El noreste de Brasil, que ya sufre con sequías cíclicas y altos niveles de pobreza, se ve golpeado ahora de lleno por la pandemia del nuevo coronavirus y el parón económico de las medidas adoptadas para combatirlo.

El noreste es la segunda de las cinco regiones con mayor número de muertos y contagios, detrás del rico sudeste, por donde la epidemia entró al país. Y Brasil es actualmente el segundo país en número de contagios en el mundo, detrás de Estados Unidos.

Para los 7,7 millones de nordestinos que viven con menos de dos dólares al día, la vida “normal” ya era difícil. Ahora, muchos se encuentran al límite tras el cierre de las escuelas -donde muchos niños se alimentan- o de la distribución de agua en aquellos lugares donde escasea.

“En 26 años, nunca había visto tantas personas viviendo con miedo, pasando hambre, porque todo paró. Pero el hambre no para”, dice a la AFP Alcione Albanesi, fundadora de la ONG Amigos do Bem.

Su organización distribuye comida, agua y artículos de higiene en comunidades del ‘sertao’, una inmensa, seca y calurosa área rural donde las familias viven de la agricultura pese a las condiciones adversas.

En las localidades más remotas, donde falta el agua, una medida de prevención básica como lavarse las manos puede ser un desafío.

Quienes se enferman precisan trasladarse en carreta hacia el pueblo más cercano y de allí emprender un largo viaje en transporte público hasta algún hospital.

Y al llegar, muchas veces se encuentran con la falta de insumos tan básicos como sábanas, relata Albanesi.

Migrantes vectores

El virus avanza rápido en el noreste, desplazándose de las capitales hacia el interior.

A principios de abril, la región concentraba 17,6% de los casos de coronavirus en todo Brasil. Hoy, ese número subió a 33,7%.

Los nueve estados de la región (que incluyen capitales como Salvador, Recife y Fortaleza) suman 147.000 casos y casi 8.000 muertes, de los más de 26.000 decesos registrados en todo Brasil.

No es una coincidencia que la trayectoria de los contagios haya seguido de cerca a la del sudeste.

Numerosos brasileños que habían migrado hacia el sur en busca de oportunidades perdieron sus trabajos debido a la paralización provocada por las medidas de cuarentena.

Y muchos de ellos, según reportes en los medios locales, regresan a sus ciudades de origen en transportes clandestinos, que realizan algunos trechos en caminos de tierra para burlar los controles sanitarios en las carreteras principales.

Así, algunos terminan llevando el virus hasta sus casas.

“De Sao Paulo salen autobuses, camionetas y automóviles todos los días [rumbo al noreste]. ¿Quién los controla cuando llegan al interior? Nadie. Salen y llegan de madrugada, ni siquiera son vistos”, dijo al periódico Folha de S. Paulo un conductor de autobús.

Pobreza y política

A la región noreste a menudo la llaman “cuna de Brasil”, porque fue en Salvador (estado de Bahia) donde los colonizadores portugueses fundaron la primera capital.

Pero ha sido una región históricamente marginada.

Hogar de 57 millones de los 210 millones de brasileños, reúne la mayor proporción de población negra del país (casi 75%) y los mayores índices de pobreza extrema.

Políticamente es un bastión de la izquierda. Es la única de las cinco regiones brasileñas donde el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro no obtuvo la mayoría de los votos.

A medida que el Covid-19 avanzaba en Brasil y Bolsonaro minimizaba su gravedad (llamándola “gripecita”), el noreste tomaba medidas.

Los gobernadores de la región conformaron un comité de expertos para responder a la crisis, presidido por el médico Miguel Nicolelis, especialista en neurociencia.

“El noreste no recibió mucha ayuda financiera del gobierno federal (…) debido a esta animosidad política”, dijo Nicolelis a la AFP.

Con los recursos a su alcance, el comité implementó una estrategia para retardar la propagación del virus, incluyendo brigadas de emergencia y una aplicación de celular para identificar casos sospechosos, que tuvo 200.000 descargas.

Aun así, compara el trabajo a “estar en el ojo de un huracán sin una capa de lluvia”.

Muchos hospitales de la región están al borde del colapso.

“Es una batalla muy intensa”, explica a la AFP el secretario de Salud de Recife (capital del estado de Pernambuco), Jailson Correia.

Correia logró abrir siete hospitales de campaña. Pero con 471 profesionales de la salud de licencia por enfermedad, se le está haciendo difícil completar el cuadro de recursos humanos.

Con los casos aún en aumento, “el nivel de estrés es extremamente alto”, afirma.