Atrás quedaron los días en que Nicolás Maduro parecía tambalearse. Hoy, protagonista de una de las peores crisis que haya vivido Venezuela, se convirtió contra todo pronóstico en el hombre fuerte capaz de mantener al chavismo en el poder.

A sus 55 años, este exconductor de autobús y sindicalista, de poblado bigote negro, aspira a reelegirse en las elecciones presidenciales que, según la convocatoria adelantada por la Constituyente, deberán celebrarse antes del 30 de abril.

Maduro, cuyo mandato de seis años vence en enero próximo, es el heredero político del fallecido Hugo Chávez, quien lo ungió tres meses antes de morir -el 5 de marzo de 2013- para liderar la “revolución bolivariana”.

“Su autoridad nace heredada por Chávez (…) Ahora tenemos a un Maduro distinto, que se sabe más fuerte y que tiene que ser más agresivo”, afirmó a la AFP el analista Félix Seijas, director de la encuestadora Delphos.

Sin el carisma de Chávez, ha intentado imitarlo con apariciones casi diarias en televisión, un verbo populachero y discursos cargados de retórica antiestadounidense.

A la vez construye un estilo propio. Llamándose a sí mismo como un “presidente obrero” y “gente humilde”, gusta de hacer gala de su mal inglés y de buen bailarín, sobre todo de salsa, en la tarima de sus mitines con su esposa Cilia Flores, a quien le dice “Cilita, la bonita”.

Sus oponentes le llaman “dictador” por controlar todos los poderes del Estado -excepto el parlamento, maniatado por el poder judicial- y a los militares, al tiempo que lo acusan de llevar al país al colapso económico, con grave escasez de alimentos y medicinas, e hiperinflación.

Pero Maduro, quien se mofa de quienes le llaman “Maburro”, dice ser el presidente más democrático y atribuye la crisis a una “guerra económica”, apoyada por Estados Unidos, para derrocarlo.

Del chavismo al madurismo

Analistas sostienen que la oposición lo subestimó. “Ha sido un gran equilibrista, ha logrado mantener una distribución de las cuotas de poder (en el chavismo). Sin lugar a duda tiene la autoridad suficiente dentro del chavismo como para imponer su candidatura que no es poca cosa”, dijo Seijas, atribuyéndole audacia política.

“Será madurista, pero chavista no es”, comentó a AFP la exministra Ana Elisa Osorio, resumiendo el sentimiento de un sector de la izquierda que cree que pasó la raya con la Constituyente al no someter a referendo su convocatoria y elegirla con reglas “amañadas”.

Maduro asegura que está perfeccionando la revolución y reivindica que hace de “tripas corazón” para mantener programas sociales que catapultaron al chavismo.

Sus detractores lo acusan de crear un sistema de control social con el “Carnet de la Patria”, una tarjeta que creó para permitir el acceso a las ayudas sociales, y movilizar seguidores en las elecciones de gobernadores y alcaldes de 2017, en las que el chavismo barrió.

En el ojo de la tormenta

Desde el primer día gobierna en convulsión. Un sector opositor impugnó su triunfo por estrecho margen sobre Henrique Capriles, quien lo llama “vago” y le critica que engorde mientras venezolanos “buscan comida en la basura”.

Con poco más de un año en el gobierno, los precios del petróleo cayeron 50%, una calamidad para un país dependiente del crudo y con una industria desmantelada por controles y expropiaciones del chavismo.

Maduro enfrentó en 2014 una primera ola de manifestaciones que dejó 43 muertos. Al año siguiente sufrió la más dura derrota electoral chavista, cuando la oposición arrasó en los comicios legislativos.

En 2016 la oposición intentó sacarlo del poder con un referendo revocatorio frenado por el poder electoral,
acusado de servir al gobierno.

Entre abril y julio de 2017 enfrentó violentas protestas que terminaron con 125 muertos, tras las cuales llamó a una Constituyente con poderes absolutos y desconocida por la oposición y parte de la comunidad internacional.

Aferrado al poder

Nacido en Caracas, se declara católico y en su adolescencia fue guitarrista de una banda de rock llamada “Enigma”. Sectores de oposición aseguran que nació en Colombia, pero él lo niega.

De 1,90 metros de estatura, es padre de “Nicolasito”, uno de los integrantes de la Constituyente, fruto de un matrimonio anterior.

Exsindicalista del Metro de Caracas, recibió formación comunista en Cuba en los años 1980 y con frecuencia viaja a la isla. Presidió el Parlamento, fue canciller y vicepresidente de Chávez.

“Es un buen político, pero no un estadista”, opina Nicmer Evans, politólogo chavista crítico de Maduro.

Independientemente de eso, para Seijas, la “gente lo ve ahora como una persona capaz de mantener el poder”. “Si la oposición no da los pasos correctos, milimetrados, las posibilidades que Maduro gane una elección, incluso sin trampa, existen”, aseguró.