Racha goleadora, estatus de héroe nacional, transferencia al Liverpool y premio al mejor jugador africano del año. El brillante 2017 de Mohamed Salah le timbró el boleto a la élite del fútbol mundial. Las dudas sobre su calibre fueron disipadas, ya nadie dice que es un jugador de destellos esporádicos, aunque él trabaja como si aún tuviese mucho por demostrar. Parapetado en el pináculo de su carrera, no duda al afirmar cuál es su principal objetivo: “Quiero ser el mejor jugador egipcio de la historia”.

Su andadura arrancó en el pueblo de Basyoun, al norte de El Cairo, hace 25 años. Nació en una familia que no pasaba necesidades y vivía sin lujos. Su padre quería que dedicara su vida al estudio y a profesar la fe musulmana, pero terminó cediendo ante la conmovedora y ardiente pasión de su hijo por la pelota. Mohamed tomaba cinco buses todos los días para poder ir a entrenar a la gran capital.

Por su zurda picante lo pusieron de lateral izquierdo, pero su gambeta prístina, su aceleración y su olfato en el área lo terminaron desplazando hasta la posición de puntero. Jugando ahí se estrenó en la Premier League egipcia con dieciocho años con la camiseta aurinegra del humilde Arab Contractors.

Para nadie pasó desapercibido ese muchacho que hacía del vértigo su leit motiv. Lo llamaron a la sub-20 de Egipto, con la que disputó el Mundial de Colombia en 2011, y se ganó un lugar en el equipo que disputó las olimpiadas el año siguiente. Su ambición era grande, pero topaba con la realidad del exótico fútbol local. Para los cazadores de talento que recorren África, Egipto es un objetivo secundario tras Nigeria, Camerún, Costa de Marfil y Ghana. Salir cuesta el doble. Y a Salah se le presentó la posibilidad luego de una tragedia.

El uno de febrero de 2012, el Al Masry se impuso en el derbi al Al Ahly por tres goles a uno. La victoria no aplacó el ímpetu de los recalcitrantes fanáticos del Al Masry. Una horda de bárbaros invadió la cancha, persiguiendo a futbolistas rivales con piedras y cuchillos. La policía estaba desbordada, los jugadores buscaban refugio en camarines, la deflagración había iniciado. El sonido de las balas era lo único que se distinguía entre gritos e insultos. Setenta y cuatro aficionados murieron y más de cien quedaron heridos.

La tragedia conmovió al fútbol. El Basilea suizo se movió y concretó un partido a beneficio ante un combinado egipcio sub-23. Ahí estaba Salah, sentado en el banco, esperando la orden del entrenador para saltar al campo. Ingresó en el segundo tiempo y destrabó el cotejo con un doblete que le dio el triunfo a los suyos. Los regentes del Basilea quedaron encandilados con su zurda picante y, para asegurarse que el joven no había vivido la tarde de su vida, le pidieron una prueba. Salah aceptó, no se amilanó y consiguió un contrato con el equipo más importante de Suiza, iniciando un camino de un año y medio en que acumularía dos ligas.

Su catapulta a un grande fue un partido de Champions League. El Basilea recibió al Chelsea con un magnífico ambiente de noche europea. El egipcio se transformó en el muchachito de la película. Tomó la pelota en la izquierda e inició carrera con mucho trecho por delante, aguantó la marca de un defensor que lo quería tumbar y definió cruzado ante la salida de Peter Cech. Un hondo rugido inundó Saint Jakob Park, teñido de tonos rojos y azules. Mourinho se lamentaba y se quejaba con sus colaboradores. El extremo, que también había marcado en Stamford Bridge, pronto sería su pupilo. Roman Abramóvich, el excéntrico magnate dueño del club londinense, apuró su fichaje. Allí tendría que demostrar que era más que el rótulo que le habían puesto: el “Messi egipcio”.

Salah arribó a un equipo en el que se vivía una competencia feroz por un puesto en el ataque. Estaban Samuel Eto’o, Eden Hazard, André Schürrle, Willian, Demba Ba y el mítico Didier Drogba. Salah, con 21 años, no tenía los quilates para hacerse pesar. Diecinueve partidos y dos goles después de su fichaje, los ‘blues’ lo enviaron a la Fiorentina como parte de la operación que llevó a Juan Guillermo Cuadrado a Londres.

“No estuvo a la altura de las exigencias”, se pensaba en esos días. A fin de cuentas, nunca un futbolista egipcio ha figurado en los mejores equipos del mundo.

“Recuerdo que a veces me mandaba mensajes diciéndome: ‘No marco y no sé por qué’. Yo le respondía: ‘No te preocupes, es un problema de confianza’”, recuerda Drogba.

Salah se marchó a la Fiorentina de Matías Fernández. En La Toscana volvió a emerger ese puntero veloz y goleador, de desmarque astuto, capaz de abrir las pobladas y férreas defensas de la Serie A. Su buena temporada en el cuadro ‘viola’ no tentó al Chelsea a repescarlo. Nuevamente lo mandaron a préstamo, esta vez a la Roma. En el ‘giallorosso’ apareció su mejor versión. Junto a Edin Dzeko, otro que se fue de Inglaterra buscando minutos, formó una de las duplas más demoledoras del Calcio. La ‘Loba’ se dio cuenta de lo que venía y compro su carta. Una temporada después varios clubes grandes del continente estaban tocando a su puerta pidiendo precio por el atacante. El que más plata puso fue el Liverpool y se lo llevó a Anfield Road por más de cuarenta millones de euros.


“Lo bueno es que todavía es muy joven y hay mucho margen para mejorar, mucho potencial en el que todavía podemos trabajar”, alertó el entrenador del conjunto inglés, Jurgen Klopp

Con Philippe Coutinho con la cabeza en Barcelona y con Sadio Mané aquejado de su físico, Salah se ha convertido en el revulsivo del Liverpool. Está a la cabeza de la tabla de goleadores, con 13 tantos, y ha pulverizando las marcas anotadores de Luis Suárez y Fernando Torres, los últimos dos grandes cañoneros del equipo de Merseyside. El Centro Internacional de Estudios del Deportes (CIES) lo calificó como el fichaje más rentable del último tiempo. Hoy se habla de que hasta el Real Madrid lo tiene en carpeta.

“Se ha convertido en imprevisible. Él puede regatear fácilmente a cualquiera, es más fuerte y marca más goles. He comprobado su mejoría con los años. Salah se marchó a Italia para jugar y ha vuelto a Inglaterra para demostrar que es el jugador que todos nosotros creíamos que era”, afirma Drogba.

La leyenda del Rey Faraón

Salah tenía una misión hercúlea con su selección. De él dependía que su país volviera a un mundial tras Italia ’90. Hector Cúper, un entrenador cuya premisa es ponerla candado a su arco, se encomendó a su gambeta para hacer daño al rival. El extremo no se cortó y tiro del carro. Con la diez en la espalda y agarrando la pelota cuando quemaba elevó su figura hasta el olimpo. Participó en los siete goles de su equipo en la clasificatoria –anotó cinco y dio dos asistencias – y no le tembló el pulso para convertir el penal en los descuentos del partido ante el Congo que selló el boleto a Rusia. El país se puso a sus pies. Un grupo de millonarios le entregó una mansión como ofrenda, que el jugador decidió donar a la caridad, y su escuela de infancia en Basyoun será rebautizada en su honor.

“Nadie ha alcanzado en la historia de Egipto un nivel tan alto en el mundo del fútbol y ha sido tan exitoso con la selección”, comentó Hazem Emam, campeón de la Copa Africana en 1998 y 87 veces internacional con la camiseta egipcia.

“Cuando clasificamos en 1990 fue un esfuerzo de equipo. En esta ocasión fue Salah el líder durante toda la eliminatoria”, agregó Emam.

En el Mundial se las verá con Uruguay, Arabia Saudí y los anfitriones. En la tierra de los zares, Salah buscará agrandar la leyenda del “Rey Faraón”. El mote del “Messi egipcio” le quedó chico.