El fin del matrimonio de Amaro Gómez-Pablos y Amaya Forch fue uno de los grandes escándalos que ha vivido una figura del área de prensa de un canal.

En 2013 terminaron su relación en medio de rumores de infidelidad de parte del periodista, y dos años más tarde, la actriz pidió una orden de arraigo y prisión preventiva contra él, por el atraso en el pago de la pensión alimenticia de sus dos hijos, medida que finalmente no fue cursada por la justicia.

Pero lo peor estaba por venir, ya que en 2016 Forch denunció a Gómez-Pablos por violencia intrafamiliar, la que nuevamente fue desestimada.

El periodista enfrentó las cámaras de los programas de farándula de la época y negó cualquier tipo de violencia en contra de su familia y expareja.

Han pasado casi tres años de aquello, y la relación entre ambos ha cambiado radicalmente. De hecho, recientemente Amaya compartió una foto en Instagram donde todos aparecían celebrando el cumpleaños de su hijo menor.

“El mejor regalo que le podemos dar a nuestros hijos es el saber y sentir que somos un equipo a pesar de todo. Que cuando decidimos formar una familia creamos un lazo irrompible. Y que familia se es también estando separados con nuevos cariños que vienen a sumar su amor. Somos 4+”, escribió junto a la imagen.

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“Cuando la prioridad resulta clara, las heridas que se puedan arrastrar cicatrizan mejor y más rápido”, explicó el periodista a Las Últimas Noticias.

“Yo no hago esto por Amaya. Ella no lo hace por mí. Juntos lo hacemos por los hijos que tenemos en común y porque nuestra responsabilidad es su bienestar siempre, al margen de estar separados”, añadió.

Según explicó el comunicador, la reconstrucción de su relación fue un proceso paulatino, que duró meses y que tuvo sobresaltos.

“No es una navegación fácil, porque abunda la suspicacia en torno a la manipulación de los niños. ¿Por qué estará proponiendo esto? ¿Cual es su interés ulterior? ¿Hay maniobras? Cuando se empieza a despejar la sospecha, empieza la cercanía. Pero hay que entender que incluso la separación es un estado de relación, y en ello hay que hacer concesiones de un lado y otro. Hay que tener la voluntad. El resultado final, para bien o para mal, recae en los niños”, comentó.

“El ego y los rencores son lo que uno debe barrer y despejar en favor de los hijos. Todo lo demás es mezquindad”, aseguró.

El reencuentro de los padres, tuvo un efecto positivo en los niños de 6 y 13 años. “Los libera de estar entre dos trincheras. No merecen el fuego cruzado. Aliviana su existencia y la mejor métrica de ello es su risa. Lo contrario los obliga a un estrés latente y desgastador que al final mata su infancia. Y eso es triste. El tiempo perdido no tiene vuelta… es tiempo que les robas a los niños”, expresó.

“Como padre no me puedo desentender de mis obligaciones al separarme, como el pago obediente de mis compromisos. También me gustaría hacer un llamado a las madres para que no se dejen engatusar por abogados desalmados que instan a falsas acusaciones de violencia o de abuso como mecanismo de presión. Eso no se hace porque daña a los niños. He conocido casos de papás que no han visto a sus hijos por años. Al margen del padre, ¿quién le repara esa herida al niño? Hay que saldar. Cuidar. Y procurar cierta honorabilidad pese a las diferencias”, finalizó.