Una de las cosas que más recuerdo tras el 27F era la oscuridad.

Sin electricidad, sin agua, sin teléfono ni internet, nuestra ciudad estaba prácticamente aislada. El centro de Concepción tenía gran parte de sus edificios en el suelo, pues lo que no tiró el terremoto lo acabaron hordas de saqueadores, aprovechando el descontrol. El edificio de La Polar en la esquina de Freire con Lincoyán era mudo testigo de cómo la codicia no respeta las tragedias, tras ser incendiado hasta sus cimientos.

Para el 10 de marzo, cuando grabé este video, ya se había dictado toque de queda y cada día llegaban más efectivos de las Fuerzas Armadas para custodiar las calles expuestas. Como periodista, tenía un salvoconducto que me permitía transitar de noche. Creo que eran cerca de las 22 horas cuando decidí registrar el regreso a mi casa en primera persona.

Aún me da escalofríos ver como, saliendo de calles O’Higgins y Barros Arana, Concepción comienza a ser engullido por la oscuridad absoluta. Era una experiencia surrealista caminar por esas calles fracturadas, desiertas, en medio de los escombros y sorteando veredas donde las fachadas amenazaban con caer ante cualquiera de las muchas réplicas.

Apagué la cámara cuando llegué a la esquina de Lincoyán con Maipú, pues la oscuridad ya no permitía ver nada. Antes de eso, me paré sobre el pavimento agrietado, levantado como si una mano gigante le hubiera dado un puñetazo desde el centro del planeta. No pude contener algunas lágrimas, apremiado por el estrés, el sufrimiento, las muertes y la destrucción de los lugares que acompañaron mi infancia.

Si algo bueno puedo rescatar de aquella experiencia, es el orgullo de saber que cuando una sociedad se organiza y se une para enfrentar la adversidad, también permite que aflore lo mejor de nosotros. Permite levantar una ciudad. Nuestra ciudad.

Este segundo video captado el 4 de mayo y más optimista, lo atestigua.