El partido en el poder desde hace seis décadas en Singapur ha conservado la mayoría en las elecciones legislativas celebradas el viernes con medidas especiales debido al coronavirus, pero la oposición ha conseguido un resultado histórico.

El Partido de Acción Popular (PAP), que gobierna desde la independencia en 1965, obtuvo 83 de los 93 escaños y el 61,2% de los votos.

Un resultado inferior al de las últimas elecciones de 2015, cuando logró el 70% de los votos.

El opositor Partido de los Trabajadores ha conseguido, por su parte, 10 escaños, cuatro más que en su mejor resultado electoral hasta la fecha.

El primer ministro, Lee Hsien Loong, estaba visiblemente decepcionado. El porcentaje de votos a favor del PAP “no es tan alto como esperaba”, reconoció en rueda de prensa.

“Los resultados reflejan el sufrimiento y la incertidumbre que los singapurenses sienten en esta crisis: la pérdida de ingresos, la preocupación por el empleo”, dijo el primer ministro, que conserva su escaño, pero con menos votos.

Aunque muy lejos de la victoria, los simpatizantes del Partido de los Trabajadores festejaban el resultado en uno de los bastiones de la organización política, aplaudiendo y agitando banderas.

El jefe del Partido de los Trabajadores, Pritam Singh, se felicitó por el resultado. “Estoy muy agradecido a todos los votantes, me conmueve mucho”, declaró, añadiendo que “creo que hay mucho trabajo por hacer”.

Varios comentaristas estiman que el resultado del partido en el poder puede deberse a un deseo de cambio entre los jóvenes.

“Los votantes jóvenes quieren que sus voces se escuchen más”, declaró Eugene Tan, analista político de la Singapore Management University.

Con mascarilla y guantes y esmerándose en observar el distanciamiento social, los singapurenses votaron extremando las precauciones.

Las autoridades recomendaron franjas horarias a los votantes para respetar el distanciamiento físico y los colegios electorales permanecieron abiertos dos horas más de lo previsto debido a las largas filas de espera en un país donde el voto es obligatorio.

Esta prolongación ha enfurecido a la oposición. En un comunicado, el Partido Demócrata de Singapur afirmó que algunos de sus asesores tuvieron que abandonar los colegios electorales antes del final de la votación.

“Algunos centros de votación permanecerán sin vigilancia cuando se sellen las urnas, lo que podría poner en entredicho los resultados”, señaló.

La rica isla del sudeste asiático fue uno de los primeros países afectados por la epidemia de coronavirus, debido a sus lazos con China.

Pero fue una segunda ola de contagios en residencias de trabajadores migrantes en abril lo que más la ha impactado, obligándole a instaurar un confinamiento hasta mediados de junio.

Singapur ha contabilizado más de 45.000 infecciones, 26 de ellas mortales.

La oposición consideró la decisión de convocar elecciones “irresponsable”, pero las autoridades aseguran haber hecho lo necesario para que los 2,65 millones de electores convocados pudieran votar de manera segura.

Aunque la oposición sigue siendo débil, se ha reforzado gracias al apoyo de Lee Hsien Yang, hermano del primer ministro Lee Hsien Loong, en la carrera por un último mandato.

Disputa entre hermanos

El hermano está enfadado con el primer ministro por la herencia de su padre, el fundador de Singapur Lee Kuan Yew, y se ha convertido en miembro del Partido Progreso de Singapur.

“Votar por la oposición es la opción más segura para Singapur”, dijo Lee Hsien Yang.

El empleo y la respuesta del gobierno al brote son los temas que más interés despertaron entre los votantes.

El PAP, que supervisó la transformación de Singapur en una de las sociedades más ricas del mundo, cuenta con un sólido apoyo, pero ha sido acusado de arrogancia, de fraude electoral y de arremeter contra sus rivales.

Durante la campaña, varios medios de comunicación fueron blanco de una polémica ley contra la desinformación tras publicar comentarios de una figura de la oposición sobre el brote de coronavirus.

Los comicios también son una etapa en una transición, orquestada por el poder, a una nueva generación de líderes, en la que el primer ministro de 68 años entregaría el puesto a un sucesor.