Agosto de 2006. Florentino Pérez ha encallado su yate en Mallorca y desayuna tranquilamente en Puerto Portals. Por primera vez en años, el teléfono no le suena cada un minuto ni lo atosigan representantes de futbolistas ni periodistas ávidos de información. Dejó de ser el presidente del Real Madrid hace apenas seis meses. Gilberto Asensio paseaba de la mano con su hijo Marco, de diez años, cuando vio al ex mandamás del conjunto merengue. Sin empacho, se le acercó y le dijo: “Florentino, este es mi hijo Marco y sé que algún día jugará en el Real Madrid”. Pérez miró a ese muchacho moreno y delgado. Solo atinó a sonreír.

Gilberto llegó a jugar en el humilde Barakaldo, hoy en la Segunda División B del fútbol hispano. Los que lo conocieron como jugador veían mucho de él en Marco. Tal vez su hijo menor podría cumplir lo que Gilberto solo soñó. El niño vivía el fútbol a sol y sombra. Se pasaba todo el día junto a su hermano Igor, hoy también profesional, en el jardín de su casa, en la que uno de sus abuelos sembró césped para que los nietos pudieron jugar a la pelota. Su padre lo trataba de hacer hincha del Athletic de Bilbao, su tierra natal, pero para el niño solo había un color. “Yo intentaba que fuese del Athletic, pero él iba a todos los lados con la camiseta del Real Madrid”, relata Gilberto.

Marco entró a las inferiores del Mallorca, el club de la ciudad. Allí dio atisbos de lo que es hoy, un mediapunta hábil que se mueve por todo el frente del ataque, de toque fino y pegada atronadora. A los 17 debutó en el filial del conjunto bermellón y a los pocos meses lo subieron al primer equipo, por entonces en Segunda División. En cuestión de semanas ya era titular indiscutido y referente rojinegro con solo 18 años.

Los ojeadores del Real Madrid y del Barcelona, siempre a la caza de cualquier joya reluciente, lo anotaron en sus agendas, iniciando la enésima batalla por un fichaje entre los dos colosos de España.

El Barcelona tomó la delantera y, prácticamente, lo tenía atado. Solo faltaba la firma. Según informa el diario Sport, el jugador incluso viajó hasta la ciudad condal para buscar casa en el exclusivo barrio de Castelldefels. El Barca estaba dispuesto a pagar los 4,5 millones de euros que pedía el club balear, pero había un problema: los culés querían llegar a ese precio en variables y el Mallorca, padeciendo una crisis financiera, quería todo el dinero de golpe. Los dirigentes barcelonistas no dieron su brazo a torcer y la operación se cayó. Meses después, no les importó pagar 5,5 millones (4 fijos y 1,5 en variables) por el brasileño Douglas, que apenas ha jugado en el club en tres temporadas.

Uno de los dirigentes del Mallorca, Miguel Ángel Nadal, sacó un as bajo la manga. Llamó a su sobrino, el tenista Rafael Nadal, para contarle la historia del crack en ciernes. El ganador de 15 Grand Slam, hincha furibundo del Real, echó mano a sus contactos y habló con Florentino Pérez, de vuelta en la testera del Real Madrid desde 2009, para pedirle que fichara a Asensio.

“Tuvo que ver la voluntad del jugador, después la predisposición del Real Madrid. ‘Rafa’ (Nadal) me puso en contacto con el presidente y todo fueron facilidades porque el Mallorca estaba en circunstancias complicadas”, rememora Miguel Ángel Nadal. “Es una anécdota verídica. ‘Rafa’ llamó a Florentino y dijo que no podían dejarme escapar”, reconoció tiempo después el jugador en una entrevista a Real Madrid TV.

El equipo merengue sacó la chequera y lo fichó. En Chamartín pensaron que el jugador necesitaba curtirse en la Liga. Y lo mandaron a préstamo al Espanyol, la escuela por la que han pasado Lucas Vásquez, Kiko Casilla o José Callejón, todos madridistas jóvenes y con necesidad de minutos. Pero antes de irse al cuadro perico, envió un mensaje en el Europeo sub-19 con España. Fue campeón y mejor jugador. Había que recordar ese apellido, “Asensio”. Europa ya lo miraba como el talento más rutilante de su generación.

Con el Espanyol demostró que la elite no lo amedrentaba. En su primera y única temporada fue el sexto máximo asistente del torneo español, por detrás de Lionel Messi, Luis Suárez, Koke, Neymar y Cristiano Ronaldo. Tan bien jugó que Vicente del Bosque lo consideró en la prenómina para la Euro del 2016. Asensio, rodeado de figuras con quilates, no sacó boleto a Francia, pero se ganó el respeto del entrenador campeón del mundo. “Es el mayor talento que hay en España”, afirmó el estratega.

Holanda no se clasificó al torneo continental y sus fanáticos, deleitados con las exhibiciones mostradas con el Espanyol, iniciaron una campaña en redes sociales con el hashtag #AsensioWillemseninOranje para que el futbolista mallorquín se vistiera de naranja. Su madre era holandesa e incluso su nombre es en honor a Marco Van Basten, aquel terrible goleador que destellara en el Milan a principios de los noventa. Sin embargo, él solo quería España.

Sus buenas actuaciones y su pujanza convencieron a Zidane de dejarlo en el primer equipo del Real, que venía de ganar la Champions ante el Atlético de Madrid en penales. Su rol iba a ser secundario, una opción para el tridente de Cristiano Ronaldo, Karim Benzema y Gareth Bale.

El día de su presentación oficial, Asensio llegó ataviado con un sobrio y elegante traje oscuro. Con Florentino mirándolo atentamente desde un costado y con el sonido incesante de los flashes de las cámaras, el jugador posó con la camiseta número 20 y dio su primera conferencia de prensa. Agradeció al presidente, recalcó que estaba en el lugar que soñaba desde niño y dedicó palabras a su familia. “Me gustaría agradecer a mi padre, a mi hermano y a mi madre, que sé que siempre desde arriba me está apoyando”, declaró. Su madre había muerto de cáncer en 2011. Cada vez que anota, levanta las manos al cielo para recordarla.

Asensio de entrada demostró que no sentía el peso de las cadenas invisibles que circundan la camiseta blanca. En la final de la Supercopa de Europa ante el Sevilla se despachó un zurdazo que se incrustó en el ángulo del golero Sergio Rico. Ese día ganaría su primer trofeo oficial de blanco.

Siguió siendo suplente, pero mientras más minutos sumaba, más elogios acumulaba. Siempre destacó en partidos bravos. En Múnich, por cuartos de final de Champions, saltó del banco para asistir a Ronaldo y darle bríos a la remontada ante el Bayern. En la vuelta, selló el pase de su equipo en los descuentos de un partido colérico. Frente a la Juventus, en la final, jugó con el desparpajo de siempre y le puso el colofón a la goleada con una arremetida en los estertores del encuentro.

Por lesiones y suspendidos, Asensio apareció en el once estelar en los primeros partidos de la temporada. Ante el Barcelona, en la final de la Supercopa, trepó al pináculo de su corta carrera profesional con dos goles de antología. En la ida, disputada en el Camp Nou, coronó una noche de ensueño para los suyos con un remate alto y cruzado, y en el Bernabeú mostró el camino con un brutal trallazo que dejó petrificado a Ter Stegen.

El Bernabéu lo mima como al prodigio que en solo un año se sacó el cartel promesa y ya lo vislumbra como un digno heredero a tomar la posta que algún día dejará Cristiano. Ya se habla de él como titular en detrimento de un Bale que nunca ha terminado de explotar en la capital española y su nombre asoma con fuerza en la selección hispana. Un rumor lo sitúo en el PSG, pero él salió a aclarar que no está interesado. De todas formas, Florentino ya prepara un nuevo contrato acorde a su nuevo estatus y con una cláusula que ahuyente a cualquier billetera.

“¿Jugador de moda? Lo que sé es que en España, en Europa y en todo el mundo se habla del Real Madrid, y lo entiendo perfectamente. Esta plantilla es espectacular. Cada día se aprende algo y el techo en el Real Madrid es infinito”, dice Asensio, el niño que cumplió la promesa que hizo su padre al presidente de unos de los clubes más grandes del mundo.