Viviendo en Inglaterra, lo que menos pensé que es mis amigas serían de Medio Oriente y Asia. Pensaba yo, ingenuamente porque nunca viví fuera, que conocería muchos ingleses, pero es difícil cuando se vive de la universidad en las casas destinadas a estudiantes internacionales.

Llevaba sólo dos días en la histórica York, cuando al salir de mi casa una mujer con su cabeza cubierta con un pañuelo (hijab) me regaló la sonrisa más hermosa que he visto. Llevaba comida a mi vecina japonesa que acababa de tener un bebé y me invitó a cenar esa tarde a su casa. Desde ese día, Donya y yo nunca más nos separamos, eso fue hace casi un año.

Quizás ella sea un poco menor que yo, use siempre manga larga, no tenga amigos varones, no coma cerdo y siempre que sale de su casa se pone un pañuelo en la cabeza bien ceñido para no mostrar su hermoso cabello, pero aun así, siento que tengo más en común con ella que con varios latinoamericanos en esta ciudad. Puede ser porque mi familia tiene sangre palestina o, simplemente, porque en el fondo (bien en el fondo), somos muy parecidas.

Pasamos muchas tardes juntas, especialmente en el invierno que es eterno, yo con mi hija adolescente, ella con sus tres hijas, un hijo y embarazada del quinto (que ya tiene dos meses). Conversamos de la vida, los estudios, nos prestamos cosas de la casa como en la vecindad del Chavo y más importante, contamos una con la otra, que cuando todas las amigas se quedaron en el país de origen, vale más que plata.

Con el tiempo y la casualidad, conocí otras chicas musulmanas de Bangladesh, Indonesia, Egipto, Irán, Irák y Arabia Saudita. A los pocos meses, todas mis amigas en UK eran musulmanas o latinoamericanas, como si Europa no existiera en el mapa, como si estuviera viviendo en cualquier otro continente.

No fue apropósito, se fue dando por las circunstancias y porque el tiempo me enseñó que las amigas musulmanas son un gran aporte en la vida. Son honestas como nadie, por religión y costumbre no mienten ni engañan y tienen siempre esa sonrisa verdadera, no hay engaños ni cahuines, ni siquiera una mala onda (como todo en la vida, seguro hay por ahí gente distinta a la que describo, pero por suerte no me la he topado).

Aprendí entonces, que muchas de las costumbres cotidianas no tienen que ver con religión sino con cultura, como por ejemplo, para todas debo leer las etiquetas de las galletas y los dulces que llevo para compartir porque ninguno come gelatina ni otro producto animal relacionado con cerdo, pero sólo Donya rehúsa usar vasos que fueron usados para beber alcohol, aunque sean lavados con cloro. En cambio, mi amiga de Nabila de Bangladesh, los lava y listo.

Como todas las personas, cada una usa el pañuelo de distinta manera, colores y telas; incluyendo o no la cara. Es cierto que todas rezan cinco veces al día y comparten la religión, pero así como los pañuelos, cada una es un mundo donde las cosas se hacen distinto y se habla diferente.

Quizás estudiando postgrado debí ser más educada en el tema, pero no. Así que hubo mil cosas que les pregunté y ellas, con una sonrisa, me respondieron y se las comparto:

– No, no viven muertas de calor en el verano cuando el calor azota y ellas están vestidas enteras. Al parecer, están acostumbradas. Especialmente las que vienen de Medio Oriente donde el verano británico es una alpargata al lado de los 45° de allá.

– Las niñas empiezan a usar hijab en la pubertad (cuando les llega su primera menstruación). Y pueden elegir no usarla.

– Tener o no amigos hombres es una decisión cultural, no religiosa. Lo mismo el divorcio.

– Si por alguna razón, alguien como yo se equivoca y les da algo que contiene cerdo o no es Halal, no es grave, porque fue sin mala intención y nadie estaba en conocimiento de ello.

– No hay temas tabú al minuto de ser amigas, sólo hay que ser cuidadosa de que no haya nadie alrededor que escuche, especialmente hombres.

– No van a la playa ni a la piscina acá, pero sí lo hacen en sus países, donde la sociedad es musulmana y espacios exclusivos para mujeres donde pueden usar lo que quieran.

– Y no, no son oprimidas, sus maridos son como cualquier hombre y al final, son ellas las que mandan en la casa.

Nunca esperé tener amigas musulmanas y el universo me regaló varias. Una de las tantas sorpresas de este año afuera.

¿Alguna otra pregunta que ustedes quieran hacer?

Claudia Farah S.
(Faracita) Periodista, escritora amateur, madre polisilábica de una adolescente, crítica de realidades y creyente fanática de que se puede cambiar el mundo. Actualmente vive en Inglaterra después de hacer el Magister en Filosofía, Política y Economía en la Universidad de York.

*En la fotografía de izquierda a derecha: Nour (Irak), Donya (Jordania), mi hija Francisca y Reefa (Arabia Saudita)*

María Ana Chavana
María Ana Chavana