“Adiós ETA, un honor”. Un grafiti en una carretera en el País Vasco muestra resabios de apoyo a la organización separatista, que este jueves anunció su disolución, un paso que muchas personas aquí de todas maneras sienten que tardó en llegar.

En los alrededores de la población de Agurain, pintadas y afiches a favor de que los presos de ETA sean acercados a sus familias en el País Vasco adornan paredes y columnas bajo un cielo lluvioso.

Pero en este pueblo de 5.000 personas, donde gobierna el partido nacionalista moderado PNV, el fin de décadas de plomo con atentados, secuestros y extorsiones de ETA en su campaña por la independencia del País Vasco y Navarra es recibido con agrado.

“Lo tomo como algo positivo” dice Seve García de Vicuña, un jubilado de 69 años que confiesa en un principio haber simpatizado con ETA, creada en 1959 durante la dictadura de Francisco Franco, que prohibió el uso público del lenguaje propio de la región, el vasco.

Se fue desilusionando gradualmente y cambió de opinión tras años de violencia. En total, a ETA se le atribuyen al menos 829 muertos.

García de Vicuña advierte que los “sentimientos muy profundos que ha habido de arraigo, de apoyo a ETA, todavía quedan”.

‘Te duele’

Debilitada por sucesivos golpes policiales y el rechazo mayoritario de la población vasca, ETA anunció su renuncia a la lucha armada en 2011 y el año pasado inició el proceso de entrega de armas.

El jueves anunció su desmantelamiento definitivo, cerrando un negro capítulo de la historia de España.

“Ha habido muchos muertos y mucho dolor”, estima Victoria Pérez Conde, una mujer de 69 años originaria de Burgos, en Castilla y León, región colindante con el País Vasco.

Se mudó a Agurain hace cuarenta años, siguiendo el trabajo de su marido, y recuerda un momento en particular: el del asesinato en 1997 de Miguel Ángel Blanco, que conmocionó a España y generó masivas protestas, marcando un giro en la lucha contra ETA.

El concejal conservador de 29 años fue secuestrado por ETA y recibió dos disparos en la cabeza cuando expiró el ultimátum de 48 horas dado por la organización, que mantuvo en vilo al país entero.

“Yo estaba en la clínica ingresada y estábamos pendientes todos, y las enfermeras, a ver lo que decían”, recuerda Pérez Conde. “Y terminó mal. Y te duele”.

La mujer cree que la disolución de ETA llegó muy tarde, al igual que Adolfo Olalde, dueño de una tienda de computadores de 62 años en Agurain.

“De todas las organizaciones que se están disolviendo en todo Europa, era la última que faltaba”, dice Olalde.

‘Medios políticos, no violentos’

Pero ahora que ETA anunció su disolución, Olalde cree que el gobierno español debería también dar un paso.

Como otros vascos, cree que los presos de ETA deben ser trasladados a cárceles cercanas al País Vasco.

Ese acercamiento es defendido por los nacionalistas del PNV y por los independentistas de Bildu, las agrupaciones que dominan ampliamente el Parlamento regional.

En una columna cercana, un pequeño afiche muestra un mapa del País Vasco rodeado por la frase: “Prisioneros y fugitivos vascos de vuelta a casa”.

“En Francia veo que se están tomando medidas, a ver si en España toman nota”, dice, en referencia a los recientes traslados de presos de ETA del norte al sur de Francia, más cerca del País Vasco.

“A las víctimas también hay que darles su reconocimiento, pero por parte de los dos lados”
, agrega.

En un mensaje en abril, ETA pidió perdón por las víctimas “sin responsabilidad” en el conflicto, dando a entender que los asesinatos de policías y militares eran legítimos, indignando a sobrevivientes y familiares.

Pero también personas del entorno independentista murieron a manos de grupos parapoliciales y de ultraderecha, por lo que hay crecientes voces en el País Vasco que piden que esos crímenes también se reconozcan para ayudar en la reconciliación.

Para Alberto, un maestro de 41 años que rehúsa dar su apellido, la lucha de ETA por un País Vasco independiente continuará, pero “por medios políticos, no violentos”.