La habitación de Marcelo Zambrano (50) es adornada por múltiples fotografías, entre ellas la que lo muestra en la final de fútbol con su club Barrabases en el Estadio Municipal de San Carlos y en la que está con su hijo jugando en la plaza cuando el niño tenía dos años.

También está el diploma que recibió en octavo básico, que lo distinguió como el mejor deportista egresado de su generación. Delante de todo eso está su cama y sobre ella él, inmóvil hace casi 25 años. Comenzaba el año 1995. Cuatro meses después de la fotografía en la plaza con su hijo y su esposa, Marcelo comenzó a trabajar en la construcción del baipás de San Carlos, comuna en la que siempre ha vivido.

A ocho metros de altura, de pie sobre un andamio, pegaba tableros para el muro de contención. Pisó uno que no estaba reforzado y cayó. No llevaba casco, ni zapatos o cinturón de seguridad, pues la empresa no se los proporcionaba. Despertó del coma dos semanas después.

“Fui trasladado a Concepción, me había perforado un pulmón y estaba con una sonda. Supe que algo grave había pasado. El médico me dijo que me había quebrado las vértebras C4, C5 y C6, que estaba tetrapléjico y que no tenía posibilidad de recuperarme, que quedaría postrado para siempre. Me sentí derrotado”, recuerda Marcelo.

“Considero la eutanasia, porque no es digno vivir así, necesito ayuda hasta para lavarme los dientes. Perdí mi dignidad desde la primera vez que me cambiaron pañales”.

Actualmente se discute un proyecto de ley que permita la eutanasia, considerándola como una muerte digna para personas que reúnan las siguientes causales: dolor físico intolerable, disminución avanzada de las capacidades, padecer una enfermedad terminal y que la condición esté causando un sufrimiento psicológico intolerable.

Este mes la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados aprobó la incorporación de menores entre 14 y 17 años, pero aún es un proyecto resistido que cuenta con la oposición del Gobierno.

El ministro de Salud, Emilio Santelices, aseguró que “el plantearse la eutanasia es llegar y darse por fracasado cuando tenemos alternativas disponibles”.

“Vivir sin dignidad”

Marcelo relata que “de joven era desordenado, jugaba al fútbol en mi club de barrio y era boxeador. Lo peor que me pasó fue sentir el fracaso, que no podía sacar provecho de nada. A los 25 años me acababa de casar, quería tener cinco hijos más”.

Describe que “no controlo esfínter, y ahora después de tantos años no me pueden introducir la sonda por la uretra, tengo siempre problemas de sangrado al colocarla, eso no es digno. Termino en la posta para ponérmela en Urgencias, y ya no tengo hígado de tantos medicamentos que tengo que tomar para no sufrir espasmos musculares”.

Luego del accidente, recibió el apoyo de sus padres y de su esposa. Los primeros años utilizó una silla eléctrica, la que le permitía acompañar a su hijo a los entrenamientos de fútbol. También desde la silla fue entrenador de boxeo. Pero con los años su condición empeoró y tuvo que permanecer en cama definitivamente.

“Mi esposa tenía que trabajar, luego llegar a la casa a lavarme y hacerse cargo de nuestro hijo, después de siete años le pedí que se fuera, porque no quería que postergara su vida por mi culpa. Ella lloró, pero se fue y ahora tiene otra familia, y es feliz”, afirma.

Marcelo relata que “los médicos se ríen cuando les digo que quiero morir, yo les especifico que necesito una sobredosis de morfina, y ellos se ríen, me dicen que estoy loco, que cómo me voy a querer morir, pero ellos no están en mi lugar”. Vive con la ayuda de su hijo y de sus padres, quienes tienen enfermedades que limitan su movilidad.

Él recibe una pensión asistencial de $105 mil. Hace siete años estuvo en la cárcel por microtráfico de marihuana. “Estuve esperando seis años para una cistostomía operación para practicar una abertura en la vejiga, para no tener que usar la sonda en la uretra. Como nunca llegaba la hora, trafiqué marihuana para pagar la operación, pero me llevaron preso a la enfermería de la cárcel durante dos semanas. Así es la justicia, ciega. Además, tengo una bacteria, y el medicamento que necesito es muy caro, y el hospital no lo tiene”, reclama.

“Mis padres están enfermos y tienen edad, mi hijo debe hacer su vida, depender de otras personas es frustrante, comer ni siquiera es grato y estoy encerrado todo el día. Considero la eutanasia desde que leí el libro Mar Adentro en la que un tetrapléjico recurría a la muerte asistida-, pero mis amigos no se atreven porque la ley lo penaliza. Los parlamentarios deberían aprobarla, pero tampoco tengo confianza de que lo hagan”, sostiene.

Marcelo confiesa que ha tenido dos relaciones después de la separación de su esposa. “Han sido superficiales, y siempre les he pedido que se vayan, estoy acostumbrado a no aferrarme a nada, se extraña el afecto”, detalla.

“Todos dicen que con 50 años soy joven, pero a mí no me sirve de nada. El cuerpo es todo, ahora uno lo valora, con los años he visto gente que ha farreado su vida sin pasar por las condiciones que he pasado yo y eso me afecta más, por eso evito a las personas, porque siempre se quejan”, enfatiza.

Revela que cuando ocurrió el accidente “pensé que era mejor haber muerto, pero mi hijo me dio fuerzas. Ahora él ya es profesional, yo dependo de él y no quiero ser una carga. Cuando uno tiene un accidente todo el núcleo que te rodea queda postrado de alguna manera. A veces sueño que corro, pero despierto y me gustaría no haberlo hecho, cada uno tiene derecho a decidir sobre su vida”. A Marcelo le emociona recordar los partidos de fútbol, especialmente a su ídolo Elías Figueroa.

Confiesa que antes de los 25 años tenía el sueño de viajar por el mundo. Su hijo también juega en el club de fútbol local y es profesor de Educación Física. Muchas fotos suyas enmarcan la pared a la que mira constantemente, y asegura que después de todo pudo realizarse y vivir a través de él, y que eso es lo único que lo hace permanecer en esa cama.