Ponerse en los zapatos de los demás, en el lugar del otro, comprender lo que está sintiendo, es aquello que se denomina empatía, es lo que nos permite ubicarnos, ser prudentes, a veces guardar silencio o distancia para acompañar al que está sufriendo.

Hoy el mundo entero está en ascuas por los miles de muertos, estamos en un momento de conmoción mundial, la OMS ha declarado la emergencia de una nueva pandemia que hoy va sumando más de 70 mil muertos.

En Chile, a raíz del brote mundial, el 18 de marzo de 2020 el Presidente de la República declara “Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe” por calamidad pública en el territorio chileno.

El jueves 26 de marzo el gobierno declara cuarentena total en 7 comunas de la Región Metropolitana en las que sus habitantes se repliegan en sus casas para cumplir el distanciamiento social que impone la cuarentena, ante los riesgos de contagio.

Miles de personas han perdido sus empleos, especialmente los más vulnerables; se inician largas filas para cobrar el seguro de desempleo; quienes trabajan por cuenta propia y sin contrato piden ayuda por redes sociales y emergen esfuerzos de solidaridad para apoyar pequeños emprendimientos que han quedado paralizados; el país se moviliza desde una serie de acciones solidarias en apoyo a los afectados; aparece la mesa social en un empeño de aunar esfuerzos para enfrentar desde todos los sectores la inminente crisis de salud ante la pandemia.

En este escenario y una semana después de declarada la cuarentena, el viernes 3 de abril, el Presidente, en un acto “espontáneo”, sorprende con una visita improvisada a la desierta Plaza de la Dignidad. Con pasos enérgicos camina hacia la base del Monumento a Baquedano y se toma una fotografía posando con una sonrisa triunfante ante la cámara. El sol de la tarde ilumina su cara bajo la estatua y en segundos las imágenes y videos se expanden como la pólvora por las redes sociales.

Este acto público deliberado, nos remite a lo ocurrido en el mes de octubre, en el que los chilenos masivamente experimentamos un “Estallido Social” en el que el ciudadano se suma a la revuelta de los estudiantes al sentir el límite de su capacidad de soportar las profundas injusticias de un sistema que, desde sus fundamentos, perjudica al pobre y favorece al poderoso.

El escenario de Plaza Italia y la estatua a Baquedano se convierten en el ícono del estallido y de las manifestaciones.

Foto de Paula Santibáñez (c)
Foto de Paula Santibáñez (c)

Este acto, para la historia, responde a su idea de haber alcanzado el triunfo esperado luego de expresar su declaración de guerra a los chilenos “estamos en guerra, contra un enemigo poderoso…”

El 18 de octubre ocurría el mayor estallido social de nuestra historia, que cobró decenas de muertos, cientos de mutilados, víctimas de violaciones a los Derechos Humanos en el país que no tienen reparación posible.

En este escenario de Plaza Italia muere Abel Acuña, es mutilado y cegado Gustavo Gatica, es asesinado a pocos metros Mauricio Fredes, es aplastado por dos “zorrillos” y son fracturadas las caderas de Oscar Pérez. Este es el escenario que eligió el presidente para perpetuar su triunfo mezquino mientras el enemigo figura en su casa privado de libertad.

El dolor, el duelo, la pérdida, el sufrimiento de quienes han pasado por el trauma brutal de la mutilación o de perder a un ser querido son materiales que podrán despertar en nosotros, la solidaridad y la compasión por los que sufren.

Hay quienes son incapaces de experimentar empatía; son quienes con sus actos hacen un daño irreparable al país.

Podemos recordar a Nerón tocando la lira mientras se incendia la ciudad.

Este último acto brutal del presidente, me ha traído a la memoria un escrito que vi en los muros de la ciudad en pleno estallido:
“Piñera, ninguna calle llevará tu nombre”.

Pelagia Rodríguez Carrasco

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