¿Para qué sirven los debates presidenciales?
En la noche anterior al 52º aniversario del golpe de Estado de 1973, Chilevisión organizó un debate de los 8 candidatos presidenciales. Fui de quienes lo vieron. Junto a mi pareja nos sentamos frente al televisor sin mayores expectativas, solo la de escuchar a quienes habían inscrito su candidatura a la presidencia de la República.
Siempre me he preguntado para qué sirven estos debates, cuáles son las intenciones de quienes los organizan y cómo se eligen los periodistas que se instalan en el panel a interpelar a los postulantes.
Los comentarios radiales del día siguiente dijeron, entre otras cosas, que los temas tocados eran simplemente los que ocupaban la atención periodística en los días previos. Es verdad que así fue, pero hay que dejar claramente establecido que los periodistas del panel fueron quienes pusieron los temas y no los candidatos.
Esto revela que lo que interesaba a los interrogadores era tratar temas inmediatos, conflictivos y superficiales, más que profundizar en la mirada que cada candidato tiene sobre Chile y sobre el proyecto que propone para la sociedad chilena.
Queda en evidencia que la idea era provocar polémica entre los expositores, quienes efectivamente se dedicaron preferentemente a buscar debate con los adversarios políticos, atacarse entre ellos sobre asuntos accesorios, cuestiones del pasado o aparentes contradicciones en materias de declaraciones, pero no sobre las ideas matrices de su propia candidatura.
Los defectos del esquema
¿Se podía hacer mucho más con ese esquema? Por cierto que no. Preguntas largas, poco tiempo para responder (con cortes de micrófono al exceder unos segundos), todo rápido. Lo que se buscaba eran frases hechas, recursos publicitarios, especies de titulares, palabras que impactaran, pero sin entrar a lo fundamental: ¿qué propone cada uno para el país? Más bien se trata de tonalidades, estilos personales, mostrando cada uno el rostro (o la máscara) que sus asesores le han elaborado.
En un modelo así, ciertamente ganará el mejor polemista o el más histriónico, pero de sus ideas no se podrá saber casi nada.
Entonces surge la pregunta: ¿cómo se informa la sociedad chilena, las personas que van a votar, sobre lo que de verdad proponen los aspirantes a tan alto cargo?
La ley dispone que los candidatos a la presidencia de la República deben inscribir su candidatura con un programa. Pero ese programa no está disposición de los electores en forma oficial, sino que a lo más puede mediatizarse por la prensa o por internet o en las acciones de difusión que se realicen en el marco de la campaña.
¿Hay ideas disponibles?
En Chile existe un sistema presidencial con un ejecutivo fortalecido por disposiciones establecidas en la Constitución generada en la dictadura. La idea es tener un presidente muy poderoso, un congreso limitado y pocos canales de participación verdadera del pueblo.
Quien quiere ser presidente sabe que deberá gobernar con esas normas, por un período breve, ajustando su quehacer a formas y disposiciones que no están orientadas a generar nada nuevo, sino más bien a mantener o fortalecer lo existente. De esta forma, los programas parecen reducirse a una serie de asuntos muy concretos y específicos, con soluciones que están dentro de una manera de ver la realidad, estrecha, restringida y casuística.
Eso quedó en evidencia en el espectáculo televisivo, porque además de los eslóganes que se repiten, no se percibe una mirada que, asumiendo las urgencias, piensa a Chile más allá de la mera contingencia.
Valorable es, por cierto, que un par de los postulantes, hayan convocado a estados de ánimo diferentes, tanto buscando entendimientos como miradas de mayor optimismo. Pero lo más evidente lo revelan los tonos agresivos y descalificatorios de unos y otros: tratarán de gobernar cuatro años para rectificar lo que otro hizo, para repetir lo que se está haciendo, pero todo en referencia a lo inmediato y lo pequeño.
¿Para qué las candidaturas?
Tal vez la verdad sea que los partidos políticos no tienen mayores propuestas o, si las tienen, no se atreven a formularlas. Lo que les importa es ganar para gobernar, para estar allí, tratando de hacerlo de un modo que los haga perseverar en su posición de poder.
Pero ya hemos visto lo complejo que eso resulta para los incumbentes.
Bachelet ganó la elección con ciertas dificultades en 2006 y aunque ejerció con buen apoyo parlamentario, no le fue posible, sino hacer una discreta administración de lo existente.
¿Cómo prolongar esa posición de poder para su alianza electoral? Llevando de candidato a un expresidente (Frei), quien fue el primer concertacionista derrotado, por Piñera, un derechista que no fue partidario de la dictadura.
¿Quién podría arrebatarle el poder la derecha? Por cierto, solo Bachelet y ella ganó la elección por segunda vez. Pero luego de sus cuatro años, vino nuevamente la derecha, porque cuando se pensó que un expresidente (Lagos) podía ser candidato, lo quisieron obligar a someterse a primarias, lo que él no aceptó. Ganó la derecha con el mismo Piñera y su gobierno fue meramente contestatario, terminando por entregarle la presidencia a un férreo opositor como Boric, quien tuvo como alternativa a otro opositor pero derechista (Kast).
¿Y las ideas? ¿Y el pensamiento? ¿Y las doctrinas que inspiran a los partidos, dónde quedan?
El objetivo es tener el poder para hacer lo que se pueda e inscribirse en la lista de Presidentes de Chile y ahora en la de ilustres jubilados con perseguidora.
Nostalgia del futuro
Los mayores, quienes vivimos la democracia de la Constitución de 1925, a veces magnificamos lo que fue eso y se nos olvida que ya al promediar la década de los 60 estábamos de acuerdo en que era necesario hacer modificaciones profundas, estructurales, en la sociedad chilena.
En torno a un café u otro brebaje, expresamos nuestras nostalgias. Pero cuando miramos el mundo de hoy en la política chilena, añoramos a alguien que mire el futuro, quizás sobre los valores sólidos que tuvimos, pero pensando sobre todo que Chile no necesita más descripciones de los problemas, sino aventurar soluciones.
¿Se puede hacer eso con periodistas de corta memoria y presionados para responder ataques y explicar algo en tres minutos?
Eso es vivir el presente mirando la punta de los pies, olvidando que es necesario sustentarse en la historia, la experiencia, los pies puestos en el hoy, pero la vista y el pensamiento en lo que habremos de hacer.
En vez de estos absurdos y mediocres debates, ¿por qué no repetir aquellos programas de 1989, en los que Igor Entrala, acompañado de otros periodistas, entrevistaba a los candidatos (incluso precandidatos) por dos horas? No era necesario hacer show ni tocar temas sentimentales. Se hablaba de política y se buscaban ideas tras el personaje. Esa es labor de la televisión pública, por cierto.
O aquellos programas de la elección de 1970, donde panelistas que apoyaban a los diferentes candidatos, entrevistaban a cada uno de los postulantes a La Moneda. Porque en ese ambiente era posible que ellos expusieran sus ideas y no se limitaran a lo que puede hacerse en dos minutos en un programa apurado.
Es cierto que las campañas eran más largas. Pero eso tenía el mérito de que los candidatos podían escuchar, corregir, exponer, incluso pensar y no verse obligados solo al ingenio, al debate rápido, a la descalificación del adversario para sobrevivir.
El lema de hoy parece ser: ¡Qué gane el menos malo! Total durará solo 4 años y vamos a la otra vuelta, ciudadanos y ciudadanas.