Este 26 de mayo se celebran en Siria elecciones presidenciales, las segundas desde el inicio de la guerra en 2011. El resultado ya se conoce: Bashar al-Assad ganará y seguirá gobernando con puño de hierro un país en guerra desde hace diez años y sumido en un estancamiento económico y social sin precedentes.

Un “simulacro”, una “farsa”, una “vergüenza”, una “puesta en escena cómica y cínica”, no les faltan palabras a los especialistas para calificar la elección presidencial en Siria.

Bashar al-Assad, de 55 años, será por tanto reelegido para un cuarto mandato.

Frente a él, acusado por la ONU de crímenes de guerra y contra la humanidad, se encuentran dos candidatos títeres: Abdallah Salloum Abdallah, exministro y diputado, y Mahmud Mareï, miembro de la oposición interna tolerada.

“Desde 1963 en Siria nunca ha habido elecciones presidenciales, así que no van a empezar ahora”, afirma Salam Kawakibi, politólogo y director del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de París.

El inamovible clan Assad

De hecho, fue por decreto hace 21 años que Bashar al-Assad sucedió a su padre Hafez. Tenía entonces 34 años, es decir, seis años menos de la edad permitida para presentarse a las elecciones presidenciales. La Constitución se modificó entonces para que pudiera presentarse como candidato.

Desde entonces, al igual que su padre, ha cosechado éxitos electorales (por referéndum en 2000 y en 2007), y las acusaciones de la oposición de amaño y relleno de urnas no han cambiado nada. La única “incógnita” actual es la puntuación que alcanzará. En 2014, el presidente fue reelegido con el 88% de los votos.

Si las primaveras árabes han visto caer a poderosos líderes como Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia, Ben Alí en Túnez, Assad sigue en Siria. Hay varias explicaciones para esto. En primer lugar, la violencia extrema empleada por el régimen desde el inicio de las protestas (recordemos, por ejemplo, las terroríficas imágenes de Ghouta Oriental atacada con armas químicas); después, la decisiva intervención de Rusia en 2015 en el momento en que Damasco estaba cercada por los rebeldes, la implicación del Hezbolá libanés “que limpió étnicamente, demográficamente, varias aldeas limítrofes con el país del cedro y sustituyó a sus habitantes por otros que le eran fieles”, señala el investigador. Por último, “la total indiferencia de la comunidad internacional también explica que Bashar el-Assad siga en su puesto”.

Por lo tanto, es probable que nada cambie en Siria mientras, según la ONU, el 80% de la población vive ahora por debajo del umbral de la pobreza, millones de sirios son refugiados en el extranjero o desplazados internos, hay que reconstruir el país y la crisis del coronavirus está empeorando una situación ya catastrófica.

Moscú y Teherán mueven los hilos

Y si la situación parece congelada, es en gran medida porque el régimen sirio cuenta con el apoyo militar y financiero de Rusia e Irán. “Siria se ha convertido en una colonia iraní-rusa”, dice Salam Kawakibi. Además, son los iraníes, los rusos y las milicias (sectarias como Hezbolá, apoyada por Teherán, u otras entrenadas y pagadas por Moscú) quienes controlan ahora el país militarmente.

“Teherán seguirá apoyando a Damasco, eso es seguro. Por otro lado, para arreglar su relación con Occidente, Moscú podría pedir al régimen algunas reformas superficiales y cosméticas”, añade.

Bashar el-Assad ya no controla mucho en su país. El sistema sirio es un sistema clientelar y “estas elecciones le permiten saber con quién puede contar dentro de su país”, señala el especialista en Siria Fabrice Balanche en las columnas del diario La Croix.

Según Salam Kawakibi, Assad controla todo lo que aporta dinero, controla a su entorno, a su familia, “distribuye la renta a sus compinches”. El resto pertenece a Moscú y Teherán. “El régimen ya no tiene nada que decir en un país fragmentado y ocupado por fuerzas extranjeras, porque ya no gestiona nada más que su sistema penitenciario y su política interna en las zonas que controla. Esto es todo lo que queda de la soberanía del Estado sirio, ya que no es dueño de su defensa ni de su diplomacia, que sigue el modelo de sus protectores rusos e iraníes”, analiza Ziad Majed, profesor de la Universidad Americana de París, en France 24.

El apoyo al régimen sirio ha permitido así que Rusia e Irán vuelvan a la escena internacional y se impongan a Occidente, que desde 2011 no ha conseguido poner fin al drama que se desarrolla en Siria. “En el momento oportuno, sustituirán a Assad. Pero actualmente es el más dócil”, continúa Salam Kawakibi.

Según algunos analistas, señala el diario libanés L’Orient Le Jour, “Rusia se plantea ahora derrocar a Bashar al-Assad y a su guardia cercana para reforzar su control sobre el país y abrir el camino a la ayuda financiera occidental para la reconstrucción, consolidando así la clientelización -sobre todo económica- de Siria frente a Moscú”. En efecto, la ayuda de la comunidad internacional está condicionada al inicio de una transición política que el régimen rechaza.

El fracaso de la diplomacia internacional

Alemania y Turquía, por ejemplo, han prohibido que las elecciones presidenciales se celebren en las embajadas y consulados sirios en sus países. El voto de los sirios en el extranjero tuvo lugar el 20 de mayo. Para poder votar, deben tener un pasaporte válido con un permiso de salida oficial.

Además, los aproximadamente seis millones de refugiados que han huido de su país desde 2011 están excluidos de participar en la votación. Los críticos del régimen sirio se indignaron recientemente por el hecho de que el llamado “Carnicero de Hamah”, Rifaat al-Assad, hermano de Hafez al-Assad, acudiera al Centro Cultural Sirio de París para votar mientras era aplaudido en las elecciones presidenciales del 26 de mayo.

Una protección de Francia que data de 1984 vivida como una traición por los opositores al clan Assad. “Es una política pragmática de Francia que no respeta la política de derechos humanos”, dice Salam Kawakibi.

Los miembros occidentales del Consejo de Seguridad de la ONU, encabezados por Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, han rechazado de antemano el resultado de las elecciones.

Unos comicios que se están celebrando “bajo el control exclusivo del régimen, sin supervisión internacional”, dijo en abril Nicolas de Riviere, embajador de Francia y representante permanente ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en una sesión mensual del Consejo de Seguridad sobre Siria. “El fracaso en la adopción de una nueva Constitución es la prueba de que las llamadas elecciones del 26 de mayo serán una farsa”, dijo su homóloga estadounidense, Linda Thomas-Greenfield.

Hay que tomar medidas para garantizar “la participación de los refugiados, los desplazados y la diáspora en cualquier elección siria”. Hasta que no se haga esto, “no nos dejaremos engañar”, advirtió.

“Unas elecciones en ausencia de un entorno seguro y neutral, en un clima de miedo permanente, cuando millones de sirios dependen de la ayuda humanitaria no confieren legitimidad política, sino que demuestran desprecio por el pueblo sirio”, dijo la diplomática Sonia Farrey en nombre del Reino Unido.

Mientras tanto, la Resolución 2254 de la ONU, adoptada en 2015, exige a todas las partes sirias el cese inmediato de todos los ataques contra la población civil o los bienes, y pide a la ONU que reúna a las dos partes (gobierno y oposición sirios) para iniciar negociaciones formales y celebrar elecciones supervisadas por la ONU, con el objetivo de llevar a cabo una transición política.

2028: ¿Bashar o Hafez?

Las elecciones de este 26 de mayo se celebran sólo en las zonas controladas por el régimen, es decir, dos tercios del país. Las próximas elecciones presidenciales sirias tendrán lugar dentro de siete años y muchos sirios creen que volverá a ser un Assad quien tome las riendas del poder.

El hijo de 18 años de Bashar al-Assad, Hafez, está cada vez más presente en los medios de comunicación sirios. Se presenta como el elemento moderno del futuro de Siria.

Casi 400.000 sirios han muerto desde 2011, cuando el pueblo salió a la calle para exigir reformas democráticas.