La erradicación de la violencia en Brasil fue su gran tema de campaña en uno de los países más peligrosos del mundo: Jair Bolsonaro sedujo a decenas de millones de electores con propuestas simples y radicales.

La más polémica de sus propuestas es liberar el porte de armas.

De hecho, la primera foto que apareció de este diputado, excapitán del Ejército de 63 años, luego de ser operado por una puñalada recibida en el abdomen durante un mitin, lo mostró en Instagram imitando un revólver con sus dedos.

El gesto se convirtió en su marca registrada y muchos brasileños lo imitaron durante actos electorales, sonriendo junto a sus hijos.

La violencia es un flagelo para los 208 millones de brasileños. El año pasado hubo 63.800 homicidios, un récord. En siete años fueron asesinadas más personas que durante la guerra en Siria.

¿Cómo luchar en el país más grande de América Latina contra una plaga que deja más de siete muertos por hora, muchas veces niños alcanzados por balas perdidas?

“Darles porte de armas a las personas de bien”, responde Bolsonaro. “Si uno de nosotros, civil o soldado es atacado (…) y si dispara 20 veces sobre el atacante, debe ser condecorado y no ir a la Justicia”, lanzó el candidato de la extrema derecha en un acto en agosto en Madureira, Rio de Janeiro.

La simplicidad del discurso caló en algunos, como Jamaya Beatriz, una manicura de este violento barrio carioca.

“Vivo en una zona peligrosa”, explicó. “Si alguien toma mi casa, quiero poder defender a mis hijos”, resumió.

Crímenes de odio

Sara Winter, una exmilitante del grupo feminista Femen que ahora es candidata de derecha al Parlamento, encuentra positivo que Bolsonaro quiera “armar a las mujeres para que puedan defenderse, aumentar las penas a los violadores e instaurar la castración química”.

La puñalada que recibió convirtió a Bolsonaro en otra víctima de la violencia y su discurso ganó legitimidad.

Poco antes de ser apuñalado, llamó a “fusilar” a los miembros del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda).

Bolsonaro asegura que “las armas por sí solas no generan la guerra”.

Una hipótesis discutible.

La llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos hizo que “los crímenes de odio hayan aumentado considerablemente en Estados Unidos porque quienes están detrás de este tipo de acciones se ven legitimados por una persona así”, opinó el sociólogo Glauber Sezerino, copresidente del grupo de estudios Autres Brésil.

El riesgo, destaca este especialista, es que “las redes de extrema derecha brasileñas (se lancen) contra las minorías negras, homosexuales, transgénero o incluso contra los militantes de izquierda”.

En el Parlamento, la bancada que apoya la liberalización del porte de armas ya dio su bendición al diputado ultraderechista del pequeño Partido Social Liberal (PSL).

“Temporada de caza”

En las zonas más peligrosas del país, Bolsonaro, que dijo que “un buen criminal es un criminal muerto” podría “abrir la temporada de caza” a los delincuentes, teme Sezerino.

Y le alcanzarían las prerrogativas presidenciales para recurrir al Ejército y las fuerzas de seguridad nacionales.

Este tipo de fenómeno se produjo en Filipinas, donde el presidente Rodrigo Duterte dice llevar adelante una guerra contra las drogas, sin que ningún policía o efectivo de seguridad haya sido enjuiciado por ningún abuso.

La policía brasileña ya es conocida por su gatillo fácil, y tampoco rinde cuentas, como deploró Amnistía Internacional: el año pasado mató a 5.144 personas durante sus operativos, una cifra que no para de crecer y que fue en 2017 un 20% superior a la de 2016.

Pero la violencia no es solo un fenómeno urbano en un país de dimensiones continentales.

Para Bolsonaro “los terratenientes deben tener un acceso más fácil al porte de armas para enfrentar al Movimiento de [trabajadores rurales] Sin Tierra” que reivindican el uso de parcelas improductivas, así como a los indígenas, argumenta Sezerino.

Así las cosas, la llegada de Bolsonaro al poder podría significar que en Brasil, la violencia se combatirá con más violencia.