Para entrar en Huarmey hay que sumergir medio cuerpo en el lodo. “Agua, queremos agua”, grita la gente guarecida en sus techos. Nadie baja. El barro cubre sus casas a la mitad. Tras las inundaciones en Perú, sus habitantes quedaron presos en un gigantesco pantano.

El último miércoles, después de fuertes lluvias en los Andes, los “huaicos” -como se conoce en el Perú a las avalanchas de lodo y piedras- descendieron desde los cerros como un ataque sincronizado, y desbordaron el río Huarmey, que fue a desembocar toda su furia en esta ciudad portuaria ubicada 300 kilómetros al norte de Lima.

Primero empezó a venir poquita agua del río, y después ‘boom’, el agua nos atacó. Ya no podíamos hacer nada. Todas mis cosas están enterradas. Nadie ha venido por esta zona a mojarse los pies”, grita Paulina Farromeque desde el techo de su vivienda.

Su casa está en la avenida Alberto Reyes, en la misma calle donde se encuentra la comisaría. O lo que aún se deja ver de ella. En este enorme lodazal vertical sólo sobresale el techo del patrullero y algunos agentes atienden en el segundo piso del predio. El primer piso está tapado por el barro.

El último informe oficial reporta 75 muertos desde enero a la fecha producto de las inundaciones en todo el Perú, a causa del denominado “Niño Costero”, que eleva las temperaturas del mar de la costa peruana, generando alta evaporación y fuertes lluvias.

La situación también deja 99.475 damnificados -que lo perdieron todo- y 626.928 afectados -que sufrieron daños menores-, según ese balance.

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Sobrevivir en el lodo

Desplazarse por las calles de Huarmey, en la región Ancash, es un reto. Cada paso es un nuevo y gran esfuerzo. Las piernas quedan presas por la resistencia que ofrece el lodo. Por momentos parece que la gente camina dentro de una gigantesca masa de torta de chocolate antes de ser colocada en el horno.

“Hay que agarrarse de las paredes de las rejas, caminar por los extremos para no hundirse”, explica Eugenio Huertas, quien en estos últimos cuatro días, por necesidad, ha desarrollado la habilidad de desplazarse con cierta destreza por el lodazal.

En Huarmey se contabilizan al menos 40.000 afectados y el gobierno envió por mar buques de la Marina con ayuda humanitaria.

Militares desembarcaron para apoyar las labores de auxilio, en medio de rumores de saqueos durante la madrugada a negocios que aún tienen víveres pero que quedaron cerrados tras los desbordes.

La ministra de Salud, Patricia García, también estuvo allí el viernes. Pero la población asegura que el apoyo es aún insuficiente.

La ayuda llega pero no para todos. Menos a los que no pueden salir de casa, porque hay que hacer filas para recibir agua limpia.

Pasan los helicópteros pero sólo para tomar fotos. No viene nadie”, se queja el pescador Jorge López, uno de los varios que viven en esta ciudad con vista al océano Pacífico.

Son los propios vecinos que, pala en mano, retiran el barro -donde se puede, claro- para limpiar sus calles. Es la propia población la que, con su dinero, contrata maquinaria pesada para la remoción de escombros.

En una de las calles de la ciudad, los vecinos explican que cada uno pagó 20 soles (unos 6 dólares) para contratar maquinaria pesada que se lleve la suciedad.

“Huarmey es una zona de emergencia. Los huaicos (aluviones) siguen viniendo y lo más triste es que llegan de noche. Necesitamos ayuda urgente, necesitamos agua, víveres”, dijo Luz Castillo a la AFP, detrás de un muro de ladrillos que colocó en la puerta de su vivienda, para bloquear el agua.

El puerto de Huarmey ha sido por años parada obligatoria para los viajeros que transitan por la carretera Panamericana Norte y quieren descansar y alimentarse antes de continuar con su trayecto.

Hoy, quienes consiguen atravesar tras sortear los cortes de ruta, se detienen, pero para observar la devastación.