Vivir afuera, ¿te cambia? Antes estaba segura que sí. Después de un año y medio fuera, diría que más bien te potencia.

Como todo en la vida, los aprendizajes y el crecimiento personal, dependen de cada individuo. Si vivir fuera te cambia o no, también es algo personal, depende de tu historia, pero sobre todo, de lo que estés dispuesto a crecer y enfrentar el desafío de conocer nuevos lugares, personas y culturas.

Antes de vivir la experiencia, estaba segura dentro de mi ignorancia que conocer gente nueva, estudiar en otro idioma, te cambiaba la vida. Sonaba obvio. Pero meses después, no me siento tan distinta, ni veo en otros una diferencia radical. ¿Qué pasa entonces?

Según observo, vivir fuera te potencia. Toma esas características que no explotabas del todo en el ambiente nativo y las hace florecer; de la misma manera que esconde otras. Tengo amigas que se vinieron a Inglaterra por un año pero nunca dejaron de estar en Chile, de revisar los correos electrónicos “del curso de los niños” y preparar el regreso desde el segundo día que llegaron. Para ellas su hogar es lo más importante y no se desvinculan de él.

Otras amigas disfrutan del viaje como una experiencia de años, pero finita. Convencidas de que es una etapa y ya pronto volverán a la patria. Haciendo planes y soñando en todo lo que harán cuando regresen y cuánto rédito tendrán de los postgrados que adquirieron.

Y luego, estamos nosotras…mi hija bella y yo, que nos vinimos por un año pero las alas se nos abrieron sin límites y ahora ¡queremos más! Si bien no hay nada muy seguro y las lucas escasean, estamos dispuestas a quedarnos un rato más acá porque sentimos que en este lugar podemos ser más de lo que podríamos lograr en Chile. No es que crea que “Chilito” sea un mal lugar para vivir, todo lo contrario, amamos Ñuñoa, nuestra familia y amigos, es nuestra esencia; pero la ubicación de Chile en el mundo y su nivel de “desarrollo país” en este momento, nos hace las cosas más difíciles, aunque no imposible.

Lo que pasa es que se nos hizo realidad la posibilidad de soñar. Y ante eso, pues no queda sino ¡entregarse con todo! Soñar que se puede estudiar algo relacionado con animales y terminar cuidando jirafas, abrazando leones y bañando elefantes en alguna reserva perdida en África.
Soñar en que una no vive para trabajar sino que puede agarrar el computador portátil y partir al parque a disfrutar del sol mientras se trabaja por una remuneración por hora decente, que aunque no sea estable permite vivir bien.

Soñar que en vez de ahorrar toda una vida, con algunos meses alcanza para viajar a lugares lejanos y exóticos. Entonces, no creo que vivir afuera me haya cambiado, ni a nadie que conozco, sino que tomó ese bichito que tenía calladito en el fondo del cajón y lo dejó salir. Y no sólo para soñar, sino que para vivir un montón de realidades también, por ejemplo:

– Siempre iba a comprar el pan con mi bolsa de género y me miraban raro. Acá, te miran raro cuando no andas con ella porque consumes plástico, que no se recicla. La mayoría de las personas recicla y los hogares están acondicionados para tener más de un basurero, cosa de clasificar como corresponde. De la misma manera, hay conciencia de qué es lo que comes, cuáles son productos contaminantes, uso eficiente de la energía y otras acciones de cuidados del medio ambiente.

– Siempre odié que mis superiores me preguntaran/controlaran cada dos minutos si estaba trabajando o no. Acá a nadie le importa qué haga con mis horas del día, siempre y cuando entregue cuando corresponde. Si llegara a no hacerlo, no hay más trabajo para mí y listo. Nadie se hace mala sangre.

– Al principio me impresionaba ir a la farmacia y que la promotora de las cremas tuviera maquillaje y vestuario gótico pero atendiendo con la misma eficiencia que cualquier otra persona. O ver adultos mayores no sólo “turisteando” solos por el mundo sino que vistiendo lo que quieren y tiñendo su pelo de los colores más brillantes. Es que lo que importa es la calidad de tu trabajo, no tanto cómo te ves (seguro no aplica para TODOS los trabajos, pero sí para la gran mayoría). Y entonces una puede ir sin maquillaje a una entrevista de pega y eso no afecta tus posibilidades.

– De la misma manera acá el voluntariado es en serio, hay miles de maneras de poder ayudar a otros. Una va a una tienda u organización, postula, te confirman las referencias y trabajas las horas que puedas. Pero aún y todo, siendo voluntarios, te tratan regio, te respetan y te exigen horario. Aún mejor, vale como experiencia laboral, rompiendo el círculo de los jóvenes de no obtener un trabajo por falta de experiencia laboral.

– Mi padre me enseñó de chica a saludar al chofer de la micro. Nadie más que conozco lo hacía. En York no sólo se saluda, sino que también se despiden y el chofer te da las gracias con una sonrisa. Puede que sea exclusivo de británicos y de los excelentes modales que tienen, pero nadie tiene mala onda con nadie. La gente no se cuela en la fila (y hacen fila para casi todo), saludan, dan las gracias y se despiden, todo muy agradable (obvio, siempre hay de todo y más de alguna vez he visto a un tipo bajarse de un auto a echarle la bronca al de atrás y al pololo de mi hija un tipo le pegó un cabezazo en el paradero, pero a lo que voy, es que son incidentes aislados en esta ciudad pequeña).

– Nadie habla por hablar, o sea, no a propósito. Si te ofrecen una pega o te invitan a alguna cosa, son honestos desde el principio en los requisitos y plazos. Siempre que uno no queda en la pega, te mandan un mail dándote las gracias por participar y es gentil avisar con tiempo si uno va o no a los eventos. Puede que esto no sea relevante para mucha gente, pero creo que es un gesto notable.

En resumen, el hecho de vivir afuera no ha significado haber perdido mi esencia o que me haya convertido en un ser totalmente distinto. Es que ciertas características o comportamientos van ganando espacios. Así es como en vez de salir una o dos veces a la semana con mi bolsa de género, porto una en la cartera. Hay que extrapolar esto a todo y es así como siento que vivir afuera potencia a una persona. Y acá estamos, ¡potenciadas!