Equipados con cuestionarios y test de detección, un enjambre de profesionales con trajes de protección azules y mascarillas se adentra en el corazón de los suburbios de Sudáfrica amenazados por el nuevo coronavirus.

Esta mañana, una de estas escuadras se movilizaba en el barrio de Yeoville, muy cerca del centro de Johannesburgo, tristemente conocido por su pobreza y el tráfico de drogas.

“Hemos pedido a un vecino que dé la vuelta al bloque de casas para que todo el mundo venga y, si es posible, se haga el test”, explica la enfermera Xola Dlomo.

En pleno confinamiento, varios han acudido al lugar. “Están aquí y están dispuestos a hacerse una prueba”, dice satisfecha.

El presidente Cyril Ramaphosa impuso a sus 57 millones de compatriotas un confinamiento durante al menos tres semanas, con el objetivo de frenar el avance de la pandemia en su territorio.

Hasta el momento, el virus mató a nueve personas y contagió a 1.585 en todo el país, una cifra muy reducida comparada con los miles de fallecidos registrados en algunos países europeos.

Pero el letal Covid-19 ya ha irrumpido en los ‘townships’, esas barriadas donde se hacina la población más pobre del país, a menudo sin agua corriente ni baños.

“La salud, la prioridad”

Para evitar la propagación de la pandemia en estos lugares insalubres, Ramaphosa lanzó una campaña de detección, insólita en África, que movilizó a unos 10.000 médicos, enfermeras y voluntarios. ¿Su misión? Ir en busca de la infección, puerta tras puerta, entre los sudafricanos más vulnerables.

En Yeoville, estos centinelas, repartidos en ocho pequeños grupos, escudriñan un kilómetro cuadrado.

“Nuestro objetivo es informar a la gente. Algunos no entienden la cuarentena”, explica su responsable, Kegorapetse Ndingandinga. “Su salud es nuestra prioridad absoluta”.

Con la cabeza hacia atrás, Michael Moshane, de 58 años, espera a que le extraigan una muestra nasal. “Es un poco desagradable, pero hay que hacer un esfuerzo”, dice. “Es imprescindible para saber tu estado de salud”.

Hasta la fecha, se han realizado algo más de 47.500 tests en África, sobre todo en laboratorios privados, según el recuento de las autoridades sanitarias.

Una cifra totalmente insuficiente, considera el ministro sudafricano de Salud, Zweli Mkhize, convencido de que estos datos solo muestran la punta del iceberg de esta pandemia.

“Las transmisiones locales aumentan en silencio”, advirtió esta semana. “En los barrios pobres, la gente que presenta síntomas leves no va al hospital. No conocemos la realidad del problema”.

Su estrategia es multiplicar la detección de la enfermedad, como hizo por ejemplo Corea del Sur.

Por ello, ha reforzado la capacidad de 10 laboratorios públicos y, sobre todo, ha desplegado una flota de 67 laboratorios móviles. Espera así pasar la semana que viene de 5.000 a 30.000 test por día en el país.

“Calma antes de la tormenta”

Es un objetivo muy ambicioso, teniendo en cuenta que en estos primeros días de la campaña, la afluencia de los vecinos es más bien limitada.

A Moshone, que vive en Yeoville desde hace más de 25 años, no le sorprende.

El miedo de sus vecinos le recuerda a los años 1990, cuando el VIH, el virus del sida, hizo estragos en el país. “Hasta que el sida no provocó sus primeros muertos nadie aquí tomó en serio la amenaza”, explica.

La enfermera Dlomo es más optimista. “Quizás si nos ven aquí en el barrio, la gente se va a dar cuenta de que el peligro existe y de que tienen que tomar precauciones”.

Pero no es seguro, viendo cómo la población de estos suburbios no respeta las consignas de confinamiento y distancia social. Desde hace una semana, las largas filas en los supermercados no cesan, pese al despliegue de la policía y el ejército.

“Mi familia y yo nos quedamos en casa, pero cuando veo cómo otra gente sigue saliendo, me indigno”, critica una vecina, Zandile Siwela.

“No quieren aislarse en su casa. Salen con sus hijos, les da igual”, dice otra mujer, Masechaba Motaung, muy enfadada. “Los africanos siempre se toman las cosas demasiado a la ligera”.

El ministro Zweli Mkhize en cambio se teme lo peor. El lento avance de la enfermedad es quizás “la calma antes de la tormenta destructora”.