Dilma Rousseff se defenderá este lunes ante los senadores que deciden su destitución en Brasil en el que será, si se cumplen las previsiones, su último acto y el más dramático como presidenta del gigante sudamericano.

Un final inesperado para esta exguerrillera de izquierda, de 68 años, la primera mujer en ocupar la presidencia del país, y para el Partido de los Trabajadores (PT), que gobierna desde hace más de 13 años la mayor potencia latinoamericana.

“Irá con un espíritu altivo. Está tranquila”, resumió uno de sus asesores consultado por la AFP pocas horas antes de su comparecencia en el Senado, la antesala de una votación final para decidir si es despojada o no de su mandato.

Aislada políticamente, agobiada por la peor recesión económica desde los años 30 y con su partido ametrallado por denuncias de corrupción, Rousseff fue suspendida de su cargo en mayo, acusada de maquillar las cuentas públicas.

La votación final será el punto final de un proceso que remece al país desde hace nueve meses, junto con una economía maltrecha y el descrédito en una clase política embarrada por escándalos la corrupción.

Desde que Rousseff comenzó su segundo mandato, el PIB retrocedió 3,8% en 2015 y proyecta caer 3,1% este año, el desempleo trepó hasta alcanzar a un récord de más de 11 millones de personas, la inflación tocó los dos dígitos y el rojo fiscal estimado supera los 45.000 millones de dólares.

A eso se le sumaron las revelaciones de la Operación Lava Jato (lavadero de autos), una red política-empresarial de sobornos que le costó a la estatal petrolera Petrobras más de 2.000 millones de dólares.

¿Irreversible?

En el Senado, Rousseff dará un mensaje de 30 minutos y luego será interrogada por detractores y aliados bajo la mirada de Luiz Inácio Lula da Silva, su padrino político y la figura que encarnó el despegue de Brasil, el éxito de la lucha contra la pobreza y el presidente más popular de la historia moderna.

La mandataria afirma que es inocente y que el juicio es en realidad “un golpe orquestado” por su exvicepresidente Michel Temer, devenido en su némesis política y el probable presidente de Brasil por los próximos dos años.

La presencia de Rousseff genera grandes expectativas en la capital brasileña, adonde también estará acompañada del famoso cantautor y activista brasileño, Chico Buarque. Se aguardan manifestaciones callejeras frente al Congreso, que ha sido vallado y estará custodiado por más de 1.300 policías hasta el día de la votación para evitar enfrentamientos.

El pleno de 81 senadores decidirá el futuro gobierno del país en una sola ronda de votación.

Los aliados de Temer aseguran tener entre 60 y 61 votos para garantizar la condena, más de los 54 necesarios, y todos los sondeos coinciden que sólo un milagro evitará la destitución de la mandataria.

Rousseff fue acusada de autorizar gastos a espaldas del Congreso y postergar pagos a la banca pública para mejorar de artificialmente las cuentas públicas y seguir financiando programas sociales el año de su reelección y a inicios de 2015, algo prohibido por la Constitución.

Su defensa aduce que las prácticas cuestionados también fueron usadas de forma recurrente por gobiernos anteriores, sin que fueran castigados.

Jurado cuestionado

Rousseff jugará su última carta ante un Senado que tiene al menos un tercio de sus 81 miembros bajo la lupa de la Justicia o ya procesados por casos de corrupción.

Fue la senadora Gleisi Hoffmann (PT), también investigada, quien abrió la caja de Pandora el jueves pasado durante el primer día del juicio.

“¿Cuál es la moral de este Senado para someter a juicio a Dilma?”, preguntó, desatando una andanada de agravios.

Si es destituida, Rousseff se convertirá en el segundo jefe de Estado en caer a manos del Congreso en 24 años, después de Fernando Collor, hoy un senador que respalda el impeachment.

En ese caso, esta guerrillera marxista en su juventud, economista de carácter estoico y poco afecta a la negociación, dejará definitivamente el Palacio de Planalto, sede del gobierno, con una popularidad cercana un dígito.

Una diferencia notable con el inicio de su gobierno, cuando Rousseff asumió el poder en 2010 con una economía pujante que atraía a inversores de todo el mundo.

Pero el partido fundado por Lula -que presidió Brasil entre 2003 y 2010- se fue apagando tras cuatro gobiernos consecutivos.

Ahora, esta fuerza que inspiró a la izquierda regional al sacar 30 millones de brasileños de la pobreza, según el Banco Mundial, y eliminar Brasil del mapa del hambre, ve apagar su estrella tras cuatro ciclos consecutivos en el poder.