Estamos frente a uno de los mayores desafíos colectivos de nuestra historia: una pandemia que cobra miles de vidas y que nos deja la herencia de un país de dolorosos rezagos en pobreza, educación, ingreso, salud entre otras dimensiones significativas de la experiencia humana.

En nuestra experiencia trabajando junto a comunidades que enfrentan la pobreza y la injusta desigualdad que caracteriza a nuestro país, sabemos que la clave para construir y avanzar es la confianza, la colaboración y la participación conjunta en las decisiones. Esta clave requiere diálogo profundo, y la empatía que el contacto honesto provoca.

Colaboración, diálogo y confianza fueron máximas que nos permitieron poner en marcha una gran alianza, el Fondo de Respuesta Comunitaria, que levantamos junto a decenas instituciones convencidas de hacer la diferencia. Esta alianza se puso al servicio de proyectos levantados por las comunidades para enfrentar los efectos de la pandemia, potenciando sus activos comunitarios, descentralizando recursos económicos para impulsar más de 200 proyectos que respondieron a necesidades de alimentación, abastecimiento de agua, acceso a la educación y salud mental. Este apoyo permitió que cada iniciativa, vital y necesaria en esta pandemia, se mantuvieran firme durante el periodo más exigente de esta crisis y estuvieran junto a sus vecinos dando comida, conexión, aliento y esperanza.

No esperábamos vivir lo que hemos vivido estos meses: la enfermedad y la muerte, el hambre, la soledad y la profunda inequidad que han venido asociados a la pandemia por COVID-19. Pero estas crisis que remueven pueden ser también una oportunidad de transformación.

En tiempos convulsos como estos, el modo de hacer es el mensaje. En un país que manifestó por amplia mayoría querer discutir y decidir en conjunto qué sociedad queremos construir, qué derechos debemos garantizar, qué futuro vamos a impulsar, hemos tenido la oportunidad de vivir una enorme experiencia de colaboración y transformación colectiva. Una vez más las agrupaciones de la sociedad civil pueden construir un puente articulado por donde la ayuda pueda llegar a cada persona de una comunidad restaurando el sentido de dignidad, que vivir en pobreza y exclusión socava en un gran número de chilenos y chilenas, y también sumar a comunidades excluidas al diálogo más importante de nuestra historia.

Los proyectos que hemos visto y tantos otros que sabemos han ocurrido en miles de lugares de nuestro país, han mostrado la vocación de hacer las cosas bien, de no confundirse en el medio de una crisis de desconfianza que se arrastra por tanto tiempo y poner en el centro la solidaridad y la empatía.

Enfrentamos desafíos gigantescos. No solo tendremos que reorganizarnos en una nueva Constitución, también tendremos que recuperarnos social y económicamente y reconstruirnos en cuanto a las confianzas perdidas. Todos caminos que tomarán tiempo importante y que sí o sí debemos recorrer colectivamente.

El modo es el mensaje, y el mensaje es que existe un profundo anhelo de una sociedad que sea más justa, pero también más fraterna. En nuestra sociedad polarizada y fragmentada, justicia y fraternidad no son ni valores ni experiencias habituales, pero necesitamos esa transformación de modo urgente: para ello hay que atreverse a confiar y dialogar. Se requiere valentía para la transformación que nuestro país necesita.

Catalina Littin
Directora Ejecutiva Fundación para la Superación de la Pobreza

Arturo Celedón
Director Ejecutivo Fundación Colunga

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile