Sesenta años de revolución castrista dieron a Miami la personalidad que tiene ahora: una ciudad de paquidérmicos desarrollos inmobiliarios; y olor a croqueta y café colado, donde los hijos y nietos de exiliados cubanos crecieron como “americanos que comen arroz con frijoles”.

A apenas 367 km de distancia, La Habana y Miami ya estaban muy conectadas a principios del siglo pasado, con un flujo turístico y comercial que iba y venía. Este movimiento pendular se detuvo en 1959, cuando triunfó la revolución de Fidel Castro y comenzó la diáspora cubana.

Los primeros exiliados de los años 1960 hoy son octogenarios que soñaron con liberar su país y ahora viven entre la frustración y la nostalgia, después de conspirar por décadas mientras jugaban dominó en los porches de sus casas color pastel.

“Estábamos perdiendo todo lo que nuestra familia había trabajado por años, no lo podíamos aceptar”, dijo Johnny López de la Cruz, de 78 años, recordando al grupo de cubanos exiliados que intentó invadir la isla en 1961 tras un chapucero entrenamiento de la CIA.

“Queríamos regresar para traer de nuevo la democracia y la libertad para el pueblo cubano”, dijo a la Agencia AFP este excombatiente que hoy preside la Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos.

Agence France-Presse
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El gran enemigo: John F. Kennedy, el presidente que los “traicionó” cuando retiró el apoyo de la CIA en plena batalla.

“Casi todos fuimos capturados”, contó López. Siguieron la prisión, la tortura y el exilio.

Cubanos como él sienten el anticastrismo en la piel y rechazan el acercamiento entre Washington y La Habana como una claudicación. Y ese sentimiento intestino moldea a buena parte de la comunidad cubana en Miami.

Sabor tropical

Pasaron los años, aumentó la diáspora y el sur de Florida cambió. El “sándwich cubano” se volvió el bocadillo más popular, el café ahora se llama “colada” o “cafecito” y el idioma que se habla rara vez es el inglés.

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Un cliché frecuentemente citado dice que la “ciudad mágica” es la única urbe extranjera que los estadounidenses pueden visitar sin pasaporte.

El capital social de la comunidad cubana de Miami es tal que uno de sus representantes, Jorge Mas, tuvo que meter la cuchara en el proyecto de estadio de David Beckham para que el futbolista británico comenzara a tener posibilidades reales de llevarlo a cabo.

Ya en 1972, el histórico caso Watergate involucró a cuatro cubanos de Miami.

Y cuando murió la gloriosa Celia Cruz en 2003, decenas de miles la despidieron en la Torre Libertad, un monumento a los exiliados entre los rascacielos de Downtown.

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Según el censo de 2017, del 67% de hispanos de esta ciudad floridana, más de la mitad (54%) eran cubanoestadounidenses.

“Los cubanos convirtieron la Miami subtropical en una ciudad con estilo tropical, una ‘ciudad alegre’ al estilo caribeño”, escribió el historiador Anthony Maingot en su libro “Miami: a Cultural History” (2015).

Pero ese sabor tropical no está en el Caribe: sigue siendo estadounidense.

“La latinización de la ciudad está contrabalanceada por las fuerzas de Estados Unidos, que siempre han favorecido la renovación y el cambio”, escribió Maurice Ferré, seis veces alcalde de Miami, en el prólogo del libro de Maingot.

Arroz con frijoles

Entre estas dos fuerzas antagónicas, están los hijos y los nietos de los cubanos.

Giancarlo Sopo, de 35 años, es hijo de un veterano de la Brigada 2506 que nació -dice- en la “cima” del auge del éxodo en los años 1980.

La cultura popular dejaba constancia del tamaño de la influencia cubana en Miami con éxitos como la canción “Conga”, de Gloria Estefan; y el film “Scarface”, con Al Pacino.

Años después, a raíz de la apertura de relaciones Cuba-EEUU en 2014, Sopo viajó a La Habana y descubrió que era más estadounidense de lo que pensaba.

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Atrás quedaron la crisis de los “marielitos” de los 1980 y la de los balseros una década después.

“Mientras más intercambio con jóvenes cubanos más me doy cuenta de que culturalmente tenemos diferencias”, dijo a la AFP este estratega comunicacional en su oficina de Miami Beach.

Un ejemplo: su esposa, nacida y criada en Cuba, considera natural que alguien la visite sin avisar. Pero, para él, esa costumbre es surreal.

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Los cubanos de segunda y tercera generación “ya somos americanos a los que nos gusta también comer arroz con frijoles”, bromeó.

Y, por esto, son grupos más propensos a favorecer la apertura e, incluso, a votar demócrata.

Anticastrismos como el de Johnny López “son visiones que hay que entender y respetar”, dijo Sopo.

“A mí no me confiscaron una tierra, a mí no me fusilaron a un hermano, un padre. (…) No puedo juzgar a las personas que sí sufrieron eso y decirles ‘ustedes son unos extremistas’. Creo que todos queremos para Cuba lo mejor, un país donde las personas puedan prosperar”, finalizó.