Los habitantes de Damasco se despertaron este sábado de madrugada, estremecidos por los destellos y el estruendo de los misiles. Algunos, impasibles, salieron al balcón para observar los ataques occidentales a instalaciones militares del régimen sirio.

En torno a las 04:00 horas de la mañana (hora local), durante 45 minutos, se oyeron los zumbidos de los aviones y el estrépito provocado por los misiles que caían en los alrededores de Damasco. El resplandor rompía la oscuridad de la noche.

Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que acusan al régimen de haber cometido el 7 de abril un ataque químico contra el bastión rebelde de Duma, cumplieron sus amenazas y atacaron instalaciones químicas y militares cercanas a Damasco y a Homs, en el centro del país.

El ruido sacó de cama a Sausen Abu Tableh. “Miré en internet y vi: ‘Ataque desvergonzado de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido"”, cuenta.

El ejército sirio, apoyado por Rusia, su aliado, afirma haber derribado con su defensa antiaérea la mayoría de los 110 misiles disparados por los tres países.

Nedher Hamud, de 48 años, subió al tejado para “ver cómo los misiles se venían abajo como moscas”, cuenta con una sonrisa este ferviente partidario del régimen.

En el barrio de Jermana, Rahmeh Abu Hamra, salió al balcón. “Cuando hacia las 05:30 horas vi que la gente se encaminaba a la plaza de los Omeyas, entonces tomé un taxi para participar en ello con mi hijo”, explica esta mujer de 49 años.

“Nos importa un comino Trump y toda la gente como él. Nos importan un comino los misiles. Les plantamos cara con nuestro ejército”, sostiene, desafiante.

“Hemos ganado”

El sol despuntaba cuando decenas de personas se concentraron en la emblemática plaza de Damasco, a la que llegaron a pie, en bicicleta o en coches adornados con los colores rojo, negro y blanco de la bandera siria. Alrededor de la monumental fuente de la plaza se creó un pequeño atasco.

Sonreían, algunos hacían la V de la victoria, agitaban banderas sirias, se sacaban selfies delante de la estatua del sable damasceno o bailaban y cantaban en la calzada al son de música a la gloria del presidente Bashar al Asad.

“¡Que Dios te proteja, Damasco!”, se oía decir.

“Trump creía que estaríamos al abrigo de las bombas, pero estamos en la plaza de los Omeyas”, afirma Amina al Fares, de 58 años, de luto por su hijo y sus sobrinos muertos en combate. “¡Todos por Bashar al Asad!”.

Para ellos los bombardeos occidentales son una señal de la victoria del régimen, que recuperó el bastión rebelde de Guta Oriental, a las puertas de Damasco.

Los insurgentes del grupo islamista Yaish Al Islam aceptaron evacuar la ciudad de Duma, tras el presunto ataque químico.

“Hemos ganado. Se acabó. Hemos derrotado al terrorismo. Es el último ataque que llevarán a cabo”, vaticina Yaman Qiblawi, de 59 años.

“Que [los occidentales] hagan lo que quieran, que maten a quien quieran”, dice Nedher Hamud: “La historia se quedará con que Siria derribó los misiles, pero no sólo eso. Derribó la arrogancia estadounidense”.