8 episodios de 1 hora de duración. Original de Netflix. Realizada por los Hermanos Matt y Ross Duffer- ALTAMENTE ADICITIVA.

Un pueblo perdido en Indiana.
Es noviembre de 1983.

No hay celulares. Solo fijos (¡y cabinas telefónicas!). Las familias se reúnen a cenar todos juntos y los niños tienen su cuartel de juego en el sótano. Sin pantallas, sin internet.

Ahí, en la casa de Mike, un chico de unos 12 años, está el cuarteto inseparable de la escuela. Llevan horas jugando Calabozos y Dragones.

La luz tiene intermitencias, la tele de repente se desconecta y el papá de Mike le da palmaditas al aparato, pero Stranger Things ha comenzado su primer episodio antes de ello: con una secuencia atemorizante e incomprensible. Un hombre de bata blanca huye por unos pasillos de concreto con luces de neón parpadeando. Consigue subir a un inmenso ascensor. Algo ocurre.

Es de allí que nos trasladamos a la casa de la familia de Mike.

En ese ambiente tibiecito y hogareño están los niños jugando, mientras la adolescente de la casa coquetea por teléfono.

Ya es tarde así es que los invitados se despiden y toman sus bicicletas. Sus casas, como las de todos, están repartidas entre el bosque que circunda el lugar.

Está oscuro. De pronto, Will topa con algo y cae de su bici.

Con la desaparición de este chico, que nos tendrá de cabeza y los pelos de punta los 8 episodios, comienza a sacudirse la vida remolona del pueblo.

La madre de Will (Winona Ryder, ¡dramáticamente conmovedora en su rol!), una mujer joven, de cierta fragilidad emocional, abandonada por su marido, que se apoya en su hijo adolescente Jonathan, casi muere de angustia cuando no encuentra al niño por ninguna parte…

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