Dele Alli corre con los brazos abiertos. Su rostro poco expresivo cede ante la emoción de un gol a estadio lleno en el mítico Wembley. Acaba de perforar por segunda vez la portería del Real Madrid, el bicampeón de Europa. Tras recibir los abrazos de sus compañeros del Tottenham, vuelve al centro del campo y la cámara lo sigue desde atrás. Bajo el número 20, se lee solo su nombre. “Siento que no tengo ninguna relación con el apellido Alli”, ha dicho escuetamente, evitando desvelar detalles de su sórdida infancia.

Su hermana, Bárbara Johnson, tiene una cuenta de Instagram que parece un museo virtual del jugador de 21 años, una colección que se nutre de cada imagen aparecida en medios y de su archivo personal. Sube fotos de él jugando por su club o por la selección inglesa, festejando algún gol, paseando con su novia en un yate, comiendo una hamburguesa o montado en un triciclo cuando era un niño.

“Solo queremos que vuelvas. Todos te echamos de menos y te queremos mucho, no estamos detrás de tu dinero o tu fama, sólo queremos que nuestro pequeño Dele vuelva. Te quiero un montón hermano. Besos”, escribió Bárbara en una cuenta que tiene como nombre @deleallisnumber1fan (fan número1 de Dele Alli).

Sin embargo, la promesa inglesa ha puesto tierra de por miedo entre él y su familia. Sus padres, Kehinde y Denis, se conocieron en un club nocturno de Londres. Poco tiempo después tuvieron a Dele. Era el primer hijo para él y el tercero para ella. Cuando el bebé tenía apenas una semana, su papá se fue a Estados Unidos y no volvió a tener una relación con el niño hasta los ocho años. Volvió para llevárselo a Nigeria, su país natal, en el que llevaba una vida de lujos merced a su título de príncipe de la tribu Yoruba. A Dele no le interesaba vivir como la realeza y no encajaba en una cultura tan distinta a la suya. Kehinde lo llevó a Houston, pero el niño nunca se sintió cómodo.

Su padre lo regresó a Londres con su madre y sus tres hermanos. Su martirio continuaría ahí. La casa era un caos constante. Denise, tras la ruptura de su matrimonio, cayó en un profundo barranco impulsada por el alcoholismo. Inglaterra, Estados Unidos, Nigeria, todo era lo mismo. Dele sentía que estaba solo, que a nadie le importaba lo que le pasara. Tenía problemas con sus hermanos mayores y sus vecinos denunciaron varias veces a su mamá por la mala vida que les daba. Tenía 13 años y solo en la calle encontraba un punto de fuga a su infierno doméstico. Gastaba las horas con la pelota bajo la suela o simplemente estando con adolescentes casi siempre mayores que él, que cargaban con armas y con drogas. “Yo solo jugaba fútbol”, dice el ahora futbolista.

Sobrepasada por su adicción al alcohol y en la mira de los servicios de asistencia social, Denise aceptó que el niño se fuese de la casa. Dele se mudó a Cosgrove con Alan Hickford y su esposa Sally, los padres de Harry, su mejor amigo, al que había conocido jugando fútbol. Nunca volvió a mirar atrás.

Ya sin el barullo de peleas y gritos retorciéndole los nervios, se dedicó con veneración a lo que más le gustaba: el fútbol. Con 14 años fichó en el Milton Keynes Dons. Su progresión fue a paso rampante. A los 16 debutó en un partido de FA Cup ante el Cambridge City que acabó en empate sin goles. En el partido de vuelta, su escuadra sentenció la llave con un contundente 6-1. Uno de los goles fue suyo. Recibió el balón de frente a la portería. Había unos treinta metros de distancia, pero no le importó. Desenvainó y clavó la pelota en el ángulo. Todos fueron a abrazar al nuevo, a ese muchacho que no se cortaba ante rivales más grandes ni ante la presencia de la televisión.

“Tuvo una infancia dura. Los años de formación lo transformaron en un chico que siempre jugó sin miedo”, afirmó Mike Dove, el responsable de las inferiores del Milton Keynes Dons.

El mediocampista flaco y con un corte de pelo al ras no pasó desapercibido para los colosos de Inglaterra. Les llamaba la atención su gambeta precisa y elegante, su visión de juego, cómo atacaba el área. Parecía un volante contracultural. En un país donde se hace una oda al empuje, Dele busca imponer la pausa y la técnica. Los emisarios del Tottenham le echaron el ojo y recomendaron su fichaje. En el mercado invernal de 2015, fichó por el conjunto del norte de Londres. Se demoró seis meses en debutar y en la campaña pasada estalló con la incandescencia de una supernova. De ahí vino el éxito. Goles, nominación a la selección inglesa, premio al mejor jugador joven y parte del once ideal de la Premier League en 2017, decenas de portadas de diario, contratos millonarios y rumores de transferencia al Real Madrid o al FC Barcelona.

“Es un jugador con mucha agresividad ofensiva, despiadado cuando va hacia adelante y con determinación, lo que le hace peligrosísimo. Tiene una gran comprensión del juego y ataca magistralmente los espacios, buena mentalidad y confianza en sí mismo. Es la aparición más importante del fútbol inglés en los últimos años”, expresó su entrenador, Mauricio Pochettino.

Una nueva etapa inició en su vida. El frágil vínculo que tenía con su familia se cortó al fichar por los Spurs. Dele no quiere nada con ellos. Ya ni siquiera les habla.

No necesito un centavo de Dele. Solo quiero estar ahí para él y que sepa que lo amo. No poder verlo o hablarle duele mucho. Sus hermanos y yo miramos todos sus partidos por televisión. Ellos me preguntan ‘¿por qué no quiere vernos?’ ”, manifestó su padre.

Su madre ha contado que fue a verlo a un partido en White Hart Lane el año pasado. No tenía entrada y lo fue a esperar a la salida del vestuario. Cuando lo vio salir le habló. “No se detuvo. Solo me miro y me dijo que estaba ocupado y se fue. Yo estaba llorando, me rompió el corazón. Algunos fans que estaban ahí me preguntaron si de verdad yo era su mamá y por qué él me estaba tratando así”, relató Denis.

Sus padres no entienden qué hicieron mal. Aseguran que siempre estuvieron con él y que no le faltó nada. Incluso han acudido a los medios para que su hijo los escuche. Sin embargo, para Dele son los voces de un pasado tormentoso. Y no quiere escucharlos.