Fue uno de sus hombres de mayor confianza, su contacto con los narcos de Colombia, su piloto, compañero de juergas y tesorero, pero tuvo que declarar obligado contra el Chapo Guzmán en Nueva York.

En una audiencia, el hombre aseguró el miércoles que nunca traicionó a su jefe, pero que lo odia porque éste le mandó matar cuatro veces.

Miguel Ángel “el Gordo” Martínez, testigo clave del gobierno en el juicio contra el capo del narcotráfico, contó durante tres días todo lo que hizo y lo que vio en sus años de trabajo para Joaquín “Chapo” Guzmán, desde 1987 hasta su arresto en México en 1998.

Inclusive al luchar “como un gato boca arriba” contra su extradición a Estados Unidos siempre le fue fiel, aseguró.

“Cuando estuve luchando contra mi extradición yo nunca mencioné al señor Guzmán, nunca le fallé, nunca le robé, nunca le traicioné, cuidé de toda su familia y lo único que recibí de él es cuatro atentados contra mi persona”, se quejó el Gordo Martínez.

Extraditado a Estados Unidos hace casi dos años, el Chapo, de 61 años, es acusado de liderar el cartel de Sinaloa y traficar a Estados Unidos más de 155 toneladas de cocaína, heroína, metanfetaminas y marihuana a lo largo de 25 años, y si es hallado culpable podría pasar toda su vida tras las rejas.

“Oía afilar los cuchillos toda la noche”

Martínez tiene hace años una nueva identidad secreta e integra el programa de protección de testigos del gobierno estadounidense.

En esa línea, aseguró que no quería atestiguar contra Guzmán porque teme que éste ordene matarlo nuevamente.

“¿Por qué no quería declarar en contra” del Chapo?, le preguntó el fiscal Michael Robotti. “Imagínese cuánto más pueda recibir”, respondió Martínez, un voluminoso sesentón de gafas, calvo y de bigote.

Allí, contó que está viendo a un psicólogo que el gobierno estadounidense le recomendó porque sufre de ansiedad. “No puedo dormir”, afirmó.

Los cuatro ataques que sufrió entre 1998 y 2001, fecha de su extradición a Estados Unidos, ocurrieron en dos prisiones mexicanas.

En el primero, dijo Martínez, fue atacado por tres sicarios a puñaladas y con un bate. “Cuando entró a pegarme batazos, puse mi mano y el bate se quebró”, contó. Pero recibió siete cuchillazos y le perforaron un pulmón y el intestino.

Terminó en el quirófano del hospital de la cárcel, y cuando se recuperó, le mandaron a la misma celda con la misma gente.

“Oía afilar los cuchillos toda la noche”, contó. Tres meses después, le volvieron a dar cinco o seis puñaladas. Le perforaron otra vez un pulmón, y el páncreas.

Fue transferido entonces al Reclusorio Preventivo Sur, en Ciudad de México.

Cuando llegó, escuchó que los presos le preguntaban a gritos cuánto calzaba. “Querían quedarse con mis zapatos porque yo ya estaba muerto. Ya habían pagado para matarme”, explicó.

Los fiscales mostraron al jurado fotos de sus cicatrices en torso y rostro.

Balada de despedida

Martínez fue entonces encarcelado en aislamiento. Pero, una noche, dijo que escuchó a una banda de mariachis que estaba fuera de la prisión tocar más de 20 veces, una vez tras otra y hasta como las tres de la mañana, una de las canciones preferidas del Chapo.

Era un corrido “que dice que vivas la vida intensamente, porque lo único que te llevas (cuando mueres) es un pedazo de tierra”, contó.

Dos horas después del fin de la música, en la mañana, un sicario consiguió llegar hasta la puerta de su celda, amenazó con una pistola al guardia que la cuidaba y finalmente le lanzó dos granadas. Martínez alcanzó a lanzarse hacia el baño y se salvó.

El testigo pasó casi 10 años en prisión en México y Estados Unidos, donde hoy reside en libertad con su familia.

Tras su extradición se declaró culpable y comenzó a cooperar con el gobierno a cambio de una nueva identidad y la esperanza de una reducción de su condena inicial de 18 años de cárcel, que consiguió tras atestiguar en 2006 en un juicio en Arizona contra el arquitecto del Chapo, Felipe Corona, que le hacía túneles y escondites para el dinero de la droga.

El abogado del Chapo, William Purpura, que dirigió su contrainterrogatorio, intentó presentarlo como un mentiroso que odia a Guzmán y que por eso quiere verle tras las rejas de por vida.

Purpura hurgó en declaraciones previas de Martínez a las autoridades, incluido en el juicio de 2006, para hallar contradicciones. Y encontró algunas.

Por ejemplo, en ese juicio dijo que nunca escuchó al Chapo ordenar asesinatos, y esta semana dijo que escuchó hablar al acusado de 15 a 20 asesinatos.

“¿Usted mintió a este jurado porque lo odia?”, le preguntó Purpura. “Lo odio al señor Guzmán, sí”, respondió el testigo. Pero nunca admitió haber mentido.