La final del torneo gaucho de 1999 escenificó uno de los clásicos regionales más ardientes de Brasil: el Inter de Porto Alegre frente al Gremio. Ronaldinho, de 19 años, había debutado apenas un año antes con el “Tricolor” y saltó como titular a un partido bravo. El clima efervescente de la final con cortó a “Dinho”, que pronto empezó a hacer de las suyas. Luciendo la 10 en la espalda, recibió la pelota por la derecha, al borde del área grande y frente a Dunga, capitán de la selección brasileña campeona del mundo en 1994.

Con el desparpajo de siempre, como si un estadio abarrotado fuera una extensión de una calle sin asfaltar, pasó la pelota por detrás de su pierna izquierda y luego la lanzó al lado contrario. Dunga quedó dado vuelta, con la cintura trizada y la humillación tatuada en la cara. Su martirio continuaría minutos más tarde. Ronaldinho recibió con el pecho un saque de banda, aprisionado por Dunga y la raya, pero salió del apuro con un elegante sombrero y una amortiguación con el pecho. Sin embargo, su mayor alegría esa noche fue ganar el partido y conseguir el título.

El marcador del estadio de Shizuoka indica uno a uno entre ingleses y brasileños por los cuartos de final del Mundial de Corea y Japón. Rivaldo había igualado el gol que Michael Owen anotó al inicio del partido para el equipo de la rosa. A los ’49, Paul Scholes tiró al suelo a Kleberson y el árbitro pitó. Ronaldinho, ya jugador del Paris Saint Germain, fue a buscar la pelota. Cargado a la derecha y a más de 30 metros, nadie esperaba que buscara el arco. Un pelotón se apostó en el área para cazar el centro. Ronaldinho inició carrera, vio por el rabillo del ojo que el arquero David Seaman dio tres pasos hacia adelante y entendió que era su oportunidad. Su bombeado pelotazo cayó con la fuerza de una pedrada y dejó sin opción al golero del Arsenal. Brasil obtuvo el paso a semifinales y acabó ganando la Copa del Mundo ante Alemania. Fue el primer y único mundial del 10.

El FC Barcelona quería dar un golpe en el mercado y fichar al inglés David Beckham. Los dirigentes del cuadro culé tenían un preacuerdo con el Manchester United, pero el astuto Florentino Pérez-presidente del Real Madrid- negoció aparte con el jugador y obtuvo un sí para sumarse a sus galácticos. Había que recurrir a una alternativa y optaron por el brasileño, una promesa que aún no sacaba chapa de crack. En su presentación, el recién llegado saludó risueñamente a la tribuna oficial, le guiñó el ojo a los periodistas y se acomodó el pelo con un cintillo para hacer sus malabares. Ese día cambió la historia moderna del FC Barcelona. Su magia circense encandiló al Camp Nou y le devolvió los colores a un club deprimido. Con él como estandarte volvieron los títulos de liga y la segunda Copa de Europa, 14 años después de que Johan Cruyff ganase la primera con su “Dream Team”.

Ronaldinho les quitó a Ronaldo y Zinedine Zidane el cetro de mejor del mundo. El Balón de Oro solo fue la consecuencia lógica a su revolución. Vestido con un traje oscuro y con una corbata de rayas cruzadas asistió a la ceremonia organizada por la revista France Footbaal. Era el triunfo de la gambeta en una época en que se le estaba demasiada importancia al músculo. Besó el trofeo y luego posó con él haciendo su característico gesto de pulgar y meñique levantados. “Es imposible amar al fútbol y no ser su fan. Nos trajiste una sonrisa a todos”, dijo Pelé al conocer la retirada.

Su figura trascendía la cancha. En la era del marketing, pocos jugadores han vendido como Ronaldinho. Nike lo utilizaba en todos sus anuncios y no paraba de sacar productos con el estampado “R10”. En 2005, cuando YouTube tenía apenas seis meses de existencia, la empresa deportiva realizó un spot bastante especial. En él se ve al astro brasileño probándose sus famosos zapatos blancos con dorado y dándole una y otra vez al larguero. Jugueteaba un rato con el balón y luego le pegaba. La pelota volvía a su pecho y otra vez lo mismo. Una, dos, hasta cinco veces. Fue el primer video en superar el millón de visitas en el sitio de videos. Mientras en todo el mundo se discutía la veracidad del video, Ronaldinho solo reía.

6Pocos clásicos generan tanto odio como el Real Madrid-FC Barcelona, una rivalidad histórica y política que explica, en cierta medida, a la España contemporánea. Para noviembre de 2005, al conjunto culé no le pesó el cartel de favorito para dar un recital en el Santiago Bernabéu. Samuel Eto’o puso el primero y Ronaldinho sentenció la goleada. Abierto por la banda izquierda, recibió y salió disparado como una lanza. Dejó a Sergio Ramos desparramado en el piso, le quebró la cintura a Helguera y la puso pegada a un poste. Casillas solo pudo mirar y abrir los brazos. A los ’77 inició otra carrera endiablada, aceleró frente a Ramos y definió al segundo palo de Casillas. Era el corolario perfecto para el baile blaugrana. El público del Santiago Bernabéu, obnubilado con la actuación del mejor de sus odiados rivales, se paró de sus asientos para aplaudirlo.

“R10” llegó como rey del fútbol a la Copa del Mundo de 2006. En Alemania se esperaba que elevase su figura a la altura de leyendas como Pelé o Diego Maradona. Iba escudado por figuras como Ronaldo, Kaká, Robinho y Julio Baptista. Sin todavía jugar, en las apuestas nadie dudaba del “jogo bonito”. Pero Brasil nunca estuvo a la altura, solo ganaba por los quilates de sus figuras. Ronaldinho desfilaba como un espectro por el césped germano. La Francia de Zinedine Zidane selló su destino con un gol de Thierry Henry. El crack del FC Barcelona se tomaba la melena con las manos, a partir de ahí nunca volvería a brillar como antes.

A la vuelta de Alemania, Ronaldinho hacía lo que se le daba la gana. Después de haberlo ganado todo, ya no tenía hambre. Llegaba a la práctica con la misma ropa del día anterior, aparecían fotos suyas de fiesta, dormía en la camilla del kinesiólogo mientras los demás entrenaban y se conoció su relación con la hija de su técnico, el holándes Frank Rijkgaard. Los periodistas lo acusaban de sobrepeso y él les respondía levantándose la polera en el entrenamiento para que fotografiaran su abdomen. Criticó a Samuel Eto’o por negarse a jugar un partido y la respuesta llegó con la contundencia de un mazo: “Si un compañero dice que hay que pensar en el grupo, hay que pensar en el grupo. Pero yo pienso siempre primero en el grupo y luego en el dinero”. En 2008 partió al Milán, antes de dilapidar el cariño que se había ganado y de que Guardiola construyese uno de los mejores equipos de la historia.

Ronaldinho se ganó el odio de los hinchas del Gremio al anunciar que volvía a Brasil, pero al Flamengo a cambio de una millonada. El Maracaná se tiño de rojinegro para recibirlo como a un semidios. Nada fue lo que se esperaba. Se fue del Mengao reclamando una deuda de más de 20 millones de dólares. Con 33 años, se marchó al Atlético Mineiro. Sin sacar chispas, pero con fogonazos, ayudó a su escuadra a ganar la Copa Libertadores, uniéndose al selecto grupo de futbolista que se han impuesto en Champions League y en el torneo de clubes más importante de Sudamérica. “Decían que estaba acabado, decían que estaba acabado, decían que estaba acabado”, repetía en la celebración.

Anduvo en México tentado por un salario demencial y tuvo una estadía de dos meses en el Fluminense en 2015. Desde entonces vivió como un futbolista retirado sin oficializarlo. Recién esta semana decidió cerrar el capítulo con una carta publicada en su cuenta de Instagram: “Fue lo que más amé profesionalmente por 20 años y 10 como formación de base. Viví intensamente este sueño de niño, cada instante, viajes, victorias, derrotas, el camino al vestuario, la entrada al campo, las botas que usé, los balones buenos y los malos, los homenajes que gané, los cracks con los que jugué, los que admiré y jugué y los que solo jugué en la ‘play’, pero admiro hasta hora. En fin, fue todo increíble….”.