o emocional?

Por un lado puede existir una falla en la parte emocional, porque existe una falta de empatía producto de cómo y dónde la persona se ha criado. Pero también hay una ausencia de la parte racional, de cómo fue implantada la idea del funcionamiento del Estado, los efectos de las decisiones políticas, la economía del país, etc. Por lo tanto, las personas no lograrán entender que por el hecho de que algo esté escrito en la Constitución no significa que se vaya a cumplir instantáneamente: No es un libro de deseos con varita mágica incluida, sino que existen muchos factores que pueden llevar a que algo que suena bien nos reviente en la cara.

Por tanto, existe un tema educativo y otro anterior que es cultural y social. La emocionalidad o empatía que uno debiera tener hacia el otro no proviene del colegio, porque muchas veces cuando se ingresa a la educación formal “el árbol ya viene chueco”. Esto es algo que se desarrolla en los primeros años de vida y si una persona es egoísta es porque creció en un entorno familiar donde no están propensos a aprender a ser empáticos y aprender el amor al prójimo.

El sistema educativo que está pensado en pasos de integración de la persona en sociedad puede cambiar esto mediante el desarrollo de la racionalidad en las decisiones y así puede ayudar a que las personas que vienen con poca empatía cambien.

Esto nos lleva a preguntarnos cómo está nuestro sistema educativo. No todos los alumnos ni los colegios son iguales, ni tampoco los ambientes donde están son iguales. Entonces ¿por qué el sistema educativo es igual?

La educación nos tiene que preparar para vivir en la sociedad y para racionalizar lo que decimos. Por ende, se debe juzgar a los profesores que van a dar clases y que no intentan hacer cosas diferentes, y no a aquellos que quieren hacer la diferencia y no los dejan.

La escuela es un experimento social, pero hay docentes que no tienen asumido ese rol y realizan cosas inaceptables como tratar de adoctrinar a los niños o utilizan el lenguaje de “facho pobre” o “aspiracional” en modo agresivo.

El sesgo político debería estar fuera de la educación, no contaminar los temas que se dan, no influir en la designación de los profesores, ni mucho menos libros con condicionamiento de línea o jornadas con sesgo ideológico como fue la jornada de educación no sexista. La ideología y el sesgo político deberían dar un paso al costado en el proceso de racionalización de los niños y jóvenes.

La política ha permeado un lugar que no tiene ni idea de cómo se maneja, privando a los docentes de herramientas que les permitan mejorar o sancionar la mala conducta y la falta de respeto de los alumnos hacia ellos.

Lamentablemente la propuesta de nueva Constitución profundiza esta situación, involucrando al Estado aún más en este proceso educativo y por ende involucrando más a los partidos políticos de turno, con personas puestas a dedo y que pueden condenar aún más el futuro educativo de nuestro país.

El que no se pretenda avanzar en que los niños y jóvenes desarrollen un proceso de racionalización me hace pensar que está muy mal, pues al final lo que se propone es permitir que un grupo de sociópatas se involucre de tal manera en el proceso educacional que terminen por destruir las bases de la convivencia social.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile