En Francia, el gobierno cedió ante la cólera policial suscitada tras el anuncio de prohibir la llamada “técnica de estrangulamiento”, que los policías estiman indispensable para el ejercicio sus funciones.

Un paso atrás, que ilustra las dificultades del gobierno Macron para responder a las crecientes manifestaciones de cólera contra las violencias policiales, sin indisponerse con los funcionarios del orden. Un difícil ejercicio de equilibrismo.

El pasado 12 de junio, en una carta dirigida a los sindicatos de policía, el ministro francés del interior, Cristophe Castaner, expresó claramente su voluntad de poner término a la llamada “técnica de estrangulamiento”.

Decisión adoptada en medio de la ola mundial de indignación suscitada por el asesinato de Georges Floyd en los Estados Unidos, que en Francia generó diversas manifestaciones contra la violencia policial.

Con el anuncio de Castaner, el gobierno buscaba calmar los ánimos, inquieto por las crecientes protestas callejeras de los últimos días y el temor de una degradación sensible del clima social, en el difícil contexto del desconfinamiento.

El problema es que los policías franceses, lejos de compartir la iniciativa de Castaner, lo hicieron saber pública y ruidosamente, estimándose desposeídos de una técnica imprescindible para el debido ejercicio de sus funciones.

Frente a la compleja ecuación de calmar los ánimos de unos, sin indisponerse con los otros, el gobierno se ha visto obligado a dar un paso atrás, cediendo a la cólera policial.

En una nota fechada ayer, el director general de la policía nacional Frédéric Veaux, informa que finalmente la “técnica de estrangulamiento” podrá seguir siendo utilizada, pero con “discernimiento”.

Al mismo tiempo que un grupo de trabajo deberá definir, de aquí al primero de septiembre próximo, cuales son los gestos y técnicas capaces de remplazarla de manera eficaz.