En La Tercera del sábado 4 de marzo, Alfredo Jocelyn-Holt escribe una columna encubierta de magnitud magistral. Se trata de un texto manifiesto que remite a una latencia discursiva que determina la dimensión de la crisis partidaria. El título de la columna es Ninguneos y se refiere a las expresiones descalificatorias de dirigentes comunistas, cuya enunciación es digna de análisis, justamente, por el esfuerzo puesto en la figura de estilo, al menos en dos zonas simbólicas relevantes de la política, que son la filiación y el poder de definir que es relevante para una fase.

En efecto, Gutiérrez busca deslegitimar a Mariana Aylwin restándole todo mérito, por su condición de “hija”. Esto es peligroso porque remite a la puesta en duda de los méritos atribuidos a otras hijas, cuyos padres han sido su capital simbólico inicial. Aunque, como niño peleador en los recreos, al fondo del patio, se apresura en elevar el estatuto de la Presidenta como hija ejemplar, porque al menos, ocupa una primera magistratura, mientras la ex Ministra no ostenta ningún cargo. Se parece a un niño perverso-polimorfo que defiende las virtudes de su Madre, en contra de aquellas malas mujeres que no representan a nadie; y que además, conspiran contra su Hogar.

Sin embargo, es preciso decir que un partido como el comunista chileno es permeado por el amor popular a la Reina de los Cielos, para cuya intercesión se ve obligado a subordinar su organicidad a los atributos patriarcales dependientes del comité-central como precepto filial operativo.

El partido reproduce la patriarcalidad representativa del Verbo Leniniano y de su correlato expresivo, en la auto-negación militante de quien sabe que el Mito de la Palabra es portador del Sentido de la Historia. Solo que a estas alturas, semejante pretensión ha sido disuelta por la propia realidad política contemporánea. Y en este sentido, este conflicto entre el PDC y el PC no es más que un capítulo de sus propios desmantelamientos como referentes que organizaron los deseos de justicia durante generaciones. El propósito del primero es deslegitimar la presencia del segundo en el goce del aparato del Estado, mientras el segundo termina siendo el único sostén de una reformas que dan cuerpo a una histórica insistencia que tendría su punto de partida en la propia Unidad Popular.

Lo que hace Gutiérrez, sin embargo, es poner en evidencia la tradición de la lengua-de-madera, como el indicio recuperado en una larga historia de sub/versión. Entonces, la fraseología de Gutiérrez tenía un propósito: rebajar el estatuto de Mariana Aylwin como agente político, porque carece de la suficiente virilidad para encarnar el sentido de la historia que solo podía ser representado por el Padre (sustituto del partido). Lo que hace el PC es prolongar el efecto allendista en la actual coyuntura, como recurso simbólico para salir de la crisis.

Luego vendría Teillier a ocupar la escena, para establecer la línea de demarcación entre lo relevante y lo irrelevante. Finalmente, es el presidente del partido y ostenta dicho privilegio. En definitiva, quien define “lo que importa” es el comité-central como categoría de incorporación en la Historia. Teillier es un significante vacío; lo que importa es la cuenca semántica y no el personaje.

En seguida, la Presidenta reproduce la misma matriz: “hay que dejar atrás las peleas pequeñas”. Ella es quien define los términos de la distinción. Esto se debe entender como que solamente los grandes militantes revolucionarios, no solo poseen la percepción de las Grandes Peleas de la Historia, sino que además, las encarnan.

Según Gutiérrez, hay hijas más eminentes que otras, con lo que está ninguneando en diferido al padre de Mariana, doblando la ofensa. ¿Qué se podría esperar de la hija de un golpista inicial, frente a la hija de un torturado por los golpistas? Al final, el dolor del sector resulta siempre convertido en un gran capital político al que se recurre en momentos como éste, para asegurar la unidad simbólica del bloque. Ante semejante concepción de la delegación discursiva, no queda más que modelar la palabra con la rudeza de la lengua-de-madera.

Lo que pretendo al hacer este comentario sobre Ninguneos, es remontar hacia la matriz discursiva de esta práctica. Las descalificaciones en tono de frialdad escenográfica han sido una nueva forma de expresión de los dirigentes comunistas, que nos remite a aquello que habíamos olvidado de una retórica teatral estereotipada.

Es curioso constatar cómo en condiciones de fragilidad orgánica, los dirigentes comunistas habían dejado a un lado la descalificación, pasando a disfrutar durante algunos años los efectos del léxico victimalizante, que todavía podría explotar cuotas de culpabilidad en ambientes del “socialismo renovado”.

Pero una vez que obtuvieron algunos cupos de diputados y que lograron colocar una cantidad suficiente de funcionarios en el aparato del Estado, recuperaron –por así decir- los viejos hábitos. Entonces no hay nada de extrañar. La descalificación debe ser entendida solo como un monumento literario gracias al cual podemos acceder al síntoma de una regresión originaria.

El ninguneo, entonces, es tan solo la f(r)ase expresiva de esta lengua-de-madera que está en la matriz del discurso partidario originario. He empleado la palabra matriz, porque estoy en la vía de la etimología correcta. La matriz a la que está referida esta lengua es la xilografía, de modo que la lengua-de-madera es un discurso esculpido a nivel de lengua, que permanece en sus condiciones iniciales de expresión y que designa un discurso fijo, convenido, cortado de toda realidad, que no aporta ningún elemento nuevo de información, pero que hace un correcto manejo de lo que ya se sabe.

Lo que Teillier instala con ejemplar realismo teatral es el criterio distintivo entre “lo que a nadie le importa” y “lo que le importa al partido”, sin advertir que lo que “a todos importa” ha pasado a ser el criterio que ha terminado por descalificar su propia estatuto como guardián de lo que “le importa al partido”, porque lo que a este le importa parece ser lo que menos importa.

Ahora bien: todo el ninguneo mencionado en la columna de Alfredo Jocelyn-Holt es una operación retórica destinada a preparar una conclusión; que los comunistas “no tienen nada que declarar sobre la situación cubana”.

Lo que no debe pasar bajo silencio en este intercambio de declaraciones son las propias palabras de la Presidenta, en que pide “dejar atrás las peleas pequeñas”, prestando ropa –como se dice en la jerga- a quienes consideran que Mariana Aylwin es la autora de una conspiración destinada a destruir las bases que sustentan a la Nueva Mayoría. En términos estrictos, una hipótesis en este sentido no necesita de complot alguno. Existe un contencioso suficientemente denso como para abrigar la verosimilitud de semejante eventualidad.

Sin embargo, la Presidenta elude el problema ético y político real que ya tuvo que enfrentar la izquierda durante la Unidad Popular, cuando se proyectó en Chile el film de Costa Gavras, La confesión.

Justo Pastor Mellado
Critico de Arte y Curador independiente.
Premio Regional de Ciencias Sociales “Enrique Molina”. Concepción, 2009.

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