“Es incómodo enfrentar el tema, porque de verdad para mí era impensable esto de sentirme acosado por una alumna. A veces escuchamos casos en el trabajo por parte de una persona que tiene una jefatura o cierto poder sobre uno, pero no de alguien sobre la cual tienes autoridad”. Así comienza el relato de Javier, profesor de Educación Física de un colegio de la región del Bío Bío, quien forma parte de la negra lista de hombres que han sido violentados.

El testimonio -que fue recogido por Revista NOS– relata la historia del profesional de 30 años quien se desempeña en un establecimiento dependiente de una congregación religiosa. Allí, el docente acusa haber sido víctima de amenazas y constantes insinuaciones sexuales de parte de dos de sus estudiantes que bordeaban la mayoría de edad.

De acuerdo a Javier, en su vida laboral iba todo normal “hasta que un día me encuentro con mis alumnas en un lugar público, en un bar donde celebraba a un amigo. Las saludé cordial y seguí con el grupo de personas con quienes estaba pasando el rato”.

“Unas semanas después se repitió el encuentro en un lugar donde practico deporte. Me pareció raro verlas ahí. Después de eso las niñas empezaron a ser más insistentes en preguntar cosas de la clase, a interesarse por dónde hacer ciertos deportes, a buscarme conversación. Hasta ahí no había razón para preocuparme”.

No obstante, la situación se volvió más complicada para Javier cuando comenzó a recibir mensajes durante la noche: “Profe, por qué no sale, estamos en tal parte y podríamos pasarlo muy bien”.

“Pasaron un límite delicado, no respondí y al otro día informé a mi superior en el colegio (…) Mi jefe me entendió, pero no sé hasta qué punto. Me preguntó si yo les había dado el teléfono, si me veía con alguna de ellas fuera de clases y le conté cómo habían sido los encuentros fortuitos”, narra el docente.

“Me volví loco”

Para Javier, sin embargo, la situación no terminó ahí. Incluso empeoró. Según cuenta el profesor, la insistencia de las menores fue creciendo y comenzaron a enviarles fotos insinuantes, además de mensajes de diferentes celulares.

“Me volví loco. Presionado. Conversé con ellas, les hice ver las consecuencias de este tipo de actitudes, de lo dañino que era para ellas que, por favor, no lo hicieran con nadie más porque era ultra peligroso y que iba a tener que informar al colegio”, recuerda.

El problema fue que las palabras del docente derivaron en amenazas: “Si no quieres estar con nosotros, vamos a decir que tú nos buscas y que ahora no lo quieres reconocer… ¿A quién le van a creer?”, apunta el profesional, añadiendo que “el mundo se me vino abajo, me enfermé. Fui al psiquiatra y tuve que alejarme del colegio unos días“.

“Fue vergonzoso, hiriente también porque algunas personas me cuestionaron. Pero tenía pruebas y el antecedente de haber alertado cuando recién hubo indicios de este acoso. No quiero juzgar a las niñas, pero los jóvenes están mucho más sexualizados y, a la vez, la cultura los hace ser menos tolerantes a la frustración”, sentencia.

“Comienzo de una linda amistad”

Además del caso de Javier, el medio penquista recogió el testimonio de Roberto, quien se vio enfrentado a una compleja situación en la empresa donde trabajaba hace tres años.

Luego de un cambio de división al interior de la compañía, conoció a un hombre de unos 50 años de edad, jefe de uno de los sectores de la firma, quien se ofreció en varias ocasiones a llevarlo en su auto.

En una de esas oportunidades el ejecutivo invitó a Roberto a tomar un trago en un local: “Estábamos en verano, no tenía nada que hacer y, bueno, fui. Qué tanto si igual el tipo era entretenido, capo y llevaba harto tiempo en la compañía. Me insistía que tomara no más, que él invitaba. Que pidiera algo fuerte si quería, que vida hay una sola, que la tarde estaba para portarse mal. Él, en cambio, sólo bebía cerveza sin alcohol, porque estaba manejando. Obvio que quería que yo me pasara de copas. Algo me mareé. Y me dijo que me iba a dejar a la casa”, señala.

La situación, no obstante, adquirió una connotación diferente en el camino de vuelta, cuando su acosador le mostró un video en el que le practicaban sexo oral a un hombre: “Me dijo que él podía hacerlo mejor que eso y que esto podía ser el comienzo de una linda amistad, que me iría muy bien”, recuerda.

Acto seguido, el hombre le tomó la pierna. “Se me pasó el mareo de una, le pedí que parara el auto, y me bajé con el corazón en las orejas. Días después lo vi. Me sentí como un cabro chico, me dio vergüenza máxima. No quería mirarlo, pero también quería pegarle o hacer algo. Se puso al lado mío mientras había más gente y me habló como si nada, que lamentaba el mal entendido”.

El caso finalmente fue llevado hasta una persona de Recursos Humanos de dicha compañía, pero sin resultados positivos.

“Me dijeron que no podían hacer nada, que había sido fuera de la oficina, que no era mi superior directo y que era muy raro, porque este señor era muy respetable y un excelente profesional. Después se supo mi denuncia y, lejos de ser acogido como víctima de acoso, varios se reían de mí, me echaban tallas, cuestionando mi masculinidad y que me gustaban mayorcitos”, finaliza.

Cifras

Según un estudio del Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) y el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC Chile), recopilado por Revista NOS, uno de cada cuatro hombres afirmó haber experimentado acoso sexual: “el 51 % aseguró que mediante acercamientos intimidantes y un 17%, a través de fotografías sin consentimiento, sobre todo en el transporte público”.

“El estudio también reveló que, a pesar de los avances sobre la percepción de las prácticas que constituyen acoso sexual callejero, un 72% considera que los “piropos”, bocinazos y silbidos son prácticas típicas de la cultura chilena. Esta realidad alertó sobre la necesaria educación y formación para superar este tipo de violencia naturalizada”, consigna.