Bienvenidos al “Callejón del cáncer”. Silos, chimeneas y charcos marrones bordean las orillas del río Misisipi en Luisiana, estado del sureste de EEUU, donde montones de refinerías y plantas petroquímicas se metastizaron en las últimas décadas.
La polución industrial en esa franja de tierra entre Nueva Orleans y Baton Rouge coloca a los residentes en casi 50 veces más riesgo de contraer cáncer que el promedio nacional, según la Agencia de Protección Ambiental (EPA).
Los ambientalistas, que le dieron el siniestro apodo de “Callejón del cáncer” a esa franja de 140 kilómetros, han estado años tratando de limpiar el área.
En la pasada primavera boreal, la zona fue noticia por otra razón: una de sus condados tuvo la tasa más altas de muertos por la covid-19 de Estados Unidos.
“La gente estaba aterrorizada aquí”, confesó Robert Taylor (79), residente de la comuna de San Juan Bautista.
En abril de 2020, con primera ola de coronavirus en su clímax, tres residentes morían por día en esa comunidad de 43.000 habitantes.
“Cambió nuestra forma de vida”, sostuvo de su lado Angelo Bernard, de 64 años, quien trabaja en la refinería Marathon.
“En Reserve, solíamos estar todos juntos todo el tiempo…Ya no lo hacemos. Salgo lo menos posible”, enfatizó.
Desde entonces casi uno de cada ocho habitantes se contagió. La variante delta empeoró las cosas: las infecciones se dispararon en las últimas tres semanas
“Nos lanzamos”
Las muertes, empero, se ralentizaron en los últimos meses: apenas ocho este verano boreal, quizás gracias a una tasa de vacunación que es de las más altas de Luisiana
Tras el trauma del 2020, las personas se lanzaron a vacunarse y así San Juan Bautista hoy ostenta el 44,3% de sus residentes completamente vacunados, contra el promedio de 39,4% en el resto del estado.
“Cuando surgió por primera vez que la vacunación, ya sabes, ayudaría a la gente, nos lanzamos” a inmunizarse, señaló otro vecino, Robert Moore.
Esa reacción tal vez no sea sorprendente en una comunidad que sabe de tragedias.
Como la mayoría de quienes en su barrio de la pequeña ciudad de Reserve, Moore dedicó su vida a trabajar en la cercana planta que fuera de la compañía química Dupont.
Esa instalación, montada en 1968 y cuyas tuberías llegan hasta las opacas aguas del Misisipi, fue comprada en 2015 por la compañía japonesa Denka.
Es el único lugar de Estados Unidos que produce neopreno; una goma sintética utilizada para hacer prendas impermeables, guantes y aislantes eléctricos.
Pero también la producción de neopreno, hace que la planta emita cloropreno; un químico considerado cancerígeno por la EPA en 2010.
Cantidades astronómicas de esa sustancia fueron detectadas en el aire de Reserve a comienzos de la década de 2010 lo cual hizo que la agencia ambiental federal recomendara limitar a 0,2 microgramnos la cantidad de cloropreno admitida por metro cúbico.
Al otro lado de la calle de la planta, una estación de monitoreo de la calidad del aire sirve de sombrío recordatorio.
“Vulnerable”
Cuando Robert Taylor se enteró del escándalo, se sorprendió a medias. Este extrabajador de la construcción se preguntaba por qué el cáncer -que afectó a su madre, su hermana, su esposa y sus sobrinos- era tan prevalente en su ciudad.
El cloropreno no es el único agente patógeno del “Callejón del cáncer”.
En Reserve, donde más de 60% de sus 9.000 residentes son negros, la tasa de pobreza es dos veces y media la del promedio nacional.
Es una población con “muchas comorbilidades, muchos desafíos sociales y factores socioeconómicos que contribuyen a obtener malos resultados sanitarios”, declaró Julio Figueroa, un especialista en infecciones de la universidad del estado de Luisiana.
“Va a ser una población vulnerable”, afirmó.
Apenas entró a la Casa Blanca en enero, el presidente Joe Biden admitió que el “Callejón del cáncer” es un desafío.
Biden dijo entonces que quería plantar cara a “los impactos desproporcionados en la salud, el medio ambiente y la economía en las comunidades de color … especialmente … en las áreas más afectadas como Cáncer Alley en Luisiana”.
La propia ONU puso su ojo en la zona y denunció el “racismo ambiental” en esa área.
Para Angelo Bernard, que la atención se haya concentrado allí en los últimos meses, es una oportunidad para superar divisiones del país, como las raciales, o la lucha política por las vacunas u otras medidas tomadas contra el covid.
“Por alguna razón, Dios está dejando que esto ocurra”, declaró a la AFP. “Tenemos que encontrar la manera correcta de unirnos y vacunar a la gente”, subrayó.